Belleza amurallada

Esta semana 360 Grados Press recorre la magia y la estampa de cuento medieval de la ciudad de Morella de una forma muy personal para conocer de primera mano cada uno de sus rincones e invitar a los indecisos a visitarla sin dudarlo ni un instante.

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Líneas zigzagueantes se dibujan como carreteras y los cristales comienzan a empañarse desde fuera llegando a la condensación del frío viento mientras el calor del aire acondicionado del coche crea un contraste maravilloso. Al final del horizonte, entre nubes densas que anuncian que el sol no va a hacer su aparición ese día y un paisaje verdoso de arboledas y campos de cultivo, se alza un peñón en forma de cono truncado cuya falda rodea una robusta muralla que protege una ciudad de poco más de 2.000 habitantes. Una guinda en su cumbre, un castillo, rememora tiempos pasados en los que la batalla y la defensa a ultranza de sus gentes frente a ataques bélicos estaban a la orden del día.

 

Llegamos a Morella con ganas de conocerla de tú a tú, de recorrer sus ancianas calles repletas de historia y de probar sus delicatesen transmitidas de padres a hijos. Al norte de la Comunitat Valenciana, en la provincia de Castellón, esta localidad, declarada Conjunto Histórico-Artístico, viene precedida por un firme acueducto que no podemos pasar por alto tras la cámara, que se hace inseparable de nuestras caras, como si de una extensión de nuestros ojos se tratase. Esta construcción del siglo XIV constituye una verdadera obra de ingeniería hidráulica, de la que hoy se conservan dos tramos bien diferenciados que permiten poder apreciar cómo en aquella época se transportaba el agua para abastecer a la población morellana.

 

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Las imponentes murallas nos dan la bienvenida antes de adentrarnos en la ciudad castellonense y nos avisan de la seguridad que antes daban a sus habitantes y que en la actualidad son motivo de atracción turística por su belleza y por su armonía como conectoras de 16 elevadas torres de vigilancia. Las más representativas son las gemelas de Sant Miquel, del siglo XV, de base octogonal con puente de enlace que hoy se destinan al entretenimiento, con divertidos disfraces medievales y juegos tradicionales para toda la familia.

 

Ya dentro de la ciudad las maravillas arquitectónicas se suceden a cada paso. Tres museos nos invitan a ampliar nuestro conocimiento acerca de su longeva vida desde la arqueología, la espiritualidad, el arte y sus fusiones. El Temps de Dinosaures (uno de los primeros museos de la península especializados en estos animales prehistóricos), recoge restos paleontológicos del Jurásico Superior (hace unos 157 millones de años) al Cretácico Inferior (unos 100 millones de años), hallados en Morella procedentes, en su mayoría, de las rocas calizas marinas de la Cuenca del Maestrazgo. La recepción en el hall de entrada la da una impresionante reproducción de un Iguanodon bernissartensis con la que tratamos de reprimir sin éxito un pequeño shock temeroso.

 

El Museo de Sis en Sis nos da a conocer la fiesta más importante de la localidad, el Sexenni, declarada de interés turístico nacional, que se celebra cada seis años en honor a la Virgen de Vallivana desde 1673 después de que, según dice la tradición, acabara con la peste que asoló Morella un año antes. Durante la celebración cada rincón se llena de color y decoración floral con diferentes danzas protagonizadas por sus vecinos, vestidos con trajes típicos de la zona, como la dels Teixidors, la dels Torneros y la del Gremi d’Arts i Oficis. Y, finalmente, el Museo Arciprestal, de grandes obras de orfebrería y pintura religiosa, que se sitúa en el interior de la Basílica de Santa María La Mayor, espléndido testimonio del gótico devoto que destaca por su puerta de los Apóstoles de elegante ornamentación y la de las Vírgenes de fina estructura.

 

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Nuestro destino, como el montañero que sueña con alcanzar la cima, es llegar al castillo, pero antes tenemos la oportunidad de pasar por el ayuntamiento, del gótico civil; la calle Blasco de Alagón, conocida por todos los morellanos como “la Plaça” porque en época medieval acogía el mercado y que posee todo un tramo de soportales que le confieren un atractivo especial de lo más evocador; la Judería, pequeño barrio donde cada estrecho callejón envuelve de un embrujo que deja totalmente extasiado a quien lo atraviesa; las casas solariegas, reflejo de la vida de la nobleza y la burguesía morellanas; el Paseo de la Alameda, que constituye un entorno natural de gran valor paisajístico, por el que los habitantes de esta ciudad suelen buscar el sol o el fresco de las noches veraniegas, y el Convento de Sant Francesc, que posee una iglesia gótica y un claustro de elegante arquería y en cuyo interior se encuentra una verdadera joya de la pintura macabra, la Danza de la Muerte.

 

Y paso tras paso (zancada tras zancada cuando el empinado del recorrido lo hace necesario) alcanzamos a visualizar el impresionante castillo de Morella, la meca de todo turista que quiera conocer el corazón de la ciudad, una fortaleza militar evidencia del trasiego de numerosas civilizaciones y testigo de innumerables batallas que han dejado su huella. Desde la plaza de armas, lugar más alto de la construcción, las vistas son incomparables y gobiernan cada ápice de atención de quien las contempla: una alfombra de tejados solapados encorsetados por la muralla circular que aísla a la población de un paisaje de campos y del acueducto por el que comenzamos nuestro reportaje fotográfico.

 

Lo difícil toca en ese momento: deshacer lo andado para despedirse de una localidad que nos había atendido amablemente con su estampa de cuento medieval y su historia grabada a fuego en la piel de cada vecino. Morella se va haciendo cada vez más pequeña desde los espejos retrovisores del coche. Un intenso “adiós” que, de seguro, se quedará enseguida en un ligero “hasta luego”. Volveremos a por más.

Marcos García

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