Los espacios de la nada

Cómo convertir un proyecto faraónico en auditorio fantasma con goteras.

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En eledificio en el que vivo fue una de aquellas construcciones singulares queaparecieron hace un par de décadas y que intentaron humanizar el ansiadevoradora  del crecimiento de la  ciudad de Valencia recalificando como urbanaparte de la huerta y las viejas zonas industriales. Esta humanización consistió en respetar viejas edificaciones e integrarlas en nuevos edificios donde semezclaba la tradición con la modernidad, la memoria preindustrial con lastendencias arquitectónicas más innovadoras para mayor gloria del arquitecto.Estas mezcolanzas se hicieron con más o menos fortuna o con más o menoscriterio, discutible siempre porque con el criterio pasa  lo mismo que con los Baskin- Robbins,hay helados para todos los gustos.


Elarquitecto que proyectó mi edificio, aparte de proyectar un gimnasio, un parqueinfantil y una piscina,  tuvo a bienconservar una altísima chimenea, hoy anacrónica, en recuerdo de la antiguafábrica de licores que hubo en el mismo lugar donde hoy vivimos un centenar defamilias. En las tardes otoñales de domingo, cuando nadie pasea por la calle,esta chimenea parece escapada de un cuadro melancólico de Giorgio de Chirico.


Miedificio tiene las mismas características arquitectónicas que muchos edificiospúblicos. Pertenecen a una misma época y responden a una misma estética declase y de poder. Pero con una diferencia, para mantenerlos los propietariosseguimos el juego de la pirindola y cuando toca todos ponemos. Desgraciadamenteno sucede lo mismo con la Administración y los edificios públicos, y no seráporque no se recauda. Y aquí quierollegar.


Hacetreinta años comenzó el delirio faraónico de las administraciones públicas conla construcción de costosísimos edificios que ni dieron ni dan cobijo a nada.Aparecieron por doquier centros culturales, auditorios, museos, teatros,espacios multiusos por los que se pagaron cifras astronómicas. La mayoría sonhoy edificios fantasmas por falta de presupuesto para mantenerlos o dotarles decontenido.


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Losejemplos se multiplican por toda la geografía española, desde la inacabadaCiudad de la Cultura, en el monte de Gaiás de Santiago de Compostela,  al Ágora de la Ciutat de les Ciències deValencia, inaugurada hace tres años sin acabar y en la que sólo se hanprogramado dos competiciones de tenis y una semana de la moda. Ambas son dosmuestras de los muchísimos contenedores culturales vacíos, abandonados oruinosos que podemos encontrar en nuestro país. No hay ciudad o pueblo que seescape de esta peste en la que el desinterés político y la escasezpresupuestaria hacen que se junte en el hambre con las ganas de comer. Eso sí,todos estos edificios fueron inaugurados a bombo y platillo, la mayoría envísperas de elecciones para poder arrancar los votos del personal. Luego ladesidia y la nada hizo el resto. Construir no es sinónimo de inaugurar y pasarpor el photocall, sino también de programar y mantener. Ahora que lacrisis económica nos han hecho tocar tierra y aceptar que no sólo tenemosdeudas y más deudas, van camino de convertirse en carísimas ruinas que seránrecordadas por no haber servido de nada para los ciudadanos. Al menos, lachimenea de mi edificio sirvió para echar humo cuando se destilaba anís en laantigua licorera.


Peroaún hay más. Me irrita profundamente que mientras estos contenedores culturalesse derrumban los artistas plásticos carezcan de un espacio donde exponer, losmúsicos no tengan salas donde tocar, los actores no puedan acceder a teatrosdonde trabajar y numerosos cineastas no puedan exhibir sus películas. Además,mientras se ha despilfarrado en la construcción de estos espacios de la nada,miles de escolares han estudiado y siguen estudiando en barracones, se recortay se niega la dotación para las enseñanzas artísticas, se rebajan las becas… Yel futuro inmediato apunta a muchísimo peor ¿Qué futuro tienen los artistas?¿Qué será de un pueblo sin cultura?

 

David Barreiro

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