Nos ponemos a salvo

360gradospress recorre los refugios antiaéreos de la guerra civil en Valencia

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Huele a humedad, la respiración no carbura, es inevitable evocar a la gente hacinada en su interior pero, por mucha imaginación que se tenga, la temperatura fresca y la distancia histórica hacen inviable la recreación del miedo que debió sentirse entre sus paredes. En el año en que se cumple el 70 aniversario del final de la guerra civil española, 360gradospress ha recorrido los refugios antiaéreos que aún se mantienen en pie en la ciudad de Valencia. Llegó a haber más de 250, hoy apenas quedan 10, enclavados junto a instituciones, colegios, plazas e, incluso, convertidos en casal fallero o en tienda. Esta semana nos ponemos a salvo en su interior.

La mayoría de los refugios antiaéreos se construyó entre los meses de agosto y diciembre de 1936, a raíz de los primeros meses del estallido de la guerra civil. Todos ellos contenían como reclamo unas letras de molde, en unos casos de color blanco, en otros de color oscuro, que, diseñadas por Josep Renau bajo una estética art decó de influencia bauhausaniana, aún pueden distinguirse en algunos de los refugios que se reparten por la ciudad. En 1937 llegó a haber cerca de 260 cobijos contra los bombardeos, muchos de ellos privados. “Obviamente, la gente en lo primero que piensa, independientemente de la época en la que les toque vivir, es en su seguridad”, expone uno de los conocedores de la historia de estos refugios, Matías Alonso.

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Hormigón, algas y maíz
Como coordinador del grupo para la recuperación de la memoria histórica de la Fundació Societat i Progrés, Alonso explica que “la población civil se mostró indefensa, ya que era la primera vez que se bombardeaban zonas de civiles en Europa”. Precisamente, y a tenor de la seguridad mencionada, la Junta de Defensa Pasiva ideó un sistema de refugios “único en el continente”. Las condiciones del suelo valenciano “con un nivel freático que cuando se profundizaba en las excavaciones enseguida comenzaba a salir agua, y ante la carencia de la tecnología necesaria para superar ese contratiempo, aconsejó que los refugios se construyeran a la mínima profundidad posible”. Por este motivo, según Alonso, “hubo que inventar una obra de ingeniería novedosa basada en una superestructura compuesta de hormigón, algas y peladuras de la panocha del maíz para suplir la falta de profundidad y poder absorber la onda expansiva en caso de caerle una bomba encima”.

Casal fallero y bar
De los refugios que hoy quedan en pie, en el que mejor se aprecia ese sistema de protección añadido al armazón exterior se ubica en la calle Alta. Es el actual casal fallero de la comisión Ripalda-Sogueros y conserva el letrero con letras de molde en negro que, a modo de ideograma, servía de reclamo fácil para identificar el refugio, incluso para aquellos que no sabían leer. Asimismo, y como un champiñón, se superpone la techumbre gruesa construida con los materiales mencionados que, además, soporta las chimeneas para la ventilación del recinto y unos carteles añadidos de una conocida marca de cerveza con el nombre de la falla.

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Con todo, el sistema de aireación es común a todos los refugios, así como la instalación de colectores para la evacuación de aguas. Lo que pocos podrían imaginar hace 70 años es que los recintos del miedo se convirtieran en casales y en bares. Muy cerca de la sede de la Delegación del Gobierno de la Comunidad Valenciana, en la plaza de Tetuán, encontramos un bar denominado Refugio con la misma tipografía que la del resto de cobijos. A espaldas de este local, en la calle Espada, se ubica el refugio al que hace mención. De propiedad privada, hoy está abandonado y con su entrada tapiada, donde sólo se distinguen dos de las siete letras del nombre. El propietario del bar asegura que “son muchos los profesores que vienen con grupos de escolares a sacar fotos, también clientes curiosos que preguntan por el origen del nombre y otras personas que piensan que es un refugio de caridad y vienen a pedir”.

Refugios de patio de colegio
Uno de los refugios a los que pudo acceder 360gradospress se ubica en el patio del Instituto de Enseñanza Secundaria Luis Vives. Con capacidad para albergar a 1.200 personas es de los mejor conservados y de los más amplios que se construyeron durante la guerra civil, junto a otro que se descubrió hace dos años en la Gran Vía al realizar las obras de ampliación del metro de Valencia, hoy tapiado, y que dio cobijo a 1.000 civiles. Conforme se desciende por una escalera empinada, la sensación de humedad comienza a manifestarse en contraste con el calor del exterior. Huele a humedad y estar en su interior es claustrofóbico. Compuesto por cuatro galerías y siete pasillos, los techos son abovedados con arcos de medio punto. Parece que el tiempo se ha detenido, el teléfono móvil pierde la cobertura y la cabeza comienza a intentar recrear lo que allí pudo vivirse. Misión imposible.

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Otro instituto, el IES Grao, esconde en su patio el refugio más particular de todos los que se mantienen vivos: está construido en superficie. Al ser el que más cerca se ubica del mar, las dificultades para excavar eran mayores y hubo que reforzarlo en superficie. A punto de ser derruido, conserva la estructura original pegada a las paredes del instituto, inaugurado, a pesar de la existencia de este refugio, el pasado mes de febrero. Es una especie de capilla con arbotantes castigados por el paso del tiempo, que contrasta con la modernidad del centro de enseñanza.

El colegio Balmes y el de Las Trinitarias conservan sendos refugios, aunque el acceso a los mismos, especialmente en el caso del primero es más complicado. En el segundo, se puede encontrar aún en su interior la marca de la riada que inundó la ciudad en octubre de 1957.

El ‘archivo’ del Ayuntamiento
Junto a las cocheras del consistorio de Valencia, bajo un patio interior en el que se acumulan las herramientas del personal de mantenimiento, encontramos otro refugio. Pasó inadvertido durante muchos años y en la actualidad acumula papeles de campañas turísticas pasadas de moda, carpetas de papeles municipales de los ochenta y de los noventa, archivos amarilleados y otros documentos de escaso interés, ya que la humedad del recinto es uno de los principales enemigos para la conservación del papel. Destaca por su simetría, con una entrada y una salida separadas por cinco galerías que cobijarían a entre 300 y 500 niños del colegio que antiguamente albergaba parte del actual edificio del Ayuntamiento.

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Protección
En la calle Serranos queda para el olvido otro refugio con la puerta tapiada, como le puede ocurrir al que ha servido de tienda de moda durante los últimos años en el número 11 de la calle Periodista Azzati y del que cuelga un cartel de ‘Se traspasa’ . En este sentido, Matías Alonso defiende la necesidad de preservar “este patrimonio público para hacer de los refugios un uso didáctico por la paz y de ejemplo de cómo la población civil, de izquierdas o de derechas, se organizó para protegerse; para dar vida y no para dar muerte”.

S.C.

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