Nos acercamos a la vida huertana en tiempos de asueto, de estío, calor, playa y cremas solares para conocer qué hacen en esta época del año los agricultores de pequeñas explotaciones agrícolas como las de la zona metropolitana de Valencia. Encontramos anécdotas suficientes como para reflexionar sobre el destino de nuestras tradiciones.
“El pelo de la chufa tiene forma de brisa”, la del marMediterráneo, que se ubica a unos 500 metros del terreno donde Vicente Rodrigo seafana en quemar rastrojo de alcachofa. Él es uno de los protagonistas delcontacto que 360gradospress ha mantenido esta semana con la huerta. Elobjetivo, conocer cómo es la vida de los que pasan sus vacaciones, lascotidianas, en el campo mientras la mayoría de la gente sofoca el calor delverano en la piscina, en la playa, planifica unas vacaciones o apura susúltimos días de descanso.
Vicente tiene 66 años y está jubilado pero ha dedicado todasu vida a la agricultura de pequeña escala. Ahora, entre refrán y refrán,disfruta de lo que ha hecho siempre sin más ánimo que el de mantener elcontacto con la tierra, su jornal de satisfacción cotidiano. Muestra orgullosoheridas de guerra, como la que tiene en su rodilla derecha, consecuencia deque hace unos años se rompió la rótula un día de agosto mientras regaba chufas. Él, como los amigos que trabajan en lahuerta de Alboraya o Meliana, la zona escogida por 360gradospress paraconseguir el objetivo de acercarse al campo en verano, saben que lo de la agriculturahoy en día no da para mantener a una familia. “Coger naranjas antes era unchollo, pero ahora tampoco; recuerdo que recibía un jornal de cinco pesetas ala semana”, recuerda Vicente.
Hace tiempo que los veranos en la huerta de esta zonametropolitana de Valencia dejaron de ser vistosos. “La verdura se plantabamucho, pero los grandes se lo comen todo”, explica Pedro, vecino de parcela deVicente, y uno de los pocos que aún tiene plantaciones de tomates, sandías ymelones, “lo más característico de este tiempo”. Con todo, recuerda hace unosaños “venías aquí y había muchas más verduras y alubias en barracas, como lostomates pero ya no se puede porque los jornales se lo comen todo
”. No les salerentable, ni en verano, ni en otra época del año apostar por una producción quevan a vender por debajo del precio que les supondría obtener un beneficio.”Para que las alubias fueran rentables tendrían que pagarse a 4 ó 5 euros elkilo”. Algo que no ocurre y lo que ha propiciado que muchos dejen sus hanegadasde terreno vacías, sin sembrar, en tierra limpia. “El verano en la huerta ya noes como antes”, asegura Pedro.
Le preguntamos por los precios que le pagan por un kilo detomates o por una sandía: “El tomate se está pagando a 30 ó 40 céntimos de euroel kilo y la sandía ¡a 3 ó 5 céntimos de euro!”. Pero nos extraña que la genteno venga a comprarles a ellos directamente para evitar el intermediador queprovoca el aumento desmedido del precio final que le llega al consumidor en lastiendas. Pedro explica que las costumbres han cambiado, “el personal es cómodoporque va a las tiendas y a los supermercados que tienen cerca y es donde lesdan la caña”. En este sentido, recomienda emplazamientos como mercados dondelos agricultores venden directamente todo lo que produce su huerta, como el deEl Puig (Valencia).
“Toda la vida ha sidoasí”
Pero parece que la tendencia no es provocada por esta épocadel año ni por los intermediarios actuales, ni siquiera por esos supermercadosa los que se refiere Pedro. “Toda la vida ha sido por el estilo. Si tengo 70años siempre he visto que se ha funcionado así: el que más expone es el quemenos recoge. Lo plantamos, lo criamos y a la hora de venderlo nos dan lacaña”. Sin embargo, es la vida de Pedro, es donde se siente bien y ni siquieraen verano va a la playa: “No me gusta, me quedo con la brisa de la playa quellega a la huerta, con mi casa huertana de toda la vida
”.
Sin embargo, lo que más aprecia Pedro que ha cambiado hasido el tiempo. “Antes hacía más calor en verano y más frío en invierno; elpersonal dice que no pero yo digo que sí. Recuerdo pasar mucho calor en lahuerta en verano, hace como 25 ó 30 años, aunque también es cierto que antes eltrabajo era más duro porque había menos maquinaria. Pero es mejor para el campoy para las personas que haga calor cuando toca y que haga frío en invierno”.Mientras nuestro protagonista reflexiona sobre la evolución de la huerta enrelación a la meteorología, divisamos a lo lejos, dos parcelas más para allá dela de Pedro, a un persona con aperos de labranza tradicionales unida a uncaballo en pleno siglo XXI.
Tardes de verano.Paco y su caballo alazán careto
Entre tierra sembrada y acequias accedemos hasta la hanegadade terreno donde Paco, de 55 años, trabaja con su caballo alazán careto. Es elnombre técnico de esta raza, aunque Paco le llama careto, a secas. Con élpasa gran parte del tiempo de las tardes de verano. Lo tiene desde hace un añoy medio, tiempo que ha empleado para domesticar al equino con el objetivo deque pueda desempeñar las labores en el campo sin estropear ni pisar plantassembradas, por ejemplo. “Ahora es más un capricho o una afición porque con lamaquinaria te cunde el doble, lo de labrar ha pasado a la historia…”, lamentaeste agricultor que mamó de su padre las lides agrícolas tradicionales. Aúnasí, reconoce que nunca llegará “a hacer lo que él era capaz de hacer en elcampo con el caballo, hasta abría surcos, y eso es muy complicado, tienes quetener mucha práctica y eso se ha perdido”.
Paco coincide con Pedro en el hecho de que “antes seplantaban en verano muchas verduras; ahora ha cambiado el sistema: siinviertes, pierdes”. De ahí que asegure que si tuviera familia no se dedicaríaal campo, “yo solo con un paquete de pipas me apaño, pero para sobrevivir hoyuna familia no llega”.
Nos vamos con la sensación de querer hacer algo por ellos,de decir a gritos que conservemos las tradiciones y el apego por el campo. Peronos metemos en el coche para coger una autopista cercana que nos devuelve a lamonotonía del verano: atascos, canícula, playas saturadas y prisas por llegardonde el individualismo hace mercado. De fondo, este reportaje.
Óscar Delgado