La lluvia de primavera riega de lunas la noche y apenas deja ver una luz en tus ojos de centinela del viento. Eres un hombre que nunca viajó al corazón de un amigo, pero lloraste en su hombro el día que el horizonte perdió su amanecer y los toros huyeron. No dejaste rastro de amor en tu cama, pero tus sábanas huelen a miedo y están manchadas de dudas. Eres un hombre que vende palabras quemadas y fracasos de oro; un paladín de la mentira, que promete un sol voraz en medio de la tormenta.
No te importa la gente de tu pueblo ni la huella que plantaron tus antepasados, tampoco la sangre derramada por los que lucharon por un día mejor y sus nombres quedaron grabado a fuego en la pared del olvido.
Ya no se inflama de alegría tu pueblo, lo colonizó la tristeza; en sus entrañas conviven pilares del miedo, sacerdotes de la hipocresía y mercenarios de la desesperación. En este pueblo, los moribundos exhiben en el pecho el tatuaje de una vida descarriada y una verdad a medias escondida en el alma.
El pasado y el presente se abrazaron a ti, pero el futuro quedó sepultado bajo una pesada lápida de barro y tristeza. No eres nadie y nada guardas en tu mano, solo las arrugas que el tiempo dibujó en tu piel y dejó sin aire una respuesta valiente. Ahora solo eres el humo de una esperanza truncada, la ilusión desechada que alguien programó. Eso eres, hombre, el rostro deforme de una palabra que tu propio fuego convirtió en ceniza.
@butacondelgarci
José Manuel García-Otero