Tiempo de ‘magostos’

Noviembre es el mes por excelencia para las fiestas de castañas en Galicia

VÍCTOR SARIEGO, Galicia. En Galicia, la tradición manda de nuevo. Sin tintes políticos, ideológicos, ni despectivos. El reírse de lo rural, de lo rústico, de lo agreste, va quedando atrás. Comienza a no estar reñida la madurez histórica con la recuperación de ciertas fiestas, tradiciones y costumbres. Y aunque aún se utilizan tópicos, típicos y estereotipos en muchos medios de comunicación, identificando al aldeano como un torpe, estúpido y zafio pueblerino, cada vez más personas se apuntan a los festejos estacionales propios de las aldeas. Y en esta tierra de “meigas” el otoño empieza oficiosamente el 1 de noviembre con el “samaín” una olvidada tradición celta, que ahora se recupera. Es su particular noche de difuntos, su ancestral Halloween, mucho más antiguo y sólido que la versión americana que se impone desde hace unos años en Europa.

El samaín fue históricamente una festividad pagana que predominó en Europa hasta la evangelización del cristianismo y en cuya celebración, que comenzaba el 5 de noviembre, se conmemoraba el final de la temporada de cosechas en la cultura celta. La fiesta terminaba dos días después con la ceremonia de los espíritus, que marcaba además el año nuevo celta. El samaín, que en idiomas gaélicos significa noviembre o fin de verano, se celebró durante más de tres mil años en todos los pueblos celtas que poblaron Europa. Con el cristianismo terminó por desaparecer en la mayoría de las comunidades celtas a finales del siglo II y se empezó a recuperar, al menos en Galicia, con el fin de la dictadura. Con él se realiza el primer “magosto” de la temporada, una liturgia que sirve para el reencuentro de amigos, de compañeros, de familiares. Una excusa para encontrar sosiego, donde compartir y retomar el contacto con la naturaleza. No en vano, incluso la propia palabra “magosto” parece provenir de dos posibles fuentes, ambas relacionadas con el fuego: magnus ustus (gran fuego) o magnun ustum (que resalta el carácter mágico del fuego).

Castañas, vino y humo
Esta “castañada” sirve a la gente del campo para dar gracias por la recolección, pues una buena castaña es sinónimo de óptima cosecha. Y a juzgar por el fruto que se está degustando este mes en varias zonas de la región, la de este año no ha sido mala del todo. En el municipio de Tomeza, un barrio rural de Pontevedra, casi 100 personas lo atestiguaron esta semana en un “magosto” popular que organizaron el segundo sábado de noviembre las asociaciones locales Os Palleiros, dedicada a la protección de animales, y Vaipolorío, entidad cuyos esfuerzos van dirigidos a la ecología de la zona y la recuperación de los ríos que atraviesan la provincia. Siempre que tienen ocasión citan a sus socios y a todos los vecinos que quieran acercarse, a disfrutar gratuitamente de una fiesta en el campo. Y en noviembre, toca castañas, vino y humo. Esta costumbre se está haciendo muy popular en Galicia, de tal manera, que toda asociación, partido político o grupo de cualquier tipo que se precie, debe celebrar un buen “magosto”, al menos una vez al año. Los elementos que no pueden faltar: muchas castañas, vino, agua de manantial natural de la zona si es posible y en ocasiones y si se tercia, música, folklore, baile, cuentacuentos, juegos populares…

Sin embargo, el elemento principal imprescindible es el maestro castañero, el “castañeiro” que a punto estuvo de desaparecer en esta tierra. Tin es uno de ellos. Pertenece a una de las pocas nuevas generaciones que están recuperando este arte. Según dice, “la tradición no se sigue”, aunque en su familia, y como él mismo añade, “lo llevamos en la sangre”. No en vano su padre, Valentín, es conocido en Pontevedra por ser un maestro castañero de los de toda la vida. Con un pequeño horno artesano portátil con forma de máquina de ferrocarril, lleva deleitando con castañas cocidas a varias generaciones de la ciudad. “Tiene ahora 73 años y lleva desde los 20 vendiendo castañas”, explica orgulloso Tin con un cucurucho de papel en la mano, y explicando que él, junto con otro de sus hermanos, van a seguir los pasos de su padre. Aunque esto no da para vivir, por eso, Tin, como mandan los buenos cánones de la vocación, se dedica a esto “siempre que puede, pero alternándolo con otros trabajos el resto del año”. Y pensativo, añade, para matizar: “Eso sí, haga lo que haga, cuando llega noviembre, yo, me pongo a las castañas”.

Víctor Sariego

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