El sol se cuela por el quicio de una de las fincas semiderruidas del centro. Los inquilinos de las viviendas aguantarán hasta que se les caigan encima o hasta que el propietario se dé cuenta de que con esta crisis no habrá forma de venderlas bajo las expectativas que se creó cuando la burbuja latía.
El tiempo es gélido, las bufandas intercambian mensajes entre sí, lenguas secas sin aliento que se entrelazan por la acera ignorando el gesto de sus portadores, egoístas que usan la calle para deambular, viajar o cruzar sus destinos sin pensar en nada más que en cosas sin repercusión en los medios. Bueno, alguno coge el móvil y efectúa una llamada para alejarse de ese momento íntimo que significa pensar. El de más allá se afana en practicar una visión de 360 grados de inspiración fotográfica; impresionismo tecnológico al abasto de quienes utilizan la escena como plataforma de creación artística, del paso del tiempo medido por negativos digitalizados. Y el grupo más nutrido, el que ha soltado el ancla en los tres metros de luz solar que se abre paso en la plaza emite un murmullo silencioso que corta la monotonía.
Óscar Delgado