El periodismo deportivo, manga por hombro

El último escándalo con Piqué de protagonista pone de relieve las miserias de un sector en el que la falta de rigor y el fanatismo están cada vez más extendidos.

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No es el futbolista catalán un ejemplo de respeto y fair play fuera de los terrenos de juego, donde sus constantes burlas y alusiones a su eterno rival le ha convertido a partes iguales en punta de lanza y centro de la diana, según el sector que le juzgue. Quizá eso haya contribuido a alimentar el fuego de una hoguera que durante el pasado domingo alcanzó uno de sus puntos más álgidos. Sí que pone de manifiesto el mal momento que vive nuestro periodismo deportivo, si es que así se le puede seguir denominando. Una foto acompañada de un comentario en redes sociales corrió como la espuma y fue elevada a categoría de noticia por muchos de los medios de referencia, ocupando sus portadas digitales y dejando incluso en un segundo plano el encuentro que en ese mismo momento se jugaba. El contraste y el rigor, como tantas veces ha ocurrido últimamente, se vieron derrotados por el olor a carne de retuit y botón de compartir en Facebook. Hasta Juan Carlos Rivero, narrador de la retransmisión que realizaba TVE —ente público, recordemos—, manifestó su opinión en directo.

 

Porque es de eso, de opinión, de lo que se nutre gran parte del contenido que hoy en día es distribuido por los medios que dicen dedicarse al deporte. Es uno de los ingredientes principales del que también forman parte el fanatismo, la toma clara de posiciones contra el máximo rival —que viene fundamentalmente determinado si el medio se edita en la Meseta o a orillas del Mediterráneo—, y la búsqueda de la anécdota para ser tratada como cuestión de estado. 

 

Hace mucho tiempo que es imposible ver en las cadenas generalistas el resumen de un encuentro de fútbol como mandan —o al menos así lo hacían hasta hace relativamente— las facultades de Periodismo y los grandes maestros del registro. Las piezas se han convertido en un popurrí de imágenes inconexas y sin linealidad temporal en el que se mezclan declaraciones de los jugadores, opiniones de los aficionados a la salida del estadio, llegadas en coche deportivo caro a los entrenamientos e incluso tomas en la que el periodista —la periodista, en muchos casos— es elevada al papel de protagonista exhibiendo su cercanía con los futbolistas. Una dosis que se incrementa en cantidades industriales cuando no rueda el balón para dar lugar a una fórmula que no dista mucho de los programas del corazón.

 

Mientras en el resto de Europa aún sobreviven diarios que abren en portada con eventos que tienen lugar incluso en ligas de fuera de sus fronteras, en España son líderes de audiencia periódicos que llegan incluso a obviar o relegar a un espacio mínimo los logros de equipos rivales de sus audiencias o a tomar partido de sus adversarios. Como lo son también los programas donde los tertulianos gesticulan con vehemencia, vociferan e incluso insultan mientras son jaleados o rebatidos por mensajes sobreimpresos en las pantallas. Cuando en países de gran tradición futbolista el narrador sigue limitándose a describir con objetividad lo que ocurre en el campo del fútbol o a dar datos estadísticos, nuestras cadenas saturan de voces las retransmisiones, en las que las intervenciones están repletas de subjetividad, juicios de valor e imperativos hacia uno y otro equipo, llegándose incluso a olvidar la razón de su presencia: se juega un partido de fútbol. Porque no conviene olvidar que el deporte rey ha canibalizado a otras disciplinas de gran éxito y tradición en nuestro país, por mucho que los medios se empeñen en mostrar una postura fingida de apoyo en los momentos puntuales de éxito. 

 

Grandes profesionales aún resisten gracias a la apuesta firme de sus empresas informativas, pero son los menos. El modelo ha calado y parece ser la única forma de conseguir presencia ante una audiencia que lleva años siendo educada en esos términos y que ya no sólo se divierte con lo que sucede en el terreno de juego, sino también aupando mitos a los altares o quemándolos en la hoguera. Quizá todos —jugadores, periodistas, empresarios, aficionados—, tengamos nuestra parte de culpa. Como también la solución. 


@ivan_munoz

 

 

 

 

 

Iván J. Muñoz

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