El Palacio Real de Aranjuez, una de las residencias de la Familia Real española gestionada por el Patrimonio Nacional, queda relegado, pese a su monumentalidad, a un segundo plano. A su alrededor, unos espectaculares e infinitos jardines tiñen de verde la zona, ofreciendo un remanso de paz y tranquilidad en medio de la ciudad. En 360gradospress hemos querido perdernos entre su espesa vegetación. Nos damos un paseo por los jardines de Palacio.
Haypelículas que no se olvidan. Sucede con Lasamistades peligrosas, de Stephen Frears. Pasa el tiempo sin revisitarla,pero uno no olvida los paseos de sus geniales protagonistas por los jardines depalacio de la Francia cortesana y noble del siglo XVIII. Lujo, traiciones,venganzas, seducción. Nada muy distinto de lo que tuvo que suceder en elPalacio y los jardines de Aranjuez en aquel mismo siglo, cuando Fernando VI yCarlos III dieron bajo su reinado las últimas pinceladas a un proyecto erigidoen el siglo XVI por Felipe II, quien plasmó en un plano del arquitecto JuanBautista de Toledo una idea que ya había rondado la cabeza de los monarcasFelipe El Hermoso y Carlos V: convertir a Aranjuez en una villa regia con unamplio coto de caza.
Asu alrededor, bañados por las aguas del río Tajo, los siglos fueron dejandopara la posteridad una serie de monumentales jardines por los que la Marquesade Merteuil y su viejo amigo el Vizconde de Valmont, interpretados de formamagistral por Glenn Close y John Malkovich en Las amistades peligrosas, hubiesen paseado encantados tramandoperversas y depravadas venganzas con las que mantenerse entretenidos en elMadrid de la época.
Unosjardines que, debido a su enorme extensión, le hacen perder a uno la noción deltiempo y del espacio. La ciudad, a tan sólo unos metros de distancia, quedarelegada a un espacio lejano. Y con ella el tráfico y el ajetreo del día a día.La espesura de la vegetación y los sonidos de la fauna que puebla los jardinesnos trasladan a otra época. Tiempo de carruajes y mujeres de teces pálidas. Erade labradores que mantenían con su sudor los caprichos de palacio.
Paseandopor el Jardín del Príncipe, situado entre el Tajo y la Calle de la Reina, elmás extenso de todos con sus 150 hectáreas, uno puede admirar su abundante yvariada vegetación, plagada de árboles enormes y centenarios, así como susespectaculares fuentes, rematadas por el Estanque de los Chinescos, un lagoartificial con tres islas por cuyo alrededor se pasean libremente unos pavos reales que hacen con sus plumas las delicias de los visitantes. El paseo,durante el que también es habitual encontrarse con ardillas y faisanes, tambiénofrece acceso al embarcadero, mandado crear por Carlos IV, y desde donde losmonarcas iniciaban excursiones de recreo por el Tajo a bordo de sus lujosasfalúas, y a la Casa del Labrador, una construcción de gran riqueza por sucolección de estatuas y relojes de época.
Enlos otros extremos del Palacio Real, otros jardines dotan de color a losalrededores. Los jardines del Parterre, situados junto a la fachada deledificio y conocidos por su jardín de las estatuas, con sus catorce bustos demármol de personajes de la antigüedad. El Jardín de la Isla, rodeado por elagua del Tajo en todos sus costados, se encuentra al norte de Palacio y destacapor sus fuentes con motivos mitológicos que captan la atención de los flashesde las cámaras. Por último, el Jardín de Isabel II, el último en construirse,ya que hasta 1.830 no se plantaron los primeros árboles.
Momentode volver a la vida real. La del estrés diario, el tráfico infinito y lacontaminación por doquier. Resulta que la calma, la paz y la naturaleza noestaban tan lejos. Es posible que el universo de la Marquesa de Merteuil y el Vizcondede Valmont tampoco.
Óscar Delgado