Cada palada de ira, cada golpe de gatillo, cada soplo de vida cortado para siempre, nos produce un dolor tan fuerte como el estallido de una ola en plena noche. Nadie puede matar en nombre de nadie. Eso es mentira: matan en nombre de ellos mismos, en nombre de su ambición, de su codicia. De sus miedos.
Esta guerra declarada unilateralmente desde hace años solo pilla desprevenido a los inocentes, ese cruel daño colateral que nos desgarra el alma. En el nombre de Alá, esa gente tiene declarada la guerra al infiel (todo el que no es musulmán sunita) lleva años matando y avisando de sus ataques a Occidente, que es el gran enemigo, el objetivo a destruir.
Sobre la bacanal de odio que sale de la piel de estos febriles iluminados, decía Frederick Kanouté, el ex jugador del Sevilla FC, ídolo de masas y musulmán: “Nuestros textos hablan de paz y amar al prójimo. El Islam nada tiene que ver con la violencia”.
Esta gente que apretó el gatillo nunca habla de vida, ellos quieren navegar en los mares de la muerte; no describen las cordilleras blancas y el vuelo de las palomas, solo trazan con líneas de fuego castillos de destrucción, anaqueles que vomitan violencia, locura que el hombre nunca quiso conocer y ellos desempolvan.
Los jefes de estado de Occidente lo sabían desde hace tiempo, pero nunca hicieron caso. Esta gente, que habla en nombre de un Dios que vomita odio y resentimiento, declaró la guerra contra el mundo y el mundo respondió dándoles la espalda. A veces el silencio hace sangre y la indiferencia desgarra como un afilado cuchillo. Europa miró al lado equivocado y ahora despierta de una pesadilla con manos manchadas de dolor.
Esta sociedad que puebla las calles huele a terror y a metal quemado. ¿Por qué mata esa gente, en el nombre de quién? En medio del silencio reina el miedo y quedan vacías las preguntas.
Foto: @Marga_Ferrer