Nostalgia campesina

360gradospress rescata la vida agrícola de principios del XX en el museo Etnológico de Benaguasil

ÓSCAR DELGADO, Valencia. “Hubo un tiempo en el que todos en el pueblo sabíamos hablar inglés”. Desde principios del siglo XX, los vecinos de Benaguasil (Valencia) manejaban como nadie el significado del vocablo anglosajón ‘onion’ (cebolla). Esta localidad de la comarca valenciana del Camp de Túria, dedicaba gran parte de su esfuerzo al campo y en particular al cultivo de cebollas que después eran vendidas a empresarios ingleses. Buena parte de los aperos tradicionales con los que labraban la tierra descansan hoy en la colección museográfica etnológica instalada en el antiguo matadero de la localidad. 360gradospress reunió esta semana en su interior a tres vecinos conocedores de la época del esplendor cebollero y agrícola para rescatar, entre aperos de labranza y otros útiles domésticos, las costumbres y los hábitos de supervivencia que caracterizaron la vida de muchos campesinos durante la primera mitad del siglo XX.

Las cebollas salían del puerto de Valencia tras seguir un proceso muy meticuloso que abarcaba la plantación, su tratamiento y la recogida, la conservación en cebolleras (recintos ventilados donde se almacenaba el producto a la espera de ser exportado) y el encajonamiento por calibres. Todo se hacía a mano hasta que llegó la mecanización de los procesos agrícolas y el posterior cambio del modelo de subsistencia agrario. Las cebollas, entonces, dieron paso a la naranja y a la alcachofa, la mano de obra dejó de ser rentable y las nuevas generaciones abandonaron el legado familiar que el museo etnológico ha recompuesto.

Jesús Bondia hoy tiene 82 años, pero empezó a trabajar en el campo con 13, cuando acabó la guerra: “Por circunstancias de la vida me tuve que agarrar a la huerta, era lo que hacían en mi casa y nunca dormía más allá de las seis porque estaba a más de una hora y media del pueblo; cebollas, maíz, trigo,…todo a mano”. Presume de ser uno de los pocos del pueblo que ha tenido la suerte de que su hijo “aún haya vivido de la tierra”, aunque reconoce que de aquella época de esplendor, testimoniada en las paredes del museo, “nos queda la nostalgia, por esa convivencia que había y esa camaradería que se vivía en las cuadrillas; las mujeres recogían el cebollino y los hombres, a plantar. Luego nos reuníamos de noche en la plaza del pueblo a discutir quién había plantado más y quién menos; y eso daba vida a la gente”.

Un trabajo en equipo reflejado en numerosas instantáneas en blanco y negro, como testimonios de la época dorada en que empresarios o terratenientes del pueblo exportaban el producto a las islas británicas, en cajas marcadas por el sello de su apellido y del preceptivo concepto apuntado, la ‘onion’ de grano producida en España, encajada según calibre. “Mi padre llegó a vender la arroba (11,5 kg) a duro y yo terminé vendiendo el kilo a 28 pesetas”, recuerda Jesús, el octogenario del grupo, quien bromea al decir que “si fuera joven de nuevo, estaría por el extranjero, viajando, no estaría aquí”.

Zapatero remendón
“Nosotros hacíamos zapato nuevo y remendón y, con la llegada de las máquinas y las fábricas, no nos quedó más remedio que terminar en remendón”. Juan Campos disfrutó del campo los fines de semana porque su oficio era el de zapatero. Precisamente, las herramientas con las que trabajó en su taller también se exhiben hoy dentro de la colección museográfica. Es como se alimenta la muestra etnológica, a partir del voluntarismo de los vecinos, entidades y colaboradores donantes que han querido enriquecer una colección envidiada en la provincia La Singer antigua con la que cosía, “antes todos los zapatos eran cosidos, hasta que llegó la cola”, el pie de trabajo, los clavos y el resto de utensilios que, como el resto de los que recoge el recinto, se pueden visitar entre semana en horario vespertino.

Muestra etnológica
Miguel Ramón Bondia es el director de la muestra etnológica que, en sí misma, es también una colección de conceptos caídos en desuso, un clavo de tradición lingüística al que se aferran los escolares que lo visitan semanalmente con el afán de no perder la herencia de sus antepasados aparcada en la historia. Al llegar al recinto, Miguel lució algunas de las piezas que aún quedan por restaurar o colocar, “se nos ha quedado pequeño”. Además de aperos de labranza, el antiguo matadero acoge restos del neolítico, de la edad de bronce, romanos, ibéricos o moriscos vinculados a la historia de la comarca, incluso una antigua bomba de bomberos de principios del XIX que compró Benaguasil al Ayuntamiento de Valencia el 14 de febrero de 1862 por 6.000 reales o una lápida en cuya leyenda se puede leer que el difunto ‘murió de mano airada’.

Óscar Delgado

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