Entre dos hitos del arte tan distantes como cercanos

Visitamos las exposición de Jeff Koons y de Jean-Michel Basquiat en el Museo Guggeheim de Bilbao. Dos experiencias tan alejadas en el estilo como en el tiempo, pero cómplices en la esencia antropológica. De la urbanización a la calle, de la sátira a la crítica social, de la “sociedad inflada” a la discriminación racial, del simbolismo de protagonistas de la ficción al encumbramiento de ídolos de raza negra, de las formas eléctricas a una vida fugaz, casi mítica.

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La antesala que recibe a 360 Grados Press en el Museo Guggenheim de Bilbao pasa por la colección permanente de la planta baja, hierática ante los cambios y los nuevos inquilinos de las alturas superiores. Tan hierática como la vertiginosa y sensitiva disposición de las moles de acero de Richard Serra, por las que un visitante novato se pierde entre sensaciones de angustia, sonidos cacofónicos o claustrofobia deconstruida, tanto o más que el griterío infantil de niños turistas que gritan entre tamaños recovecos pensando que es un parque de atracciones. Con todo, Serra es el perfecto anfitrión para las sensaciones venideras, las que esperan en las alturas superiores del recinto: primero, Koons; después, Basquiat.

 

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Un Popeye brillante, coloreado sobre el aluminio pulido que lo sustenta, es el maestro (masivo) de ceremonias de la planta que acoge la Retrospectiva del norteamericano Jeff Koons –autor también de la ya sempiterna mascota Puppy tan colorida que recibe al turista a las puertas del Gunggenheim de Bilbao desde su inauguración en 1997-. Organizada por el Whitney Museum of American Art (Nueva York), en colaboración con el Centre Pompidou (París) y el propio Museo Guggenheim Bilbao, la exposición recoge una muestra de las principales colecciones de Koons, el artista de las miradas infladas que desentraña la realidad más popera, surrealista o dadaísta a partir de la ficción más populista, ésa que es aprehendida por buena parte del imaginario colectivo que transita –o ha transitado- entre el XX y el XXI.

 

Desde las esferas azul eléctrico que agasajan la mirada del visitante por encima de las estatuas de inspiración (e imitación) clásica que las sustentan a modo de puesta en valor del papel de la mujer en sociedades de apariencia; a las estructuras de acero inoxidable pulido de colores vivos: azules, rosas, amarillos…, que agasajan la fantasía infantil de quien las aborda, a modo de estatuas inflables de apariencia tan frágil como de corazón robusto; a los contrastes entre personajes de ficción que enfocan el modelo de sociedad americana, el papel de los héroes como Hulk asociados al de ídolos como Elvis Presley, aunque con la fantasía del rastrillo, la pala y el flotador. Un entramado de obras que compone una colección muy happy, accesible, fácil, divertida, de arte para todos los públicos.

 

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Otros colores, otro concepto artístico, otra sociedad (o la misma)

Tomando uno de los elevadores del recinto hacia la última planta, el visitante despide a Koons a la velocidad con la que da un adiós imaginario (pocos son los que hablan en un ascensor) a la figura del Perro globo de color magenta de la sala principal del nivel que está abandonando hasta que es advertido por el menear de las puertas de que se encuentra ante otra conexión artística, bien distinta, con la sociedad americana. Es la que ofrece la colección interactiva Now’s the time que recorre la identidad y la obra ochentera del Nueva York de Jean-Michel Basquiat. Precisamente, el nombre de la exposición coincide con el de una obra de Basquiat de 1985 y con el título de una de las canciones del artista de origen haitiano y puertorriqueño en la banda Gray, de la que formó parte y que rindió homenaje al tema que con el mismo nombre compuso en 1945 Charlie Parker. Un genio urbano por encima del grafiti, efímero, que se fue a la otra vida a la edad mítica de 27 años, cuando las drogas se lo llevaron un 12 de agosto de 1988. Una edad en la que también apretaron la pausa otros “ilustres desconocidos” como Cobain, Morrison, Winehouse, Joplin, Hendrix…

 

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Inquietante, distinto, directo, espinoso, reflexivo, emocional, fotográfico, musical, reivindicativo, sincero, crítico, satírico, espeluznante… Adjetivos que pueden servir de apellido al calificativo de un ladillo que no hemos incluido para evitar ser injustos con la etiqueta principal que describe el estilo que asalta al visitante primerizo, al que se enfrenta por primera vez a las piezas de Basquiat. Llama la atención que el protagonista negro asalta la sala de exposiciones de forma evidente como grito anre la desigualdad artística tradicional y la racial, algo de lo que, según los vídeos y retrospectivas que acompañan la visita, el artista urbano se quejaba amargamente a través de su forma de expresión principal, además de la música y la fotografía. Así, las paredes, las puertas y otros materiales que recogía de sus largos paseos por las calles de Nueva York los cargaba de mensajes en sus obras, que reivindicaban derechos civiles para todos ante la discriminación reinante.

 

Discriminación racial que también, según Basquiat, había asaltado tradicionalmente al arte universal, carente de la figura del negro como figura reconocida. Por eso él introduce a héroes de raza negra en sus contrastes, dualidades, retratos, escenas de lo cotidiano y alguna que otra provocación. Héroes que lo fueron tanto del deporte como de la música, de la vida, de la ciudad, de la sociedad paralela que él vivió y por la que se hizo merecedor de estar a la altura de los grandes.

 

Basquiat, un hito necesario en un recorrido interactivo con el visitante que propone el muse y que conjuga la Polaroid con el grafiti en una interpretación participativa que cada día acumula mensajes, titulares, fotografías e ideas que se asocian con las que tuvo en su día el genio de Brooklyn.


@os_delgado o @360gradospress

José Manuel García-Otero

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