Adaptación de la vendidísima novela de John Boyle. Nos muestra el Holocausto desde el drama de una familia nazi, una paradoja difícilmente entendible que leída parece amable pero en la gran pantalla resulta de mal gusto.
La película nos lleva al Berlín de1942. Allí un comandante de las SS es enviado junto a su esposa y dos hijos auna hermosa casa de campo situada a escasos metros de un campo de concentraciónnazi. La crueldad que viven los judíos en el recinto cercado contrasta con lainocencia de Bruno (Asa Butterfield),el niño de ocho años que desconoce qué es el Holocausto, las atrocidades queordena ejecutar su padre y la agitación social que envuelve al viejocontinente.
Bruno quiere ser explorador y en unade sus escapadas a escondidas de la gran mansión en la que reside acabaencontrando las vallas del campo de concentración. Allí, separados por unaalambrada de espinos, entabla amistad con Shmuel, un niño judío. La película,adaptación de la novela de John Boyle,recibió una infinidad de críticas. ManohlaDargis, escribió en el New York Times: “Veanal holocausto trivializado, minimizado, con un toque kitsch, explotadocomercialmente y secuestrado por una tragedia de una familia nazi. O mejor, contoda sinceridad: no la vean”.
El niño con el pijama de rayas no esuna película denuncia sobre la tragedia judía. El director nos arrastra a laingenuidad de los niños y la incredulidad ante el horror. ¿Un campo deconcentración o una granja? ¿Un médico que deja su trabajo porque prefierepelar patatas? ¿Un número en la camiseta que esconde un juego? ¿Un pijama derayas en lugar de un uniforme? ¿Un explorador que quiere encontrar al padre desu único amigo? ¿Un padre bueno o malo? Salvo esta última pregunta, que el niñosí llega a formulársela, Bruno vive en su mundo, sin lugar a dudas, mucho mejorque el que construyeron en su día los adultos.
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