Emmy y Ndemno es un matrimonio masai que ha convertido su casa en Arusha (Tanzania) en un orfanato donde ofrecen cobijo y manutención a niños huérfanos o cuyas familia se han desentendido de ellos. A todos quieren darles, sobre todo, una educación. Para eso necesitan ayuda. Mucha ayuda. Nos adentramos en esta región de África de la mano de Patricia Costa y Marcos Blanco; dos españoles que desde que estuvieron allí, ya no pueden volver a ver el mundo de la misma manera.
Es probable que África evoque en las mentes europeas las exóticas especies de animales que habitan en su amplio continente. Los objetivos de las cámaras de los turistas se empeñan en captar en un encuadre un paisaje que se antoja harto difícil reducir a los límites de una imagen. En ese contexto, en la región de Arusha (Tanzania), existe otra realidad que con mucha menos frecuencia cala en las retinas de los visitantes. No tanto porque no impacte, sino porque no siempre se quiere ver.
Emmy tiene 56 años, es enfermera y en 2005 propuso a su marido Ndemno, de 64 años, que su casa también fuera la de los niños huérfanos -muchos de ellos con discapacidad-, chavales cuyos padres carecen de recursos o que directamente son rechazados por sus propias familias. Empezaron cuidando a unos pocos y en la actualidad ya hay 40 pequeños de distintas regiones de Tanzania, todos con edades comprendidas entre los dos y los diecisiete años. No obstante, también hay algunos que ya han cumplido los 18, a los que permiten quedarse a cambio de ayudar en el trabajo diario con los niños. Si bien es posible decir que Matonyok Parents Trust es un orfanato, “lo cierto es que estos chavales no sólo encuentran un techo, sino también una alternativa a la soledad”.
Patricia Costa, española, se casó el verano del año pasado con Marcos Blanco y juntos decidieron que su luna de miel estaría dedicada al voluntariado en África. “Al llegar, sólo hacen falta un par de segundos para confirmar que estas personas necesitan mucha ayuda”, explica Costa. “Nos fascinó la solidaridad de Emmy y Ndemno, un matrimonio mayor que cuida en su propia casa de estos niños como si fuesen sus hijos, haciendo todo lo posible por darles cobijo, comida y una educación para que puedan tener una vida digna el día de mañana”. Son las palabras de Blanco, quien al igual que Patricia, habla con fervorosa pasión de la iniciativa de Matonyok.
Según relatan, el orfanato carece de ayudas gubernamentales y recibe escasas donaciones. Pero a las palpables dificultades económicas, Emmy y Ndemno le plantan cara a base de trabajar su pequeña granja y su huerta. Los productos que obtienen son para autoabastecerse y para venderlos en el mercado. Con el fin de darle salida a los recursos que ofrece la propia naturaleza “los niños aprenden y trabajan en sus respectivas tareas”. Aunque los cálculos no salen redondos. “Todos los días no hay 40 piezas de fruta para los 40 pequeños”, razona Patricia. Las peculiaridades del clima de Tanzania también complican que las plantaciones del huerto no puedan rendir durante todo el año. “Cuando llega la estación seca, los cultivos mueren por falta de agua”, explica Costa. Ella y Marcos, junto con otros voluntarios españoles, consiguieron dos enormes tanques de 5.000 litros cada uno para calmar la sed de la tierra.
El futuro está en el saber
Los pequeños ordeñan las vacas y vegetales y hortalizas, pero el principal objetivo del orfanato es la educación. El matrimonio masai ha levantado tres aulas para que los niños estudien. Necesitan, por lo tanto, profesores que quieran desplazarse a Arusha. El swahili es su lengua materna, pero “también hablan muy bien inglés, segunda lengua oficial del país”, dice Patricia. “Su sueño es montar una escuela en la casa. Tienen todo increíblemente detallado y presupuestado, pero les falta lo más importante: el dinero. El maldito dinero”, lamenta Marcos. De acuerdo con los cálculos del orfanato, “con cerca de 70.000 euros al año (alrededor de 1.700 por niño) tendrían la escuela, les darían de comer, atención médica y, en principio, sus necesidades más básicas estarían cubiertas”. Por ello, “cualquier ayuda” es bienvenida: tanto económica, como personal; “especialmente maestros, médicos y veterinarios”.
Esta pareja española no es la misma después de pasar tres semanas en Arusha. Tanto es así que están en trámites para fundar la ONG “Karibu” -que significa “bienvenido” en swahili- con el objetivo de seguir ayudándoles desde la distancia física, que no emocional. “No podíamos quedarnos de brazos cruzados. Te descoloca cuando lo ves y lo sientes cerca”, admite Patricia Costa. “A mí me ha cambiado la vida”, continúa Marcos. En sus palabras, “es impactante ver los valores que tienen, cómo se ayudan los unos a los otros, cómo cuidan los mayores de los pequeños”. Reconoce que “todo lo vivido superó nuestras expectativas porque por mucho que lo veas por televisión o te cuenten hay que estar allí para entenderlo todo
o para no entender nada de nada”.
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