En la remota isla de Spitsbergen, en el archipiélago noruego de Svalbard, se encuentra la mayor concentración de semillas del mundo. La conocida como Bóveda del fin del mundo pretende proveer al planeta de los recursos necesarios en caso de una catástrofe. 360 Grados Press ha querido profundizar más sobre esta despensa mundial y sobre la labor que tienen los bancos de germoplasma para proteger uno de nuestros bienes más indispensables. Para ello, hemos hablado con Crop Trust, la organización internacional encargada de salvaguardar la diversidad de plantas y cultivos, que trabaja en la Bóveda Global de Semillas.
Spitsbergen es una lejana isla en la que habitan más osos polares que personas, pero posee las condiciones idóneas para que, desde 2008, se haya convertido en uno de los lugares más importantes del planeta: la despensa de la Humanidad. Un lugar con tintes apocalípticos que fue escogido por su clima frío (-5º de media anual), su permafrost para poder realizar un almacenaje subterráneo, su baja radiación y sus pocas posibilidades de que se inundara en caso de subida del mar.
En las profundidades de la isla, a 120 metros de la roca, se encuentra una blindada bóveda que alberga cerca de un millón de variedades de semilla. “Es un lugar tan frío que en caso de que se parara el generador eléctrico, el permafrost podría mantener las semillas, ya que estas deben permanecer a -18º para su conservación”, comenta Luis Salazar, unos de los representantes del Departamento de Comunicación de Crop Trust. Esta organización es la encargada de velar por la conocida como Bóveda del fin del mundo, así como de asegurar la conservación y disponibilidad, de forma permanente, de la diversidad de plantas para la alimentación y la agricultura.
Cinco puertas son las que protegen el búnker, el cual tiene una capacidad para almacenar 4,5 millones de tipos de cultivos. Cada variedad contiene un promedio de 500 semillas, por lo que pueden ser conservadas un total de 2,5 millones Svalbard. Estas se depositan en cajas en una de tres salas que se encuentra al final de un largo túnel, concretamente en la del medio, que ya está alcanzado su tope.
“La bóveda está perfectamente protegida. Por ejemplo, cuando acaba el túnel existe una antesala cuya pared divide las habitaciones. Está realizada de forma cóncava, de manera que si fuera atacada, cualquier golpe se vería reflectado”, explica Salazar. Además, su construcción bajo tierra ayuda también a que las semillas no se vean afectadas ante una subida de temperaturas a causa del cambio climático.
¿Cómo se depositan las semillas?
Cualquier país puede enviar semillas a Svalbard, ya que este almacén es una segunda copia de todas las que se recogen en los bancos de germoplasma del resto del planeta. Estas deben ser frescas, es decir, recién cosechadas, y el depósito del país en cuestión debe asegurarse de que lo que remiten no se encuentra ya en la Bóveda Global de Semillas. Por tanto, un banco realiza su selección de material, lo sella con una bolsa de aluminio, y lo manda directamente, pues gracias a acuerdos internacionales se evita el tedioso papeleo previo. Tras pasar por una máquina de rayos X llega al búnker, donde lo esperan para bajar un ascensor y depositarlo en cajas en una de las estanterías de la helada habitación.
“La mayor diversidad está conservada en un solo lugar, Svalbard. De hecho, países como la India o Japón, que aún no habían depositado semillas, lo hicieron recientemente. Aunque faltan de algunos bancos importantes, se guardan semillas de todo el mundo. El año que viene cumplimos 10 años y, seguramente, lleguemos al millón“, indica Luis Salazar. La caja nunca se abre. Por tanto, el envío incluye un documento en el que se explica toda la información del material, la cual se vuelca en una base de datos para que quede todo certificado.
Cada caja pertenece a su país de origen, el cual puede solicitar semillas en caso de necesidad, como ha sucedido durante la guerra de Siria. El banco de germoplasma sirio, el ICARDA, que se encuentra en zona rebelde, las pidió hace unos meses, ya que la colección de semillas más frescas para poder cultivar habían sido depositadas en Svalbard, por lo que sacaron una parte que irán reponiendo conforme vayan cultivando y recolectando.
Según Salazar, las semillas “están dormidas y, cuando un banco las necesita, debe despertarlas y cultivarlas para, después, poderlas expandir y, así, alimentar a la población. En algún caso extremo, podrían crecer directamente sin pasar por este proceso. Por ejemplo, hay 200.000 variedades de arroz por si acaso fueran necesarias. Para que su conservación sea a perpetuidad, se requiere de muchos cuidados, pero es cierto que muchas veces un país las necesita antes de tiempo. Por eso, es tan importante resguardarlas”.
El Gobierno noruego es el encargado del mantenimiento de la bóveda y, realmente, no hay ningún trabajador fijo allí, solo acuden para dejar las cajas, puesto que se trata de un segundo resguardo de las semillas a nivel mundial que remiten los bancos de germoplasma. Así, serían los almacenes de los países de origen los que intercambian semillas con los agricultores, si bien es cierto que, en una ocasión, indígenas de Perú llevaron unas a Svalbard. Vestidos con sus trajes tradicionales y acompañados por el banco de su país, quisieron recordar que ese depósito “es nuestro pasado y es nuestro futuro; son nuestros padres y son nuestros son hijos”.
Bancos de germoplasma
Sin embargo, antes de Svalbard, existen cerca de 1.700 bancos de germoplasma en todo el mundo que protegen sus semillas. En este sentido, Crop Trust forma parte de este sistema global, que busca conservar la diversidad más importante que tenemos en materia de seguridad alimentaria, pues estos depósitos son fundamentales para poder utilizar las semillas en caso de necesidad y suponen una primera copia de las mismas.
“Este material debe ser resguardado, ya que solo podrían hacerlo los productores. Por ejemplo, a ellos no les podemos pedir que cultiven las 45.000 variedades de patatas, pues no existen los recursos necesarios, y también buscan aquellas plantas más resistentes y con mayor salida en el mercado. Las variedades, desarrolladas por el ser humano, poseen una vida específica, por lo que muchas se van quedando atrás”, apunta el representante de comunicación de la entidad, y añade que el trabajo de Crop Trust consiste en ayudar a conservarlas en toda la red de bancos de germoplasma regionales, nacionales e internacionales. Todos ellos con sus frías salas para el material y la puesta en práctica de sus pruebas de viabilidad.
Los almacenes de germoplasma internacionales no albergan toda la diversidad, por lo que las semillas también se guardan en los nacionales. Estos velan, sobre todo, por sus productores locales, por lo que muchas veces sus semillas no se comparten con otros países que las puedan requerir. De ahí que se esté trabajando en un sistema estandarizado para que el material pueda enviarse a otros lugares. Además, el intercambio de semillas multilateral se establece bajo un mandato de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) firmado por 140 países.
Aunque se trabaja conjuntamente para la conservación ex situ (bancos de germoplasma) e in situ (campo), la ONU ha puesto como objetivo para 2020 tener toda la diversidad de plantas resguardada. “Como siempre decimos, la bóveda de Svalbard supone un elemento más de un sistema que necesitamos fortalecer y completar para asegurar nuestro futuro. Y esto se encuentra en los bancos de germoplasma. Conservar la semilla supone el paso previo para mejorarla y, así, que llegue a los agricultores, a los distribuidores, a los supermercados y, al final, a la mesa de la gente”, subraya Luis Salazar.
David Casas