Hay lugares que permanecen impertérritos ante el inexorable paso del tiempo. Ciudades y bosques que te transportan a la Edad Media, a esos escenarios que bien podrían forma parte de Juego de Tronos. Fortalezas, castillos, entramados de madera en las construcciones y cruces celtas salpican la región de la Bretaña francesa, una zona con su propia lengua, cultura y arte en la que merece la pena, mucho, adentrarse.
Las banderas con los colores negro y blanco ondean orgullosas en cada rincón de Bretaña. Recuerdan y reivindican el grito por la independencia de antaño, su cultura y una lengua propia, el bretón, que aparece en cada cartel público que surge en el camino. Su historia, desde los pueblos galos que la habitaban hasta la conquista romana y la emigración de la Britania romana (Inglaterra), ha conformado una idiosincrasia muy característica en esta región.
Cada rincón de Bretaña desprende una magia sin igual que hay que conocer. Por ello, la mejor manera de explorar la región es con coche. Además, al estar delimitada por la Baja Normandía al este, supone una buena oportunidad para visitar también esta zona tan singular, que es por donde vamos a iniciar la ruta, concretamente por uno de los monumentos más famosos de Francia: Le Mont Saint-Michel. ¿Quién no ha visto su imponente abadía en la lejanía de la llanura del departamento de La Manche?
Saint-Michel se ha convertido en un auténtico parque de atracciones. El pueblo que rodea la grandiosa abadía alberga hoteles, tiendas de suvenires y restaurantes por doquier. Por eso, para visitarlo tranquilamente hay que ir o bien a primera hora de la mañana o bien a partir de la media tarde. De esta manera, te ahorras colas a la hora de tomar los autobuses que te transportan desde el parking hasta el pueblo o para entrar en la abadía. Además, también se puede conocer de primera mano la subida y bajada de las mareas, ya que sorprende el desnivel que existe a primera y a última hora del día, momento en el que el mar comienza a cubrir toda la bahía como si de un leve tsunami se tratara.
La abadía se encuentra en Normandía, si bien es cierto que es un reclamo histórico de Bretaña. Cerca se hallan las famosas playas del Desembarco, como la de Omaha, donde uno no puede dejar de imaginarse la sangrienta batalla que allí tuvo lugar. Además del cementerio norteamericano, donde se recuerdan a los fallecidos con miles y miles de cruces, la región rememora a los caídos de uno y otro bando en cientos de camposantos. De hecho, localidades como Bayeux, adornan sus calles con banderas de los aliados y con imágenes del General De Gaulle liberando la ciudad.
Si se puede, resulta muy recomendable conocer el límite entre la Baja y la Alta Normandía en el puente que lleva por nombre el de este departamento y que delimita dos localidades preciosas: Honfleur, que inspiró a pintores impresionistas como Monet, y Le Havre.
Continuando con el itinerario en Bretaña, a pocos kilómetros se encuentran dos de las localidades más bonitas de Francia: Fougères y Vitré. Ambas conservan castillos y fortalezas que nos trasladan al esplendor de un pasado medieval muy bien conservado en el presente. A poca distancia se ubica la capital de la región, Rennes, cuyo casco antiguo y Parlamento hacen resonar su reivindicación histórica de región independiente.
Desde Rennes se puede visitr otro de los pueblos más emblemáticos, Dinan, con sus casi tres kilómetros de murallas, su castillo del siglo XIV y sus casas medievales con los entramados de madera y acabadas en forma de triángulo. Desde ellas parece que Asterix y Obelix van a aparecer en cualquier momento. Este punto es ideal para subir más al norte y descubrir la imponente ciudad corsaria de Saint Maló y continuar por la costa hacia el oeste para maravillarse con Saint Brieuc, Plérin, Les Rosaires, Paimpol y la costa de granito rosa en Perros-Guirac.
Finisterre
Denominada como la tierra de nuestra Galicia, la zona más al oeste de Francia es Finisterre, donde las meigas y los ritos celtas protagonizan una cultura en lengua bretona Se trata del corazón de Bretaña, donde los bosques forman túneles que se abrazan de lado a lado en la carretera -y que por la noche imponen demasiado-; donde parece haberse detenido el tiempo y el mar dibuja una costa escarpada y bella a la vez increíblemente bella.
En Finisterre existen multitud de casas bretonas, sobre todo, en aldeas remotas donde la cobertura es inexistente. Lo ideal es quedarse en una de ellas para vivir una experiencia única, como la del Molino de Beuzidoú (Saint-Urbain). Llama la atención los nombre de las pequeñas granjas (con el prefijo ker, que significa hogar o casa), los mapas a las entradas de los bosques para no perderse a la hora de llegar a una aldea o las cruces en cada intersección.
Este departamento cuenta con uno de los parques naturales más fascinantes de Francia, el de Armorique, el cual integra la postal más conocida de Bretaña por sus tres rocas en el mar, el Pointe de Pen-Hir. Además, es recomendable visitar pueblos como Camaret sur Mer y sus menhires y Crozon, o la isla de lAber. Más al sur, aunque no dentro del paraje, se halla el Pointe du Raz, también impresionante con su faro, y con zonas especiales como la Reserva de Ave Marinas de Cap-Sizun, desde donde se pueden avistar pingüinos en algunas épocas del año.
Finisterre también aloja secretos como las pequeñas y tranquilas calas al sur de Brest, las vistas que ofrece el Pointe Saint Mathieu o la isla de Ouessant. Por supuesto, no se puede dejar de visitar otra ciudad corsaria, como es Concarneau, cuya muralla salvaguarda el centro histórico, o pequeños pueblos con muchísima historia como Landerneau, Daoulas, Châteaulin o Landénnevec.
Cuando abandonamos el fin de la tierra francés, nos reciben localidades emblemáticas como Lorient o Vannes, esta última con su propio puerto, situada en las tierras de Morbihan, conocidas por asentamientos prehistóricos como el de Carnac y la multitud de islas de su golfo.
Con la decadencia y la riqueza de la ciudad cultural de Nantes, antigua capital de Bretaña, se cierra un viaje intenso, que te pasea por el pasado medieval y en el que conoces una cultura y una de forma de ser de un pueblo único. Y, por supuesto, con una gastronomía rica en mariscos, sobre todo ostras y mejillones (con patatas fritas), y con las galettes como plato nacional.
332