Cuando el otoño remolonea más de lo necesario y las hojas se caen de puro aburrimiento, quiero salir a la calle y evitar ser presa fácil de los francotiradores. Porque el día a día se ha convertido en un milagro a punto de derretirse, el premio por encontrar una mota de verdad bajo las piedras, tal vez la razón de seguir respirando detrás de las cortinas un poco de aire clandestino, algo que te diga “todo bien” bajo una lluvia de palabras envenenadas.
La vida es un péndulo que a veces olvida su trabajo y nos golpea brutalmente, otras veces nos ama con la ternura de un amanecer. En ocasiones, la vida no se acuerda de nosotros y caminamos al amparo del viento como la aguja de una brújula que se volvió loca y nos hunde irremisiblemente en el fangal donde no existe nadie, porque la nada es la seña de identidad de los desconocidos.
Existe tanta perversión en esta tierra que al cabo de la esquina ya nada será igual y solo los perros reconocerán un amigo en medio de la noche. No existe el sol en nuestra playa ni nadie alza la voz en esta iglesia, todo transcurre conforme a los guiones que entregaron los malos discípulos de Orwell y las palabras proscritas quedaron bajo llave.
Ayer encontré en mi buzón un folio lleno de sonrisas y quiero alegrar mi corazón por unos días. Mañana nunca sabes si vuelve a ser mañana o quizás siga en la cola para recoger mi número. Hoy quiero hacerme fuerte y bendecir al hombre que respetó mis piedras. Y también decirle que voy a luchar para que el otoño devuelva mi nombre y la voz que me robaron.
@butacondelgarci
José Manuel García-Otero