Un capricho para siete días

Villa Quijano ha pasado a la historia como El Capricho. Situado en el municipio cántabro de Comillas, este palacete es obra del arquitecto Antonio Gaudí, quien tuvo muy en cuenta las pasiones del inquilino para diseñar una residencia exótica y singular.

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En este palacete nada es casualidad. Cada detalle está estudiado, pensado e ideado en dos sentidos: bien para la funcionalidad, bien para el deleite del morador. Máximo Díaz de Quijano (1838-1885) tenía pasión por la botánica, devoción por la música y mucho dinero que gastar. Con esas credenciales encargó a Antoni Gaudí (1852-1926) que levantara la residencia de sus sueños en Comillas, una pequeña localidad cántabra a la que acaricia la brisa del mar bravo del norte.

 

El célebre arquitecto catalán se puso manos a la obra en 1883 y dos años después ya erigía la que fue la primera construcción de calado de Gaudí. Por fuera se antoja singular a primera vista. Muy singular. Es colorista y coquetona, al tiempo que extravagante. De hecho, su peculiaridad motivó a los vecinos de Comillas a bautizarla como “el Capricho”. Pero más allá de la cautivadora fachada, Gaudí dejó para la posteridad unos muros repletos de mensajes ligados a los gustos del indiano Quijano que hizo fortuna en “las Américas”. Cinco son las líneas formadas por los azulejos de girasoles que rodean los muros, las mismas que tiene un pentagrama. Y los acabados de las barandillas de hierro negro recuerdan a las notas musicales.

 

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El visitante, que paga por su entrada, entra a la residencia veraniega por un pórtico con cuatro columnas decoradas con motivos de la naturaleza. Como si de un girasol se tratara, la casa está concebida para aprovechar la luz del sol, pues la distribución de las estancias sigue el reloj natural: dormitorio, cuarto de aseo, sala y cenador con zona para fumar. A medida que avanza el día, el sol se va moviendo abandonando una habitación e iluminando la siguiente.

 

Las vidrieras que adornan el baño parecen ser de las más antiguas de Gaudí. Tanto es así que, según los responsables turísticos del chalé, estudiosos de la majestuosa Sagrada Familia de Barcelona se han desplazado hasta Comillas para observarlas y estudiarlas.

 

Genialidad en los detalles

Llaman poderosamente la atención los dos bancos de hierro dispuestos a modo de balcón en el salón principal donde el piano sonaba a merced de los dedos de Máximo. Difícil resistirse a sentarse en ellos y contemplar el interior de esta estancia desde un punto de vista privilegiado. Las ventanas no son convencionales –como más bien poco de esta casa- y esconden un secreto que se revela al subirlas y bajarlas. Seguramente plantas tropicales traídas de Cuba decoraban el invernadero que, dada su ubicación, es capaz de absorber calor y repartirlo por el edificio.

 

Unas escaleras de caracol no aptas para quienes se mareen con facilidad y no soporten lugares estrechos conducen a la planta de arriba. Y, desde allí, el visitante puede ver con pasmosa claridad los adorno de la torre con minarete. Puede hacerlo casi con tanto detenimiento como el que refleja la expresión de la estatua del propio Gaudí, que observa su creación desde donde está situada, en el jardín. Cerca, una gruta que parece natural, como si siempre hubiera estado allí, aporta todavía más si cabe un halo de diferenciación típico en este arquitecto.

 

Máximo de Quijano, concuñado del primer marqués de Comillas y de quien llevaba los asuntos legales como abogado, volvió de Cuba para instalarse en su palacete diseñado para él con minuciosidad y, lo que son las cosas, murió a los apenas siete días de poner un pie en su hogar. Caprichos, quizás, del destino.


@Lorena_Padilla

 

José Manuel García-Otero

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