El escritor Ludvig Holberg comenzó a referirse así a la ciudad de Bergen en el siglo XVIII, rememorando Roma y sus siete colinas y en referencia a su paisaje montañoso. También se la conoce como “la ciudad de la lluvia” o “la Seattle de Europa” por sus abundantes precipitaciones. La segunda urbe más grande de Noruega desafía la palidez del mal tiempo con los colores vivos de sus casitas de madera y las flores que la adornan por doquier. Es la entrada a los famosos fiordos, un tesoro de la naturaleza que no podría tener más bello umbral.
Resulta fascinante, especialmente para el viajero urbanita, encontrarse en una ciudad de la relevancia de Bergen y, sin embargo, poder ver el monte desde cualquier calle. Los servicios y facilidades de una ciudad se unen a la belleza del campo y componen un paisaje urbano inusual. Sí, estamos en una ciudad prominente, base de la Marina Real nórdica, uno de los puertos más turísticos de Europa; pero no, no podrás encontrar edificios de más de seis plantas si no buscas bien. Tal y como dibujaba las casas en su infancia, con su árbol y tejado en picado, así son la mayoría de viviendas que se reparten alrededor de las colinas, abrazándolas como en un sueño o un cuento de los hermanos Grimm.
Bryggen
Bergen fue durante siglos un importante enclave comercial entre Noruega y el resto del continente. El conocido Bryggen, su muelle hanseático, ha conservado todo el sabor del antaño. Está formado por pequeñas casas coloridas de estilo medieval, algunas de las cuales se encuentran en rehabilitación. Declarado Patrimonio de la Humanidad, este barrio histórico protagoniza ahora la mayor parte de las postales de la ciudad.
Una buena parte de sus edificios es inmediatamente posterior a uno de los varios y más grandes incendios que ha sufrido la ciudad de madera; se remonta, pues, al s.XVIII. Las casas pintorescas alojan ahora los establecimientos más turísticos de la ciudad: restaurantes, tiendas de souvenirs, cafeterías y hasta un McDonalds.
El Bryggen vigila desde su posición privilegiada las idas y venidas de los barcos del puerto, la mayoría cruceros que explorarán los fiordos. Tiene a sus alrededores también el célebre famoso mercado de pescado. Cuando llega el verano, los puestos con mariscos y carne de ballena se sacan a la calle para el disfrute de los visitantes. Si quieren probar los frutos de los mares del norte, tendrán que desembolsar una buena cantidad de dinero. Dentro del país más caro de Europa, el mercado cuenta con algunos de los precios más elevados de la ciudad.
Naturaleza
El puerto medieval está en el bajo de las faldas del Fløyen, la montaña más visitada de la ciudad, en pleno núcleo turístico. Su funicular es una de las principales atracciones, aunque la subida a pie no es demasiado larga y puede resultar una muy agradable excursión en familia. Por el camino, abundan los letreros de madera que avisan al viajero de que no dé de comer a los trolls y de que se tenga cuidado con las brujas. Una vez en lo alto, las vistas sí que son de verdadero cuento: el puerto, la entrada a los fiordos, el resto de montañas y la ciudad extendiéndose entre ellas.
Si se es un senderista más experimentado, el monte Ulriken, al lado del Fløyen, es la segunda opción más popular. La montaña más alta de las siete ofrece una vista incluso más espectacular. Para los más audaces, existe una ruta entre las dos montañas capaz de extenuar incluso a un noruego pero que los nativos suelen emprender anualmente. Los berguenses son, por lo general, amantes del hiking. Si decide subir alguna de las montañas, cuando pare a coger aire, verá cómo le adelantan estos herederos del legado vikingo sin dejar entrever el menor cansancio. Incluso niños pequeños, ancianos y embarazadas o padres con carrito suben tranquilamente las montañas como parte de su rutina dominical.
Pasear por los múltiples lagos, sea verano o estén helados, es un aperitivo perfecto para los muchos y variados cruceros que pueden hacerse por los fiordos, los cuales hay para todos los bolsillos y disponibilidades de tiempo.
Cultura
Abunda una correlación entre el mal tiempo de una ciudad y su actividad cultural que Bergen, una de las ciudades más lluviosas de Europa, corrobora. La música está tan presente como las flores y el pescado.
La Orquesta Filarmónica de Bergen, fundada en 1765, es una de las más antiguas del mundo. Con una gran actividad, ofrece puntualmente a los estudiantes conciertos a precios muy reducidos para que la música llegue a los que menos presupuesto tienen. Actúa en la sala Grieg, que lleva el apellido del famoso compositor Edvard Grieg, natural de la ciudad de la lluvia. La antigua casa del músico, en las afueras, es también un importante enclave turístico. Convertida en un interesante museo sobre su vida y la ciudad en su época, una parte aún se conserva como el genio la habitó. Su jardín y el lago en sus inmediaciones constituyen un entorno de lo más romántico.
El Festival Internacional de Bergen es uno de los eventos culturales más importantes de Noruega. Mezcla la danza, la música, el teatro y las artes visuales para ofrecer al visitante toda una inmersión en el arte nórdico e internacional.
En el centro de la ciudad, además de estatuas que homenajean a Grieg y al violinista Ole Bull, encontramos los museos de arte KODE, que albergan obras de Munch y Picasso; y el Teatro Nacional.
Bergen es una ciudad de gran valor cultural, histórico y turístico. Se puede explorar su legado vikingo con la curiosa y antigua Iglesia de Fantoft, quemada durante el movimiento de Death Metal y ahora restaurada.
Aunque el clima, que es más similar al de Escocia que al del resto de Noruega, pueda disuadir al viajero, conviene recordar lo que dicen siempre los berguenses: “No existe el mal tiempo, solo la ropa equivocada”. La belleza de la ciudad de la lluvia eclipsa cualquier mal tiempo.
Lorena Padilla