Visitamos el Museo de la Minería y la Industria (MUMI) de El Entrego, enclave que pone en perspectiva el peso del carbón en las cuencas mineras asturianas, la reconversión industrial y las características de la vida laboral de un tiempo en que la irrupción sindical, la mano de obra obrera y la dureza laboral marcaron el devenir económico de una zona geográfica castigada en el siglo XXI por las nuevas formas de entender la industria, la globalidad y la inmediatez.
Hace frío, hay mucha humedad y semastica historia, la de un sector inmortalizado entre las paredes del MUMI contoda la perspectiva y la crudeza necesarias para comprender desde la comodidaddel visitante cómo pudo ser (y es) la vida de los mineros, la de unostrabajadores que afrontan tiempos de reinvención ante las nuevas fuentes deenergía y de producción alejadas de los métodos del siglo XIX y de la primeramitad del XX.
El museo acoge en su cuerpo central,de forma cilíndrica, las recreaciones y las leyendas referidas a los primerostiempos de la minería, los aperos empleados para la labor minera, la evoluciónde éstos con el paso de un concepto meramente artesano a un prisma industrialy, desde ahí, a la estructuración de los distintos departamentos de los quedependía una mina hasta la segunda mitad del siglo XX: el pozo minero,laboratorio, la enfermería, la oficina de la pólvora
Un conjunto derecreaciones que permiten al visitante adentrarse con una mezcla entre angustiay de admiración en los trabajos del sector más duro de la industria.
Llaman la atención la composición delos pozos mineros y la representación interactiva a partir de molinos,necesarios para extraer el agua de la mina y para redistribuirla en su interiorpara evitar que los mineros respiraran el polvo en suspensión. Con todo, comoindica uno de los operarios del museo, “si una mina la dejas sin mano de obrase inunda, por eso es necesario bombear el agua y utilizarla con un finequitativo, sobre todo para facilitar el trabajo de los mineros en el interiorde la mina y para humedecer el terreno en el que trabajan”.
Mecanismos expuestos en esta navecentral del museo que, además del uso del agua, rescatan cómo se canalizaban tradicionalmenteen el interior de la mina el vapor, el aire y los materiales necesarios paraavanzar en la tarea de extracción del carbón de hulla. Un sistema de reciclajede recursos naturales tan complejo como artesano que servía para dotar deventilación el interior de la mina y por el que se conseguía que el trabajadorpudiera acometer su labor a cientos de metros de profundidad sin que corrierael peligro de asfixiarse con prevención ante la nefasta respiración continuadadel polvo de sílice, el principal aliado de la silicosis o enfermedad delminero.
De los pozos mineros el visitante setopa en el laboratorio con probetas y utensilios de otra época, o con laoficina de pólvora, que recrea el proceso de fabricación de los explosivosutilizados en la mina e incluso en la caza, tanto desde el concepto másartesano hasta su producción industrial y, de ahí, a la necesaria organizaciónsindical del sector para organizar los turnos de trabajo sin caer en laexplotación de la producción en serie.
Con todo, la salud del minerosiempre ha sido objeto de investigación por parte de la comunidad científica eindustrial, más por un concepto economicista vinculado a la productividad de lamano de obra que por vigilar en modo maternal la salud del minero. De ahí que la prevención se asumiera como uneslabón más dentro de la cadena de producción y la enfermería de las minas seerigiera en centro de referencia diaria para los trabajadores, que debíanacudir a esta instalación cuando aparecieran en ellos los mínimos síntomas osospechas de un bajón de rendimiento antes que caer enfermos y causar en laempresa explotadora un quebranto de tiempo inesperado.
“Después de tener en tu poder lapapeleta de reconocimiento firmada por el Director te presentarás ante mí parael examen consiguiente. Si éste fuera negativo, no te desanimes, pues ya sabesque los trabajos mineros son penosos y las exigencias físicas deben de ser másrigurosas que para otras labores que se desarrollan en ambientes más fáciles”.Avisos como este encuentra el visitante del MUMI en la recreación de una de lasenfermerías de las antiguas minas, lo que nos ubica en sentido orwelliano de laproducción industrial y de la salud del minero.
En la jaula
Pero uno de los atractivos del MUMIes el simulacro de mina subterránea con el que sorprende al visitante. A unahora dada, y por grupos, un operario les convoca en el ascensor del primernivel del complejo. Un elevador que, una vez en el interior, se convierte en lajaula utilizada por los mineros para descender a la mina. El sonido de unasirena, la interrupción de la intensidad lumínica percibida al comenzar elmovimiento y la angustia de estar en un espacio cerrado y opaco se masticanconforme se emprende el simulado descenso a 300 metros de profundidad.
“Donde hay grisú no se puedetrabajar. Avisa al vigilante inmediatamente”. Este es el primer cartel queaparece sobreimpresionado en uno de los laterales de la galería minera delMUMI. Huele a trabajo, a óxido, a humedad, a grasa y a oxígeno respirado. Sinser una mina de verdad, el visitante se topa con la angustia de estar sinestarlo en un sitio hostil.
Es fácil olvidar que está en un museomientras el operario describe a pie de campo cómo trabajan los mineros, cómoavanzan en su quehacer a modo de escalera de terrazas internas para la extraccióndel carbón o qué es eso del grisú, una suerte de gas incoloro que, como explicael operario, los mineros detectaban antiguamente con pájaros enjaulados antesde que llegaran los avances técnicos de la actualidad.
Galerías encofradas, vagonetas paraextraer al exterior el carbón, herramientas ruidosas, toscas y reutilizablesempleadas en los avances de los mineros para asegurar el terreno y evitar losdesprendimientos, poca luz y estrecheces son los registros rutinarios de una profesiónde héroes reflejada a la perfección en un complejo que con el paso de los añossitúa a la minería en el contexto museístico en que el tiempo la ha dejado: lahistoria.
Laura Bellver