Confusión

La semana comenzó el pasado jueves –así son estos dos tipejos– con la noticia de la dimisión de Ana Mato, cuyo nombre confundió al jefe de Peláez, que pensaba que se trataba de un chef japonés. Confundido siguió al día siguiente, o así lo consideraba el humilde redactor cuando le contó que medía lo fructíferas que resultaban las reuniones de trabajo por los dibujitos que hacía durante las mismas. Claro que para confusión de verdad, la del pasado lunes, en que el director no recordaba si era hombre o mujer o la de ayer, cuando confesó que su boda, al igual que la de Scarlett Johansson, había sido muy íntima, tanto que acudió sólo él.

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Jueves, 27 de noviembre

 

– Buenos días, Peláez.
– Fantásticos, jefe.
– ¿Por qué?
– Ha dimitido Ana Mato.
– ¿Un chef japonés?
– No, una ministra española.
– No la recuerdo.
– No hablaba.
– ¿Y era ministra?
– Si, jefe, sí.
– Acojonante. ¿Por qué ha dimitido?
– Por la sombra de la corrupción.
– Esa sombra es muy alargada, Peláez.
– Más que la del ciprés de Delibes.
– ¿Qué tenía un ciprés muy alto el tal Delibes?
– Una novela, jefe.
– ¿Una novela alta?
– No, un ciprés dentro de una novela.
– ¿Cómo cabe?
– Olvídelo, jefe.
– No puedo olvidar una incongruencia física, Peláez.
– Nunda deja de sorprenderme, jefe.
– En eso consiste el amor, cariño.

 

Viernes, 28 de noviembre

 

– ¿Qué tal, jefe?
– Fantástico.
– ¿Y eso?
– Vengo de una reunión muy fructífera.
– ¿Ah sí?
– Sí, mire.
– Ahí sólo veo una hoja llena de dibujitos, jefe.
– Cuantos más dibujos, mejor ha salido la reunión.
– No sé yo, jefe.
– Es así, mire estos monigotes de aquí, ¡fantásticos!
– Ya…
– Picasso pintó el Guernica en una reunión.
– No creo, jefe.
– No es cuestión de creer, es así. Las reuniones son fuente de dibujitos.
– ¿Y han tomado alguna decisión?
– Sí, por supuesto. A la próxima llevaremos rotuladores.

 

Lunes, 1 de diciembre

 

– Peláez, es usted un tipo lamentable.
– ¿A qué viene eso, jefe?
– Lo sabe muy bien.
– No, no lo sé, se lo prometo.
– Maldito desgraciado. No se haga el ingenuo.
– ¡Jefe! ¡No sé de qué me habla!
– Váyase al carajo, ganapán.
– ¡Jefe! ¿Qué le pasa conmigo?
– Le estuve esperando cuatro horas, aterido, bajo la torre del reloj.
– ¿Para qué?
– Había reservado la mejor mesa, el mejor champagne, una langosta con pinzas como grúas.
– Jefe, usted y yo no habíamos quedado.
– Eso se lo dirá a todas.
– Jefe, usted no es una mujer.
– ¡Oh, mierda! ¡Ya estamos con ésas!
– Es una evidencia científica, jefe.
– No hay mayor evidencia que el amor que siento por usted. Química pura.
– Mírese al espejo.
– Uy, he de depilarme este bigotito.
– Es un mostacho de cuidado, jefe.
– Es cierto. Además, me estoy quedando calva.
– Jefe, ¡es usted un hombre!
– Ahora que lo dice, algo me suena.
– Claro, jefe. Siempre lo ha sido.
– Pues qué aburrido.
– Aburrido sí que es usted.
– En cualquier caso, tome.
– ¿Qué es?
– La factura de su media botella de champagne y su langosta.
– ¡Si no fui!
– Por eso, tuve que comer y beber por usted.
– ¡Qué cara tiene, jefe!
– Hermosa, a pesar de mi repentina y sorpresiva masculinidad.
– Lleva así setenta años.
– O lo que es nada en la historia del universo.
– Eso es cierto.
– Como todo lo que digo mi amol.

 

Martes, 2 de diciembre

 

– Buenos días, jefe.
– Suba eso unos grados, no calienta.
– Es el sol, jefe.
– Lo sé, Peláez, pero no calienta.
– Estamos casi en invierno.
– Tengo mucho frío.
– Arrímese.
– Mejor. ¿De qué escribe?
– De la boda en la intimidad de Scarlett Johansson.
– Coño, como yo.
– ¿Se casó usted en la intimidad?
– Absolutamente. Fui yo solo.
– Pero, jefe…
– Lo pasé genial. Ceremonia breve, cenorra y barra libre.
– Pero uno no se puede casar solo.
– ¿Por qué no?
– ¿Y su mujer?
– Fue ella la que me dijo que quería una boda íntima.
– ¿Pero dónde está?
– Ahora que lo dice… no la he vuelto a ver desde el día antes de la boda.
– ¿Pero cuándo fue eso?
– En el 64.
– Jefe, usted no se casó.
– ¿Cómo que no? Mire, aún tengo la corbata cortada y me duele la espalda de bailar Paquito el Chocolatero.
– Jefe, es usted muy raro.
– ¡Ummmmmm! ¡Ummmmmm! ¿Lo ve? ¡Cómo muevo la cadera! ¡Qué bodorrio!

 

Miércoles, 3 de diciembre

 

– Aquí tiene, Peláez, la cesta de Navidad.

– Qué pronto, jefe.

– A quien madruga, manzanas traigo.

– No es así, jefe, es a quien madruga Dios le ayuda.

– Lo que sea.

– Jefe, es una cesta vacía.

– Mimbre de primera calidad.

– ¿Y el jamón?

– El jamón no es malo.

– No hay jamón, jefe.

– Por eso.

– Esto va de mal en peor.

– ¿Ah sí? Traiga.

– ¿Por qué me la quita?

– Para que vea que aún podría ir peor. Ahora tome.

– ¿Me la da otra vez?

– Subidón, ¿no?

– Bueno, al menos puedo meter estas castañas que recogí.

– Me las llevo para asarlas.

– ¿Las comemos después?

– Le daré la prueba.

– Pues no se las lleva, la cesta es mía.

– Está bien, Peláez, puede comer la cesta.

– ¿La va a asar?

– Ná, gratinar un poquito.


Los cables de las conversaciones que mantiene Peláez con su jefe (#Pelaezleaks) en la redacción de un periódico de provincias los puedes encontrar a diario en la página oficial en Facebook de 360gradospress.

La foto es de @Marga_Ferrer

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