Mi oficina es la de todos

Basado en un sistema de trabajo donde perfiles profesionales de distintos sectores comparten el espacio, el ‘coworking’ está encontrando cada vez más adeptos. Esta semana en 360 Grados Press exploramos este método que llegó –para quedarse- desde Estados Unidos.

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Antes de seguir leyendo hasta el final es importante que se despoje de la idea cliché de una oficina. Destierre por el momento esa imagen de cubículos donde cada empleado hace y deshace frente al ordenador. Está bien, eliminadas esas barreras físicas, ya con un espacio diáfano en mente, no crea que los trabajadores que comparten sala también comparten empresa. Ahora sí: hablemos del llamado ‘coworking’.

 

Esta palabra (que viene del inglés, ‘cotrabajo’ o ‘trabajo en cooperación’) hace referencia a un sistema en el que básicamente profesionales de distintas áreas comparten el mismo espacio. El concepto surgió en los años noventa en Estados Unidos y las grandes capitales de Europa, como Londres o Berlín, lo han adoptado con rapidez. También ha llegado a España, especialmente tras el envite de la crisis económica que, por un lado, ha obligado a muchos a cerrar un despacho cuyo alquiler no podían pagar, y por otro, ha empujado a otros tantos al emprendimiento. En una oficina organizada por el método ‘coworking’ lo que se alquila es la mesa, o una sala de reuniones, o incluso se pueden adquirir éstas por horas.

 

 

La flexibilidad, de hecho, es una característica que destaca Gonzalo Navarro, una de las personas que fundó “The Shed Co”, en Madrid. En todo caso, la ventaja más evidente es la reducción de costes, ya que éstos se comparten. Por menos de 200 euros al mes –existen infinidad de tarifas- es posible tener un puesto de trabajo, eso sí, junto con más gente. Según las palabras de Navarro, los perfiles que más optan por este método son “freelances, delegaciones de empresas extranjeras, emprendedores y gente que va a celebrar una reunión de trabajo fuera de su ciudad y no quiere hacerlo en una cafetería, por ejemplo”.

 

Carmel Gradolí, arquitecto y socio de “A contra peu”, en Valencia, añade un matiz más: “Es una forma también ligada a esas personas que no se pueden permitir un despacho y no quieren estar en casa. Y eso funciona”. Precisamente, Navarro asegura que antes de conocer este sistema de trabajo, tenía que hacer muchas llamadas por skype por cuestiones laborales. “Tengo hijos pequeños y de vez en cuando se escuchaba un ‘papá, ¿con quién hablas?’”, comenta entre risas. Haya niños o no, parece claro que salir de casa ayuda a crear una rutina de trabajo.

 

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Ahora bien, tanto uno como otro subrayan un aspecto que se antoja en muchos casos más atractivo que lo que va estrictamente ligado a los hábitos laborales: las sinergias que se establecen entre perfiles de distinta índole. “Tratas con mucha gente, con otro tipo de profesionales y ves que no es tan importante tener tu propio espacio de trabajo”, asegura el arquitecto. Y continúa: “Hay gente muy variada y nos complementamos”. Gonzalo Navarro califica el sistema como “enriquecedor”, puesto que “se crean vínculos totalmente distintos a los que se dan en una oficina convencional: menos forzados y más honestos”.

 

Sin ir más lejos, los ocupantes del coworking de Valencia “¡hasta organizaron una cena de Navidad!”, aporta Gradolí. Los lazos, de hecho, no son puramente humanos, también aparecen los relacionados con los proyectos. En el coworking de Madrid se encontraron una escritora, una pintora y un editor. ¿El resultado? Las librerías tienen un nuevo inquilino entre sus estanterías. “Los negocios nunca se dan en casa; siempre se dan fuera”, recalca Navarro.

 

Más que una sala

Pero, como casi todo en la vida, el método también tiene su tendón de Aquiles. No parece muy recomendable para personas que encuentren la concentración en la soledad o que no soporten escuchar alguna que otra conversación telefónica que poco o nada tenga que ver con su línea de negocio. En este sentido, los defensores del ‘coworking’ mantienen que si alguien requiere hablar mucho por teléfono o tiene, pongamos por caso, un tono de voz muy alto, “puede salir a la sala de reuniones”. “La gente se organiza libremente y normalmente no hay problemas de convivencia”, mantiene Carmel Gradolí.

 

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En estos espacios también suele haber tiempo para los talleres, los desayunos formativos o las presentaciones a las que, según Navarro, “se une quien quiere, sin forzar a nadie en absoluto”. La decoración de estos lugares poco convencionales tampoco podía ser común. “Entre las oficinas de despacho de los antiguos ministerios y las oficinas ‘paisajes’ que vemos en las películas americanas en los años cincuenta y sesenta hay situaciones intermedias, que permiten espacios unitarios y abiertos y también, variedad”, explica el arquitecto Gradolí. En el ‘coworking’ que diseñó y abrió “hay un patio interior, donde se encuentran plantas naturales”. Para Gonzalo Navarro el concepto pasa “por crear un ecosistema, pues va mucho más allá de una simple sala; se trata de ofrecer un entorno y un ambiente agradables” que den pie, claro está, a que el trabajo que se realiza desde allí, dé sus frutos. 


@Lorena_Padilla

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