Gijón acogió la 49 edición del Festival Internacional de Cine que lleva su nombre. 360gradospress te cuenta qué ambiente envuelve la ciudad esos días
Algo debe tener Gijón para haber sabido mantener en la programación cultural de la ciudad un festival internacional de cine independiente desde la década de los sesenta del siglo pasado. Será por el incansable trabajo de sus organizadores, su buen ojo a la hora de seleccionar las cintas, por el buen ambiente que se genera o por ese público moderno que durante nueve días llena las salas donde se proyectan las películas. Es cierto que en el Festival Internacional de Cine de Gijón (FICXixón), entre las más de medio centenar de propuestas, siempre hay algunas dosis de rarezas difíciles de entender, pero no puede ser oro todo lo que le reluce. Este reproche no debe empañar la ardua tarea, la pasión y el empeño que pone el equipo de José Luis Cienfuegos, director del certamen, por tratar de elevar el listón edición tras edición, y ya van 49.
Atrás queda el año 1963, cuando Gijón acogió el primer Certamen Internacional de Cine y Televisión para la Infancia y la Juventud. No queda muy lejos el inicio de la década de los noventa, cuando de la mano de Juan José Plans, el predecesor en el cargo de Cienfuegos, se hacía lo imposible por meter a calzador a una docena de personas en las salas de cine. Algunos recuerdan aún que lo normal es que hubiera más miembros del jurado que público. Mucho ha cambiado desde entonces. Ahora es necesario pasar por taquilla unas horas antes de la proyección para conseguir entrada y entrar a la sala con tiempo suficiente de antelación si uno no quiere acabar con dolor de cuello en la primera fila o con los ojos achinados en un lateral del entresuelo del Teatro Jovellanos. Siempre hay puristas que critican que FICXixón es una copia de bajo coste de la Seminci o de Locarno pero, sin entrar a valorar esos juicios, sinceramente, qué más da si hay plagio si a la gente le gusta y no hay director, productor o actor que se vaya de la ciudad reconociendo: “Este festival es diferente”. Quizá esos críticos olvidan que FICXixón soplará el próximo año cincuenta velas y que su apuesta es el cine independiente donde la oferta no está al alcance de cualquiera y donde las propuestas son las que son. Por Gijón han pasado actores y directores que luego han lucido orgullosos su estatuilla del Óscar por la alfombra roja.
¡¡¡Cámara, acción!!!
Nueve días ha vuelto a durar el FICXixón que se clausuró el pasado sábado en el Teatro de la Laboral. Fue en una gala conducida por Blanca Romero y Pepe Colubi. Fueron nueve días de ruedas de prensa, encuentros, proyecciones, charlas y conciertos. Nueve días en los que Gijón volvió a vivir un ambiente especial, diferente. Nueve días de noviembre en los que la ciudad, sin llegar a vivir el bullicio estival, recobra una vitalidad que parece que se agota con el cambio horario. Los bares se vuelven a llenar, la juventud se vuelve a fijar en la oferta musical de los locales que organizan conciertos y las tertulias sobre tal o cual película se escuchan en cualquier rincón. No le llega a quitar el protagonismo al Sporting pero vaya si se habla del Festival. Es curioso porque, por lo general, la gente acude al cine a ver qué echan. Sin referencias sobre la película: ni título, ni director, ni actores, ni trama. Da igual. “¡Vamos a ver qué vemos!”, se suele escuchar a la entrada de las salas. Y no es porque la organización no edite año tras año un completo programa de mano que incluye sinopsis y calendario de todas las propuestas. La disculpa es el cine pero FICXixón es más que películas.
Cada día hay un maratón nocturno. A los quince minutos de echarse el telón de las últimas proyecciones se sube el de la Sala Acapulco, situada en el sótano del Casino de Asturias. Allí hay conciertos todas las noches. La sala se llena de festivaleros y no festivaleros. A los primeros se les distingue por su estilo; los gafa pasta que les llaman; y, entre los segundos, hay de todo; desde aficionados al cine y la música hasta despistados que van como las ovejas independientemente de la dirección que lleve el rebaño. Para vivir FICXixón hay que tener aguante. El despertador suena a las ocho y media de la mañana. A esa hora las cafeterías de los hoteles más céntricos de la ciudad se llenan de directores, actores, productores y prensa especializada.
Las mañanas son para los medios de comunicación y los escolares. Ruedas de prensa, pases cerrados, entrevistas y fotos. Es raro no ver alguna sesión de fotográfica en la playa de San Lorenzo o en la Plaza Mayor. Los estudiantes acuden al cine en masa acompañados por profesores que ven las películas que se proyectan siempre en versión original subtituladas- una buena alternativa para el aprendizaje del inglés, el francés o el idioma que se tercie. A la hora del almuerzo el ambiente se traslada a las sidrerías. En esta época del año la mayoría ya lucen carteles anunciando que hay oricios (erizos de mar). La combinación escanciado y cucharilla es un placer tanto para los oriundos como para los extranjeros que ojipláticos observan la destreza de los camareros brazo en alto. Más de uno habrá pensado en una historia y sacar la cámara. Mucha tertulia rápida porque antes de que sean las cinco empiezan nuevamente las proyecciones.
El festival pasa volando. A medida que se van arrancando hojas del calendario empiezan los comentarios sobre cuál ha sido la mejor película en según qué categoría. Hay varias. En función de qué nos interese hay que acudir a un centro cultural, a la Universidad o a los Cines Centro. FICXixón tiene muchas sedes y un abanico muy amplio de propuestas. Lo ideal es empollarse primero el programa de mano, elegir, ver y puntuar (si es de la sección oficial). Este trabajo inicial nos permite esquivar algún que otro tostón que siempre se cuela en la programación y acercarnos un poco a las historias que nos pueden llamar la atención. De todos modos, dejarse llevar tampoco es una mala opción. Todo lo que se proyecta en FICXixón es diferente, no en vano no deja de ser un festival de cine independiente.
FICXixón es otra buena disculpa para venir a Gijón, una ciudad que es de prever que el año que viene disponga de sus mejores galas para acoger las bodas de oro de un certamen que en esta última edición premió a El Estudiante, del argentino Santiago Mitre. Ahora, pasados unos días de la clausura del festival, las salas de cine vuelven a estar desiertas y ya no hay conciertos en la Sala Acapulco ni tertulias de cine en el Scourmunt o en El Patio de la Favorita, los hoteles están semivacíos y en las sidrerías ya no se habla de escenas ni de actores ni de directores ni de largometrajes y cortometrajes sino del Sporting de Gijón y de que este sábado viene el Real Madrid. Está claro, la película ha terminado.
A continuación, plasmamos las críticas de las películas más destacadas del certamen (Por Javier Montes)
El Estudiante
El joven director argentino Santiago Mitre se aventura por primera vez en solitario con El Estudiante, una película que ya obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Locarno y que aterrizó en el Festival Internacional de Cine de Gijón la semana pasada sin hacer mucho ruido y se fue con tres galardones y encumbrada como la ganadora de la edición número 49. Con solo 31 años, está claro que Mitre ha sabido conectar con el público en Gijón fue distinguida por el jurado oficial y el jurado joven- aunque a quien aquí escribe sobre ella le dejó un cierto tufo a historia enlatada, conocida y un tanto pretenciosa.
Roque Espinosa (Esteban Lamothe) es un joven del interior de Argentina que llega a Buenos Aires para estudiar en la Universidad. Casi de repente, sin ni siquiera llegar a abrir un libro, se va metiendo poco a poco en la política estudiantil. Hace amigos, conoce chicas, practica sexo muchos tópicos. El clásico de conocer en profundidad a una profesora, Paula (Romina Paula), quien le introduce aún más en la militancia. A partir de ahí Roque empieza a asistir a reuniones, a organizar encuentros, a pactar acuerdos
La película llega a tal extremo que uno olvida que en juego está el Rectorado de la Universidad de Buenos Aires. Más bien parece que la meta es la Casa Blanca. Surge entonces la ponzoña que siempre hay detrás de cualquier sillón vacante. El sí y el no, el paso por el aro o me descuelgo, el digo pero no hago, el submundo del fin justifica los medios. Traiciones, desengaños Nada nuevo bajo el sol pero por alguna extraña razón la gente que ve esta película cree que si la juventud actual actuara como Roque no tendríamos que lamentarnos cada día de arrancar una nueva hoja del calendario. Yo había tachado la sinopsis del folleto antes de que empezara el Festival y, una vez vista la cinta ganadora, creo que no me había equivocado. Eso sí, que no esté de acuerdo con el jurado no implica que la semana de cine que vivió Gijón desmerezca en absoluto. De hecho ya arranco las hojas del calendario para asistir el año que viene a sus bodas de oro (y sin lamentarme).
Michael
¿Quién no recuerda el caso de Natascha Kampusch? Aquella joven austríaca que fue secuestrada por Wolfgang Priklopil cuando tenía diez años de edad y que permaneció en cautividad por durante más de ocho hasta que logró fugarse. Durante su confinamiento aquella chica vivió en un zulo en el sótano de la casa de su captor. Cerrado, sin ventanas ni luz del día. Poco a poco fue logrando privilegios, hasta el punto de que le permitieron salir al jardín.
Michael, la ópera prima del austriaco Markus Schleinzer nos lleva de lleno a recuperar la memoria de Natascha Kampusch. Es un relato crudo y perturbador, una ventana a una historia que bien podría estar ocurriendo actualmente en cualquier rincón del mundo, incluida la casa de tu vecino. Michael (Michael Fuith) es un trabajador de 35 años que llega a casa donde supuestamente vive solo pero donde prepara la mesa para dos personas. El segundo comensal es Wolfang (David Rauchenberg), un niño de diez años que malvive secuestrado en la planta baja de la vivienda. Hay abusos sexuales, maltrato psicológico. La película provoca al espectador que siente la impotencia de no poder descargar su ira con el captor.
El director no recurre a escenas desagradables, no hace falta, el efecto tal vez es mayor.
Michael se relaciona con compañeros de trabajo, va a esquiar con amigos, recibe el cariño de su familia pero muestra siempre un lado serio y gris. Nadie desconfía. La vida transcurre lentamente pero eso no resta un ápice de interés a la cinta que te atrapa a la espera de un desenlace. Hay guiños, pistas que nos conducen a pensar que el cautiverio de Wolfang está a punto de terminar pero nunca llega.
A pesar de la crueldad del relato Markus Schleinzer consigue que acabemos la película cantando Sunny de Boney M. No es broma, pruebe a verla y me dará la razón, además no creo que se arrepienta.
Vol spécial
Ginebra, la ciudad que alberga la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos o la sede central del Comité Internacional de la Cruz Roja, también acoge la prisión de Fambroise, un centro de internamiento donde los extranjeros extracomunitarios esperan en cautiverio su deportación. Las autoridades helvéticas presumen del buen funcionamiento de este penal y lo consideran un modelo a seguir para los casi trescientos que hay repartidos por toda Europa.
Suiza es el país con las leyes más restrictivas sobre derecho de asilo e inmigración extraeuropea del viejo continente. El superlativo endurecimiento de estas normativas fue aprobado en referéndum por los suizos en el año 2006 y podría resumirse de la siguiente manera: puertas abiertas a los ciudadanos del Espacio Schengen y candado para los extranjeros extracomunitarios, salvo aquellos con un alto nivel de estudios y formación profesional. Se calcula que en Suiza hay más de cien mil trabajadores clandestinos y una tercera parte se cree que están ocupados en negro en el servicio doméstico. Es decir, los habitantes que votaron a favor de endurecer las leyes son ahora quienes se aprovechan de ello. Suiza ha conseguido crear dos categorías de seres humanos: los europeos y los no europeos y estos segundos tienen menos derechos que un perro.
El director suizo e hijo de inmigrantes españoles, Fernand Melgar, compitió la semana pasada en la sección oficial de la 49 edición del Festival Internacional de Cine de Gijón con Vol spécial, un duro documental grabado en el centro de reclusión para inmigrantes de Fambriose. La película es una llamada de atención a la guerra muda que libra Europa contra los inmigrantes. Melgar mete las cámaras dentro del penal para contar casos reales de seres humanos tratados como bolsas de basura. A la espera de juicio, la treintena de inmigrantes que esperan veredicto pasan las horas haciendo deporte, componiendo música, leyendo y contando las horas para que lleguen esos sesenta minutos de la semana en que sus familiares o amigos pueden ir a hacerles una visita. Son presos en toda regla. Pocos consiguen la libertad. La mayoría son deportados a sus países de origen en un vuelo especial. Melgar muestra el sufrimiento y el dolor de estas personas que dejan atrás lo que ya era su casa. Trabajadores infatigables que solo quieren vivir mejor, que no han cometido ningún delito más que el de haber nacido en África o en Kosovo. Que pagan sus impuestos y han formado una familia y tienen su hogar en Suiza, el que es ya su país, su casa.
El equipo de Melgar dedicó seis meses de observación para establecer una relación de confianza tanto con el personal como con los detenidos en Fambriose y durante dos meses se dedicó a grabar. Es un trabajo meticuloso. No hubo censuras. El gobierno helvético presume de su prisión y del trato que, a su juicio, reciben los “internos” no presos.
Las imágenes hablan por si solas, solo hay diálogos, no hay comentarios en off. No hace falta. Melgar nos hace visible algo invisible y parece que eso no es lo que esperaban los suizos que han prohibido la proyección de la película en los colegios y que tachan a Melgar de “terrorista de extrema izquierda”. El director de origen andaluz ya está trabajando en un nuevo proyecto. Ha seguido a seis de estas personas deportadas y ha rodado imágenes en sus países de origen un año después de su expulsión. A partir del mes de marzo se podrá ver en su web.
Yo ya he puesto una marca en el calendario. Quiero seguir viendo lo que los gobiernos nos ocultan. Trabajos como el de Fernand Melgar se ven pocos. No se lo pierda.
S.C.