Cuba (III)

El periodista Javier Montes transita de Trinidad a Camagüey. Toca escapar del huracán

Nos metemos un desayuno de órdago a la grande acompañado del mejor zumo que he bebido en mi vida: papayas recogidas del jardín de la casa de Margarita. Nos despedimos y vamos al encuentro de Linnet que, como si nos conociera de toda la vida, nos arrastra hasta el espectacular museo romántico, la torre del campanario, la catedral… Linnet es periodista en Radio Trinidad y eso es el mejor salvoconducto para que nos asignen la mejor guía y nos traten como a un camarada. Nos presenta a unos amigos que regentan una casa de alquiler y nos aconsejan estancia en Camagüey, nuestra siguiente parada, y Santiago de Cuba. El hombre es instructor de instructores de buceo. Se llama Ricardo y es el primero en anunciarnos que hay aviso de lluvias torrenciales al sur de la isla (cerca de Santiago). Llama y nos reserva cama. Nos despedimos de Linnet y volvemos al coche no sin antes tener un pequeño detalle con ella por brindarnos una mañana inolvidable.

Cuatro horas después y tras un fantástico viaje entre frondosos valles surcados por ríos y plagados de palmeras, empezamos a ver unas nubes incomprensibles que brotan de la tierra y presagian agua. Algo cae pero no es para preocuparse. Llegamos a Camagüey de noche y nos hospedamos en la casa que nos recomendó Ricardo. Está a las afueras de la ciudad, la tercera de la isla en población, unos 400.000 habitantes. La amenaza de lluvias torrenciales pasa a ser en palabras de Marina, la dueña de la casa, amenaza de ciclón. En un restaurante nos dicen que no nos sirven porque llega el agua y van a recoger; en otro nos dan de cenar pero nos apuran a la hora de pagar porque tienen que recoger… Es la primera vez que vemos prisas en Cuba aunque nos da tiempo a unos mojitos.

Amanece lloviendo sin parar. Tras un opíparo desayuno viendo como tres atletas jamaicanos copan el podio de los cien metros lisos en los Juegos Olímpicos de Pekín, la televisión cubana interrumpe la emisión para dar consejos sobre cómo actuar ante la llegada de la tormenta tropical Fei. Esto se pone feo. Marina nos aconseja ir al hotel Caracol, en playa Santa Lucía, y olvidar nuestra idea de ir a Santiago. Santa Lucía está a una hora larga en coche de Camagüey. En la costa noreste del país. Santiago está al este, por donde entra Fei. El hotel Caracol es un todo incluido encallado en mitad de 20 kilómetros de arenal. Bar con piscina o piscina con bar, bufé libre, varios restaurantes que luchan por darte la peor comida posible, gimnasio al aire libre… (De Camagüey no hablo porque dimos una vuelta de cinco minutos y nos sirvió para saber que la mayoría de las ciudades del interior de la isla no merecen la pena).

Baño en la playa y escapamos de allí. Vamos a playa Los Cocos, al final del arenal, frente a los famosos Cayo Coco y Cayo Guillermo. En la bocana, donde sólo hay cubanos y tiburones. Vemos uno (¡tiburón!) o mejor dicho, adivinamos uno. Todos los cubanos miran hacia el horizonte intentando adivinar si es tiburón o falsa alarma. No salimos de dudas pero ningún bañista salió sin pierna… Para llegar a Los Cocos hay que dejar atrás dos lagos donde descansan flamencos en una estampa típica de los documentales de la2. Volvemos al todo incluido, nos forramos a la hora de cenar de pastas varias y acudimos a nuestra cita diaria con el alcohol. Aquí cuba libres porque los mojitos, al ser gratis, son imbebibles. Uno, otro, y salimos como podemos del patético rollo de la pulsera amarilla: escenario, animadores felices diciendo tonterías por un micrófono a todo trapo, música cutre y un público feliz por estar en el sitio más fantástico del mundo. A cien metros del hotel hay una discoteca donde encontramos lo mismo que en el todo incluido pero sin niños: extranjeros con jovencitas mulatas, cubanos con talluditas extranjeras y todos felices presumiendo de pulsera amarilla.

Nos despertamos temprano. Uno se va a bucear a los arrecifes de coral y otros aprovechan para descansar en la playa y empaparse la Lonely. Comemos rodeados por los mismos que anoche presumían de felicidad y de pulsera. Metemos las maletas en el jeep y nos vamos a la playa. Baño, baño, otro baño… estamos en aguas del Atlántico y da gusto pero nos llega un coletazo del Fei. En una hora cae una impresionante tromba de agua anega parte del Caracol. Nos metemos empapados en el coche y partimos hacia Santiago.

G.R.

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