Abril Antara
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- “Hay ataques racistas e intolerables considerados meras gamberradas” - 24 octubre, 2018
Incluso en la más sólida de las unanimidades hay una rendija por la que se cuela un rayito de disidencia. Siempre hay un marinero valiente, aventurero o suicida que se atreve a navegar contracorriente. Una rara avis con ganas de fundar una aldea gala en un imperio romano. Esta es la historia de un proyecto, la asociación sociocultural Mercat del Riurau, que arrancó del inconformismo de unos ciudadanos de la Marina Alta (comarca situada al norte de Alicante) con el modelo económico imperante en la costa, que entendían como depredador del territorio y asentado sobre una burbuja inmobiliaria que todavía no había estallado.
Xavier Mulet rememora cómo se gestó aquello. En plan protesta lúdica. Unos almuerzos bautizados como “mostres de tomaca” (muestras de tomate) en los que se juntaban media docena de personas y cada cual llevaba los tomates cultivados en su huerta. Libres de invernaderos y pesticidas. Empezaron dos, se fueron alistando partisanos de la tertulia contra la economía especulativa y cuando se dieron cuenta “éramos un centenar”.
Lehman Brothers seguía en pie y los perros se ataban todavía con longanizas. Con el apoyo de la Asociación de Vecinos de Jesús Pobre (entidad local menor de Dénia), se organizaron unas jornadas de reflexión: Crisis global, soluciones locales. Hace siete años. Se han celebrado otras tantas ediciones en las que militantes de la economía alternativa presentan sus propuestas. Como el proyecto Tossut, de agroecología sostenible, que incluye la recuperación de una masía y la producción de aceite ecológico. El padre de esta criatura es Héctor Carrió, quien bautizó su apuesta con el nombre del burro (Tossut, Tozudo), toda una declaración de intenciones de su espíritu de resistencia.
De la reflexión sobre la necesidad de impulsar proyectos de economía sostenible y de autogestión surgió la acción: el Mercat del Riurau, que se celebra todos los domingos del año en el riurau rehabilitado de Benissadeví y sobre el que ahora gira la economía local. Son ya más de 100.000 las personas que han acudido. El riurau es una construcción típica de la comarca que servía para almacenar los cañizos con la uva que se secaba al sol para convertirla en pasa.
En ese mercat de la terra (mercado de la tierra) se da cabida a la producción ecológica y de proximidad de medio centenar de agricultores y artesanos, que venden directamente a vecinos, visitantes de esa comarca eminentemente turística y los muchos extranjeros residentes que un día se instalaron a los pies del Montgó. Esta comunidad es, probablemente, la que mejor valora esa iniciativa de apoyo a los pequeños agricultores y productores y al comercio sostenible y respetuoso con el entorno, según admiten los responsables de la misma.
La asociación, con todo, trasciende el mercado dominical. Es un proyecto paraguas, ahora presidido por Andreu Costa, que alberga diversas iniciativas encaminadas a recuperar el territorio, el patrimonio paisajístico y la identidad, conceptos que se retroalimentan.
Recuperar el cultivo del trigo
Proyectos contra la economía saturada de colesterol y destinados a rescatar también el patrimonio etnográfico, afectivo y sentimental, además de económico. Entre todos destaca, el Blat de la Marina, comandado por Carles Hostalet, quien explicó el ambicioso plan de recuperación de las variedades autóctonas de trigo y del cultivo de un cereal que fue punta de lanza en la agricultura de la zona. No en balde, en apenas diez kilómetros existían 37 molinos de viento para moler el trigo. Todavía siguen en pie unos cuantos. A principios del XIX fueron sustituidos por molinos hidráulicos.
Al igual que el hermano mayor, el Mercat, el proyecto Blat de la Marina arrancó con la mente en el cielo y los pies en el suelo. En 2016, se montó la Festa del Batre (la fiesta de la batida). Ese año, explicaba Hostalet, costó encontrar suficiente trigo para hacer esa fiesta. Se decidió sembrar trigo propio, con el objetivo de ir recuperando el cultivo y especialmente “las variedades típicas de aquí”. Las conocidas como rodrigo, rojal, fartó, amorós blanc, assolacambres, etc. En apenas dos años, hay más de 30 hanegadas sembradas de trigo de variedades autóctonas.
Hostalet explicaba que el objetivo es recuperar, además del cultivo, también harinas tradicionales. Y elaborar pan con sabor a pan y hacer posible la puesta en marcha de un obrador comarcal. Iniciativas muy vivas para que despierte un universo en peligro de extinción.