El viento nos llevará

El cine iraní no se ha caracterizado históricamente por su popularidad pero a partir de la década de los sesenta, con la explosión del llamado cine motafavet o cine diferente, la industria de ese país dio un giro y comenzó su salto a las pantallas de medio mundo. Sin embargo, la llegada del régimen islámico revolucionario, con una férrea censura, lastró las posibilidades de rodar en Irán al mismo tiempo que el cine iraní adquirió un creciente reconocimiento internacional. Por Javier Montes

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Penas de cárcel, huelgas, prohibiciones… el régimen de Mahmud Ahmadinejad no es nada permisivo y si vivir en Teherán resulta complicado, hacer una película debe ser un calvario. El director Jafar Panahi pasó casi tres meses en la prisión teheraní de Evin acusado de ser simpatizante del movimiento opositor de la ‘marea verde’. En ausencia de una prensa libre el cine terminó por ser el vector de la crítica social en Irán. Su consagración llegó en 1997 cuando El sabor de las cerezas, de Abbas Kiarostami, obtuvo la Palma de Oro en el festival de Cannes.

El que les escribe quiso descubrir qué esconde el cine de ese país y esta semana se tragó El viento nos llevará, una cinta del citado Kiarostami, rodada en 1999 en la pequeña localidad kurdo-iraní de Siah Dareh. A mi juicio, la localización es sin duda lo mejor de las casi dos horas de una mezcla de cine malo y documental peor. Elogiada por la crítica yo sigo sin encontrar qué buscaba el director. Ni siquiera sigo sin pillar qué nos quería contar. Quizá sea muy básico pero a mi eso de que cuando me pongo a ver una película me dejen pensar –como parece que pretendía Kiarostami- no me va. Yo quiero que la película, al menos, me cuente algo o me encandile por lo que sea. En el caso de El viento nos llevará lo único que me encandiló fue cuando aparecieron de repente los títulos de crédito del final. Digo de repente porque no me esperaba que acabara así aunque podía haber acabado de la misma manera una hora antes y me habría quedado igual.

La película narra con una calma indescriptible cómo un equipo de rodaje –son tres hombres pero sólo vemos a uno, a los otros dos sólo los escuchamos- recorre los setecientos kilómetros que separan Teherán de Siah Dareh para rodar una ceremonia fúnebre tradicional. El caso es que la señora que iba a fallecer sólo agoniza –como la película- sin que ellos puedan sacar la cámara (tampoco vemos ni a la señora ni la cámara). Entre tanto no pasa nada. Hay una escena en la que el protagonista principal (Behzad Dourani, al que en el pueblo llaman el ingeniero) le da una patada a una tortuga de medio tamaño que queda boca arriba. El espectador tiene que ver primero cómo camina la tortuga, luego cómo queda boca arriba y, finalmente, observar su lucha por volver a su posición normal y cómo sigue caminando. Apasionante. Uno, ante semejante escena, o bien flipa con el cine iraní o bien repta por el sofá tratando de no lanzar el mando contra el televisor o caer en un profundo sueño.

El viento nos llevará se llevó el Gran Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia. ¿Sería por compasión o porque realmente es muy buena? Me quedo con la duda porque juro que no la vuelvo a ver.

@JavierMontesCas

Inma Aznar, periodista

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