Tratado de familia

«Magníficos son los cuentos que conforman Agua dura (Ediciones del Viento, 2013), de Sergi Bellver, libro de doce historias de diferente extensión en las que el autor maneja con filigrana los recursos propios del subgénero con una prosa siempre adecuada a la historia».

Sergi Bellver

Ediciones del Viento, 2013

120 pp.

www.edicionesdelviento.es

[Img #19164]
Es el cuento un subgénero narrativo engañoso. Parece lógico tratarlocomo algo menor por su extensión y por el hecho de que, en apariencia, unasimple idea pueda servir para tejer una acción que, contada en unas pocaspáginas, cumpla con su objetivo de satisfacer al lector en un visto y no visto.Incluso existe una opinión generalizada de contraposición del cuento a lanovela según la cual el primero no es más que la resolución de una trama mientrasque a la novela corresponden los conflictos internos y externos, el desarrollode los personajes y, en definitiva, los grandes temas de la literatura. Nadamás lejos de la realidad. El cuento es un subgénero de notable complejidad y esa la vez esencia, puro hueso literario en el que cualquier desliz en suandamiaje conduce inexorablemente a su derrumbe. Dicho de otra manera, elcuento no es una forma literaria menor –Poe o Cortázar lo atestiguaron–, aunqueen su contra quizás juegue el hecho de que abundan en nuestras librerías lostextos breves pero escasean los cuentos, los buenos cuentos.


Magníficos son los que conforman Aguadura (Ediciones del Viento, 2013), de Sergi Bellver, libro de doce historiasde diferente extensión y, por qué no decirlo, hondura, en las que el autormaneja con filigrana los recursos propios del subgénero con una prosa siempre adecuadaa la historia: seca y precisa en ocasiones –es el caso de Propiedad privada, que inicia el libro, o El nudo de Koen– y de mayor cuerpo en otras –Deseo de ser Dimitri o Malahierba–.


En este libro los personajes transitan, más que por territoriosfronterizos, por la tierra de nadie de sus emociones, viven expuestos asentimientos propios y ajenos incapaces de deshacerse de lastres del pasado –elpeso de la memoria– y de encontrar asideros a los que aferrarse en el futuro y,en muchos casos, se mimetizan con los desolados paisajes en los que se mueven.


Agua dura destaca tambiénpor los distintos planos de lectura de cada relato y por una estructura global enla que los dos textos de mayor altura –el citado Propiedad privada y el sublime Islandia–arropan con sus mantas ásperas al resto de cuentos en los que el autor muestrasu destreza con el género y deja entrever sus influencias –Chéjov, Conrad– enhistorias urdidas con precisión y que se elevan con una prosa de gran calidad enno pocas ocasiones, de manera especial en esa suerte de carta de gélido despechoque es Pájaros que llegan a Moscú.


Hay, además, fino humor en estos cuentos, vetas cómicas que, sinembargo, no alcanzan a sus personajes sino que son compartidas únicamente pornarrador y lector pues los hostigados protagonistas han de conformarse con unaamargura que apenas deja hueco para una esperanza que se imagina pero no lleganunca a concretarse.


Pero si Agua dura es un libro extraordinariose debe a un sutil y asombroso acercamiento a ese universo raro y esencial,cercano y al mismo tiempo remoto, llamado familia. Los personajes de Bellver sesienten obligados a querer a sus hijos o hermanos pero no pueden evitar sentircierta extrañeza hacia ese amor impuesto que une tanto como aleja, quepermanece latente pero puede no llegar nunca a empapar porque sus cañeríascontienen tan solo agua dura que no fluye sino que se atasca mientras en otraparte sigue el flujo de la vida.


 

 

Adrián Cordellat

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