Sobre el asfalto

Las roderas geométricas de carretillas y transpaletizadoras recorren en múltiples direcciones el suelo gris oscuro de ARCO, tambíén salpicado de flechas, números, letras líneas y símbolos de distintos colores, así como restos de goma de las suelas de los visitantes que llenan los pasillos. Así es el piso de la exposición, una suerte de lengua de alquitrán que se extiende también a las paredes de muchas galerías participantes.

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Lacarretera como símbolo de nuestro época, elemento vertebrador de la realidad yparte esencial de un paisaje y un mundo inabarcable, ha sido elemento nuclearde muchas de las creaciones presentadas en la última edición de la feria dearte contemporáneo madrileña.


El serhumano trata de domeñar el entorno, de cerrarlo con estas cremalleras grisesque le permiten alcanzar lugares remotos y viajar hacia esos horizontes difusosque parecen siempre alejarse, horizontes, por definición, inalcanzables, comose observa en la fotografía híbrida Spaceportde Michael Najjar o en el lienzo Sin título de Alain Urrutia en el que una veladura onírica invade al espectadorenvolviéndolo en una bruma de velocidad.


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Lascarreteras son creaciones humanas para una dimensión no humana que tan solopueden recorrerse con ayuda de una tecnología que, en cierta medida,deshumaniza la realidad, que se vuelve metálica y mecánica. No hay piel nimirada ni color en este espacio, tan solo la grisura y transparencia del aceroy el cristal de unos vehículos que son captados a su paso por un paisaje en elque la presencia humana es tan solo intuida, como sucede en la pintura Northern Ireland (according to Travis) deMiguel Aguirre, en la que loscolores fríos transmiten una inquietante sensación de desasosiego y fragilidad.


También esindirecta la huella humana en la fotografía Inercia1 de Carlos Irijalba. En ella,la luz acota el trayecto recorrido y altera un entorno natural en el que lasramas de los árboles parecen querer cerrarse por encima del asfalto buscandodevolver el aspecto previo a la intervención del hombre en el paisaje. Delmismo modo, el espacio de oscuridad denota una ausencia, un lugar que yapertenece al territorio del olvido. Este elemento –la luz artificial queilumina un tramo de asfalto y la oscuridad del entorno– es también utilizadopor Gabriel Acevedo Velarde en lafotografía de su interesantísimo proyecto Pensandoen la muerte de Pilar Valadie.


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La citada tensióndimensional entre el ser humano y su creación se observa también en laescultura La dimensión del gesto, de Alexandre Arrechea, en la que dosenormes manos sujetan un puente colgante que denota la estabilidad de lo creadopor la firmeza del poder creador.


Otroelemento clave en muchas de estas obras es la idea de soledad del viajero, comopor ejemplo en una de las obras de la galería berlinesa Michael Schultzcentrada en una gasolinera, ese no lugaren el que no hay más que identidades fugaces y pasajeras, un espacio deanonimato alejado del núcleo de roles sociales, de la red de relaciones que setejen en la ciudad difuminada del fondo de la obra.


Por último,la carretera es también espejo de un cielo plomizo que sugiere la llegada deuna tormenta que no alcanzará al ser humano porque ya no está en ese lugar o,si está, se encuentra perdido, como señala el título del inquietante cuadro I do not know where I am de la artistaportuguesa Maríaa José Cavaco.

 

Como yasucede en literatura –La carretera deCormac McCarthy es una de las obras cumbres en la narrativa de la primeradécada del siglo XXI– o en el cine –las roadmovies recogen la tradición homérica del viaje hacia el conocimiento de unomismo– desde el punto de vista simbólico, las carreteras reflejan cambio,búsqueda, itinerancia y parece evidente que estos artistas han sabido captarcon indudable acierto en estas obras la realidad líquida e inestable, comoalquitrán recién colocado, de nuestra sociedad.

Javier Montes

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