La paradoja de la vacuidad

La Fundación Chirivella Soriano, en su sede del Palacio de Valeriola de Valencia, acaba de inaugurar una exposición en la que repasa algunas etapas de la trayectoria del pintor Javier Calvo (Valencia, 1941) dominadas por la geometrización. Una exposición turbadora que reflexiona sobre la geometría, la línea, el color y el vacío. Una exposición que indaga en un peculiar pathos vital y polisémico en el que se establecen múltiples diálogos, tanto entre las mismas obras como con el propio edificio gótico que las alberga y, por supuesto, con el propio visitante, cuya mirada da sentido a todo. Pero hay que mirar.

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La exposición está estructura en tres partes diferenciadas por la cronología y a las que la propia obra expuesta da solución de continuidad.  La primera parte se centra en la etapa de abstracción geométrica del artista (1969-1977), una de las más valoradas por la crítica. Aquí se muestra una selección de obras pertenecientes a diferentes colecciones privadas en las que predomina la geometría básica (líneas, círculos, triángulos) y las tintas planas para evolucionar hacia el descubrimiento de la volumetría, con unos peculiares efectos ópticos y juegos de luz que sirven de arranque a los trabajos más recientes de Javier Calvo. Dibujo y color, trazo remarcado y una paleta en la que dominan el azul, el violeta y el verde. Una paleta que el pintor convierte en un instrumento de investigación en su búsqueda de emociones, sentimientos. Pathos.

 

La segunda parte recupera la figura. Figuración geometrizada, indagación en la forma geométrica como célula compositiva de la forma. Un peculiar calidoscopio en el que Javier Calvo homenajea a ciertas imágenes icónicas de la historia de la moda. Esta interesante etapa arranca en 1995 con Glamurosas y culmina en la etapa de Geometría y Moda (2006-2011). La figuración informalista y matérica de Glamurosas dio paso a una depuración del dibujo, a una geometrización en la que se la línea curva es negada  y se apuesta por las formas poligonales en unos peculiares mosaicos evocadores de las vidrieras góticas. Así se compone la forma y se invita a un  ejercicio de la memoria, a la percepción/reflexión del icono. Esta geometrización también conduce a una arquitectura pintada, ficticia y reminiscente. Siempre que veo alguna pintura de esta época de Javier Calvo no puedo dejar de pensar en Praga y en el edificio Ginger y Fred del arquitecto checo Vlado Milunic y el norteamericano Frank Gehry.

 

La tercera parte de la exposición está dedicada a la Vacuidad (2010-2014). Noto a faltar,  y es mi opinión personal, algunas obras de Javier Calvo de su etapa centrada en la arquitectura yemení e ibicenca que sirvan de puente en entre las otras dos etapas y esta última.  Con Vacuidad desaparece la figuración y conectamos con la abstracción geométrica inicial, aunque solo aparentemente. En realidad estamos ante una especie de evocador trampantojo geométrico en el que se construyen peculiares perspectivas con esas oquedades abiertas al vacío que nos obligan a mirar de manera cultural y convencional, a la occidental. Un vacío blanco, blanco roto en el que se nota la pincelada, en el que formalmente se  establece un punto de fuga inquietante. Blanco frente a una concepción leonardiana y azul del abismo. Luz frente a un cromatismo recio. Vacío frente a plenitud. Una oquedad que no deja de ser una invitación platónica.

 

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Hay que contemplar estos cuadros de Vacuidad. Hay que inquietarse con ese impresionante Vano de la catalepsia. Hay que hablar con ellos, pero sobre todo verlos. Desgraciadamente no vemos. Somos ciegos y vacuos ante la obra de arte. Quizás por ello me interese tanto este nuevo planteamiento de Javier Calvo. Un artista fructífero, interesante al que, como él mismo declara, su vinculación con el mundo de la moda le ha banalizado hacia ciertos sectores del arte. Tal vez por ello con vacuidad lanza un gran sarcasmo. Esas oquedades blancas, estas perspectivas tremendamente decorativas encierran una gran risotada, un enorme sarcasmo geometrizado, porque la sátira forma parte de la paradoja del arte contemporáneo. Follis, en latín, era el vacuo, el cabeza hueca.

 

Pero volvamos una vez más a la paradoja. El día de la inauguración más de cien personas, muchas de ellas lo más granado y sofisticado de la sociedad valenciana, acompañaron a Javier Calvo. Se saludaron, se hicieron fotos, y muy  posiblemente, como suele suceder en estos casos, ni siquiera se detuvieron a mirar las obras, ya no digo leerlas y ni mucho menos esforzarse en una mirada estética. Una estruendosa vacuidad frente a la invitación a vacuidad pictórica. Luego, como siempre suele pasar, las obras caen en la más tremenda de las soledades en la sala de exposición, en el más complejo anacronismo. Ni vistas en el bullicio ni vistas en el silencio. Una pena para la que reclamo un lenitivo. Yo visité la exposición dos días después de la inauguración y estuve solo. Creo que el arte merece una mayor atención por parte de la ciudadanía. Se habla de arte, de libros, de música, pero se consume. Tal vez deberíamos reflexionar sobre nuestra propia vacuidad ante estos cuadros de Javier Calvo. Sin duda, una de las exposiciones más interesantes del otoño valenciano. No debemos olvidar que las obras de arte existen cuando las miramos y cuando las recordamos.


@manologild

S.C.

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