Ponte, amigo, en la piel de un hombre o una mujer, en la banda de los 30 años o 60, que están en paro y no tienen cobertura económica, seguro que, si lo haces de veras, tendrás el sentimiento estremecedor de alguien que vive cada instante a escasos centímetros del abismo. Que estás a punto de caerte. Un día sí y el otro también. Pero puede que no haya otro día.
El hombre es fuerte, tan fuerte como un bloque de cemento. No se rompe de un día a otro. Te rompe la estupidez de las personas, el silencio calculado de los demás, la indiferencia de hielo de una sociedad que siempre mira a otro lado del problema. De tu problema. Porque siempre es el problema del otro, no el tuyo.
El hombre es débil, tan débil como el pétalo de una amapola que huye con la primera sacudida del viento. Su cobardía se funde con las dudas y las dudas te queman en la mano, como si vertieran una palada de acero hirviendo o la sombra del mañana nunca existe.
Esa maravillosa máquina que llamamos corazón apenas cuenta. Solo es un hecho incuestionable o definitivo cuando se para y se pudre bajo tierra. El hombre ha dejado de mirarse y solo vive para caminar sin ver sus pasos.
Tenemos que gritar para que nuestra voz aparezca entre una selva de silencio y nuestras manos sientan la fuerza de otras manos. Tenemos que volver a ser como un día fuimos para que nunca dejemos de ser aquellos hombres en quienes confiamos. Nunca la esperanza dejará de serlo. No pierdas de vista al hombre.
Talia García Pascual