La sorprendente capacidad de una ciudad para reinventar su futuro

Varsovia se erige imponente en el centro de Europa, enclave estratégico que a lo largo de su historia ha marcado una constante: la reinvención optimista de su población. 360 Grados Press comprueba durante una semana que la capital de Polonia ha sabido creer en sí misma. La transparencia de los rascacielos que irrumpen entre otros edificios de la Guerra Fría, el casco histórico Patrimonio de la Humanidad -símbolo de la reconstrucción tras el Segunda Guerra Mundial-, la efervescencia comercial de su Camino Real o la amplia oferta cultural y de ocio, convierten a esta ciudad en una atracción turística imperdible.

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El Vístula es el río que baña Varsovia, testigo de los numerosos hitos que han marcado la trayectoria histórica de una ciudad tan real como anárquica, tan comunista como capitalista, tan consciente de su pasado como atrevida para proyectarse al futuro. Se podría decir que Varsovia vive hoy con la misma felicidad con la que sus vecinos sintieron los felices años 20 del siglo XX, aquéllos previos al inhumano episodio de la ocupación nazi, del holocausto judío y de la continuación soviética. Hoy Varsovia no mira atrás, la ciudad proyecta ilusión, renovación, superación, reconstrucción, capacidad de recepción, abrazo y cariño para el turista que se acerca en fechas inesperadas a sus calles. Porque el invierno no suele atraer a foráneos, por lo menos del sur de Europa, como es el caso de la expedición de 360 Grados Press que visitó la capital a finales de diciembre de 2015.

 

Antes de visitar la ciudad es importante tener en cuenta unas consideraciones que compartimos tras la experiencia en primera persona. Un euro es algo más de cuatro zlotys, por lo menos si decides cambiar la moneda al llegar al país, en alguno de los Kantor habilitados para tal fin en las zonas comerciales y turísticas de la ciudad. Como en Moscú, ciudad que tiene unas oficinas similares -aunque más oscuras, con menos apariencia de legalidad- es bueno practicar el ejercicio del contraste antes de comprar moneda en el primer retén de cambio. 

 

Con cuatro  zlotys haces lo que en los países de la unión monetaria con cuatro euros; es decir, que una pinta de cerveza cuesta un poco más de cuatro zlotys, esto es, un poco más de un euro; por poner un ejemplo…  Al llegar a Varsovia tampoco te hará falta cambiar en el aeropuerto, donde el cambio suele estar muy por debajo de 4 zlotys por euro. Desde el aeródromo Chopin, a unos 10 kilómetros de la ciudad, hay dos líneas de tren (S2 y S3) que conducen al centro de la ciudad por unos 3 euros al cambio y cuyo tique  permite disfrutar del transporte público durante el resto del día. El otro aeropuerto, el de Modlin, está más lejos de la ciudad, a unos 40 kilómetros, y sólo se puede llegar a él en autobús o en taxi (no es recomendable la opción del tren para este caso porque el apeadero coincidente con su nombre está muy lejos de la pista de embarque).

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Comunicación y guías

A diferencia de otras capitales ex soviéticas o rusas, en Varsovia se comunica uno bien hablando en inglés. Incluso encuentras muchos ejemplos en sitios públicos de gente que habla el español, consecuencia de haber trabajado en España o de haber disfrutado de algún periplo vacacional en nuestro país -las playas catalanas parecen ser su destino predilecto-.

 

Con todo, recurrir a las visitas en pequeños grupos que, como en Berlín, se organizan desde un punto de vista histórico, arquitectónico, museístico o cultural, es algo recomendable. Por unos 25-35 euros por persona puedes acceder a este tipo de excursiones guiadas, que sirven para hacerse una primera idea de conjunto de la ciudad o para emprender un acercamiento específico a zonas como las del antiguo gueto judío o a barrios comunistas como Praga, hoy zona de efervescencia bohemia y artística en respuesta a los tiempos vividos y a los que toca vivir.

 

360 Grados Press accedió de inicio a un tour de cuatro horas que conectó con las zonas más emblemáticas de la ciudad, para después dejar margen de la libertad de movimientos y conectar con las especificidades más singulares de Varsovia. De este contacto nos quedamos con que la Torre de Stalin, erigida en 1955 por el dictador comunista del mismo nombre, tras tres años de trabajos (forzados), como regalo al pueblo polaco -con todo el sarcasmo aplicado al concepto regalo proferido por nuestra guía turística-. Un edificio de 237 metros de altura que hoy está ocupado por las dependencias culturales del Gobierno polaco y que recuerda a las torres gótico-comunistas de la capital rusa. “Lo mejor de esta torre son las vistas que percibes de Varsovia desde su planta 30 o panorámica; es el único punto desde el que no la ves”, explicó nuestra interlocutora con entusiasmo polaco mientras celebró que se estuvieran levantando numerosos rascacielos acristalados en el entorno más próximo al edificio estalinista para “terminar de ocultarlo como símbolo equivocado de la ciudad”. No parece que estén muy orgullosos de tamaña construcción…

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Capital de maestros

La ciudad que vio nacer a Frédéric Chopin no puede negar esa condición. En cualquier rincón el visitante se topa con las notas del maestro, incluso en los bancos musicales que salpican puntos emblemáticos de la ciudad, como homenaje sonoro a su figura. Destaca el del Parque Lazienki, uno de las zonas verdes más extensas y señoriales de la capital, cobijo de la antigua realeza, y donde encontramos el monumento de bronce con sauce llorón como homenaje al pianista. Precisamente, es aquí donde en entretiempo y en época estival se celebran conciertos de piano al aire libre, algo que la expedición del semanario no pudo disfrutar al visitar la ciudad en invierno. Su música la encontramos en trenes, cafeterías, recepciones de hotel, salas de espera… Todo un emblema de la ciudad, que también restauró la casa natal para disfrute de admiradores de la música clásica y del maestro.

 

Caminamos por las hectáreas del parque, entre antiguos palacios -modestos- de la realeza polaca, historias de infidelidades, hitos curiosos de la Guerra Fría y capítulos heroicos de dictadores republicanos admirados por los polacos -al menos es lo que confesó nuestra guía-, como Pilsudski, quien según cuentan advirtió del peligro que correría Europa con Hitler y cuando se dispuso a enfrentarse cara a cara con él nunca pudo llegar a hacerlo porque un cáncer le segó la vida en 1935.  O la figura de Henryk Sienkiewicz, premio Nobel de Literatura en 1905, autor, entre otras novelas, de ‘Quo Vadis’, y que supo sortear la censura de su época publicando en revistas amorosas para mujeres y en formato de batallas para los hombres.

 

Un camino real e interminable

Desde el parque Lazienki y el palacio Belvedere nace el Camino Real que conduce hasta la ciudad vieja de Varsovia, una interminable ruta de palacetes, iglesias y casas reconstruidas en su mayoría -un 94% de los edificios históricos de Varsovia fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi- que conforme transitas frente a su nueva versión imaginas igualmente la grandeza arquitectónica de las raíces de esta ciudad, y la torpeza ininteligible de quienes la “usaron” por turnos como almacén de armas, de torturas, de grito fanático o de revancha indolente.

 

Asimismo, en el transcurso del paseo kilométrico por este Camino Real, relacionas escenas de películas, marchas militares famosas por su grandilocuencia e impostura, abusos de poder militar e indefensión civil, grandeza y miseria. Grandeza, la de comprobar cómo se ha sobrepuesto la ciudad, cómo ha sabido recuperar su cara más auténtica, cómo es capaz de sonreír e, incluso, ironizar con tanta alegría como respeto sobre aquellos tiempos de infausto recuerdo. Miseria, la demostrada por aquéllos que, como hoy practican otros fanáticos que derrumban legado histórico en nombre de un líder, fueron capaces de privar a la humanidad de tamaños tesoros.

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Por este camino se transita por delante de donde se firmó el Pacto de Varsovia en 1955, el epicentro del bloque oriental en plena guerra fría contra el occidental de la OTAN, de la cafetería que sirve “los mejores donuts de la ciudad y por una de las tiendas con el mejor chocolate” hasta llegar al Castillo Real y la estatua de Segismundo III, otro de los símbolos de la urbe devastada en su momento por los nazis, que también tumbaron la figura y todo su entrono arquitectónico. Milagroso es encontrar junto a estos hitos la placa de la Unesco, como la que se ubica en varios puntos de la ciudad vieja, que reconoce esta zona de Varsovia como Patrimonio de la Humanidad, más que por haber reconstruido fidedignamente la arquitectura como la original por haber sido capaz el pueblo polaco de hacerlo, de lograrlo, de resurgir después de episodios tan trágicos. Un antes y un después que se pueden (re)conocer al detalle en el Museo de la Reconstrucción ubicado en el seno de la ciudad vieja, que atesora una colección de instantáneas de cómo quedó la ciudad tras el paso de los nazis, cómo comenzaron los trabajos de reconstrucción y el proceso final de restauración -que hoy continúa vivo con las nuevas construcciones capitalistas, como en Berlín-.

 

Gastronomía

En la Plaza del Mercado, con una estructura similar a la de una plaza mayor recogida, coqueta, clásica, única, se intuye que una de sus fachadas de edificios se mantiene más fiel que las otras tres a su formato primigenio. Sus plantas bajas, coincidentes con la cara que da a la ribera del Vístula, se mantuvieron en pie tras la huida nazi y se salvaron de los planes de los soviéticos, que pretendieron tirarlas para que las casas de los nuevos propietarios tuvieran vistas al río. Un avezado arquitecto asesor de los comunistas impidió que se concluyera ese plan con una buena excusa propagandística que echó atrás los planes del gobierno de Moscú en Varsovia. En dicha plaza, donde, como en otros muchos puntos de la ciudad, también se pueden degustar los típicos ‘pierogi’ -una suerte de empanadillas rellenas de mil y una opciones para las que cada polaco tiene alguna idea y que están exquisitas- hoy se ubica uno de los restaurantes con más solera de la capital: el Fukier. Regentado por Magda Gessler, por allí han pasado ilustres personajes de la era postcomunista, de la política y de la farándula. Es uno de los más caros de la ciudad, pero para alguien que habla en euros el sitio permite darse el capricho por unos 30 euros por persona y comer en un sitio tan emblemático como éste.  360 Grados Press probó el afamado steak tartar, entre otras delicias de la gastronomía polaca.

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La Varsovia judía

Solapada a la ciuda vieja, y entre edificios en serie de la época comunista y la nueva Varsovia de los rascacielos, se intuye la zona donde se asentó el gueto donde los nazis recluyeron a los más de 400.000 judíos que vivían en la ciudad durante la ocupación. Hoy, donde hubo sinagogas, hay edificios, parques, monumentos en memoria de los héroes que se alzaron contra los nazis, algún trozo en pie de la separación de ladrillo y un tramo imaginario-homenaje en bronce a los que allí padecieron el tormento del muro del gueto junto al Museo de la Historia de los Judíos Polacos.

 

Sus vecinos también han sabido seguir en este punto. Con un grito sostenido, inocente, directo, entrañable, amistoso, cercano. Los que allí llegamos como visitantes, más que curiosos, nos sale ser personas que intuyen la fragilidad de la vida y la ilusión por comenzar de nuevo.

Gracias, Varsovia.


@os_delgado o @360gradospress

Lorena Padilla

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