Sydney, de cerca ganas mucho

"Pienso en cúanta gente hace exactamente lo mismo que yo con sus cámaras para arrojar las imágenes de la fachada, desde cualquiera de sus puntos, a internet, a las redes sociales, a los blogs y a cotos más privados. Día a día, semana a semana, mes a mes, píxel más píxel, sin parar, sin parar, sin parar…".

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Hasta la semana pasada, para mí el soporte de la foto del Teatro de la Ópera de Sydney era una página del libro de “sociales” en los tiempos de la EGB. No sé si se utilizaba para explicar el concepto de antípodas o por otro motivo, creo que la imagen de la impresionante construcción de Jørn Utzon era parte en los ochenta de lo que un libro para escolares tenía que contar acerca de como los padres de todos los niños habían terminado de decorar, en aquel entonces, el mundo.

Y algo debe tener la imagen que centra mis reflexiones unos cuantos añitos despues y durante una mañana de otoño en Sydney. Pienso en cúanta gente hace exactamente lo mismo que yo con sus cámaras para arrojar las imágenes de la fachada, desde cualquiera de sus puntos, a internet, a las redes sociales, a los blogs y a cotos más privados. Día a día, semana a semana, mes a mes, píxel más píxel, sin parar, sin parar, sin parar… ¿a qué [Img #13173]
velocidad rejuvenece esa vieja foto del libro de “sociales”? ¿se empachará algún día internet de fotos del Teatro de la Ópera? ¿Mostrarán exactamente las mismas paredes y las mismas curvas  los ciber documentos del año 2.200 que los del 2.150, 2.100 o los que me he llevado del sitio en 2.011? Y, si es así ¿perderán su valor y habrá alguien que diga ‘limpiad la red (o lo que sea), hay lo mismo demasiadas veces y es un lujo tener tanta memoria’? ¿crearán los amos de las redes del futuro ciber-cementerios o ciber-asilos para aquellos contenidos vistos hasta la saciedad y que no hacen más que esquilmar espacio a las novedades del futuro? “Bienvenido a ‘la nube’ de la década de los 30, esta es ‘la nube’ de la década de los 70 (del siglo XXI, se entiende. O del XXII o del XXIII), lea una selección de los mejores mensajes cortos de la época”. Quizá sea este uno de los (¿preciados?) trabajos de los hijos de nuestros nietos, cabeza abajo parece que el cerebro funciona de otra manera…

No sé hasta que punto atribuirle mérito a la ciudad en el afloramiento de tales reflexiones pero, seamos justos, algo debe aportar, al menos la posibilidad de pasear por entornos, ahora sí reales y no virtuales, muy bien construidos y mantenidos. Porque eso es Sydney, en esencia. Un destino caro y antipático por las 23 horas de avión a las que obliga (¿cuando se verificará en las aerolíneas aquello de ‘quien paga, exige’?), una delicia para ser recorrida con calma cuando se llega a ella. Y un lugar donde, en general, todo está muy bien explicado. Por ejemplo y sin haber abierto la maleta aún, la obtención digital del visado, que además es gratuita. Eso sí, el nivel de vida no es barato. Un ejemplo, el traslado en tren del aeropuerto internacional al centro sale por unos 12 euros.

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Hay Sydney, Sydney (lo que se diría ‘el Sydney de toda la vida’ que realmente lo es desde la llegada de penados ingleses en el siglo XVIII) y hay alrededores. Del primero y aunque el primer acercamiento que da ‘Google map’ es una barbaridad de calles, el visitante, tomando como “estrella polar” en su navegación el Teatro de la Ópera se va a mover por la estación marítima (y también de medios terrenales, intercambiador en suma) de Circular Quay, sus restaurantes y lugares para el ocio, los paseos del propio teatro con vistas al puente que cruza la Bahía y, alternativamente, según el lado en el que se encuentre, los jardínes del Real Botánico o The Rocks, una de las zonas con más ambiente nocturno y artístico de la ciudad.. En una orilla el bullicio intercultural y en la otra la tranquilidad de unos jardines con praderas inmensas en las que se hace pic-nic, se leen libros o se descansa y surgen reflexiones como las que he acoplado al comienzo de este texto.

Hay una segunda zona, paralela a la anterior, llamada Darling Harbour. Con más fondo y, por lo tanto, más espacio para caminar las atracciones diseminadas por las orillas o incluso en el agua tratan de atraer a partes iguales la atención y los dólares de quienes estén allí. Hay restaurantes en las dársenas, hay restaurantes flotantes, se ofertan diferentes tipos de navegación o vuelo por aguas y cielos y hay también, según el momento del año, festivales callejeros. Además de una amplia oferta de bares musicales, todo en el mismo espacio. Chinatown y su mercado, el parque del Centenario, Hyde Park y la catedral de Santa María o King´s Cross son también lugares de recomendable visita. Y para los deportistas, por supuesto, la villa e instalaciones olímpicas.

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Pero, con tiempo suficiente, lo interesante de Sydney está en la confluencia de líneas marítimas que es Circular Quay. Los marcadores actualizan constantemente el horario en el que zarpan los ferries hacia distintos puntos de la ría. Enrolarse en uno de ellos como turista garantiza ver de día el Sydney que, a través de suburbios, se asoma al mar y de noche el espectacular skyline de los rascacielos del centro. Moraleja: tomemos el que tomemos merece la pena asegurarse de que el regreso se hace de noche. La oferta de rutas es muy diversa, máyor que el espacio-tiempo a mi disposición ahora, en la red, y en esos días de otoño que no creo que ‘las nubes’ informáticas del futuro puedan reproducir con total fidelidad por mucho que avancen las 3 dimensiones. Mi elección fueron las playas de Manly, con muchas opciones para pasear en distintos medios de transporte o comprar. Allí terminé mi recorrido, escuchando música en español en un bar restaurante con reproducciones de Picasso y otros iconos mundiales de nuestra cultura.

“Melbourne es muchísimo mejor que Sydney” me dice en el avión un residente de aquella ciudad que ‘se baja’ en Melbourne porque la ruta aérea tiene paradas. Para otra ocasión se queda

Carlos Juan, Sydney

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