Compartimos la final del Mundial con los filipinos que estudian español en el Instituto Cervantes de Manila
CARLOS JUAN, Manila. Cinco y media de la madrugada del lunes. Otro hecho histórico en el que los últimos en conocerlo parecemos ser los de Filipinas. Manila y su área metropolitana empiezan a consumir las pilas que han recargado durante el fin de semana. El metro circula y ya no es necesaria la luz de las farolas para ver acercarse a los coches. “Dentro de cuatro años, en el próximo Mundial, habrá que volver aquí”. Aquí es el Café de las letras en el Instituto Cervantes. Últimas fotos para engrosar el archivo de los recuerdos. Último brindis ¡por España!. Ahora toca cazar un taxi para después, quizá, dormir una cabezada
¿Quiénes han sacrificado una noche completa de sueño por un deporte sin afición conocida en Filipinas? Con los algo más de ciento cincuenta raritos que hemos velado por la Roja podemos formar varios grupos sociales. El primero está formado por los trabajadores del Instituto Cervantes, anfitriones de esta fiesta del fútbol y del español. El director del centro que más alumnos tiene matriculados en la región de Asia-Pacífico, José Rodríguez reparte al final del partido abrazos y saludos. Se deja fotografiar con alumnas y atiende a una TV filipina encontrando en medio de la algarabía general las palabras en inglés que describen la incertidumbre vivida durante el encuentro y la alegría por el resultado de la final.
Hasta aquí nada diferente respecto a lo que pudiéramos haber contado en otro lugar. Hay también españoles residentes en Manila a los que se suman dos periodistas de Cádiz que apuran su viaje al archipiélago tras haber participado en unas jornadas de prensa española. Quienes aportan sonidos diferentes a este histórico partido son los alumnos del Cervantes y sus parejas y amigos. El español, la lengua que trajo hasta este lugar Legazpi hace más de cuatro siglos ha sido el banderín de enganche que, al menos durante esta madrugada, ha llevado hasta el banderín de corner.
Hablamos con ellos. Todos tienen su hoja de servicios de analista sesudo del fútbol en blanco y su camiseta en rojo. El acercamiento a la cultura y a las costumbres de España les ha hecho acercarse a un deporte con hegemonía mundial pero en soledad local. Por lo tanto esta noche en el Café de las Letras se chilla más a Jabulani que al jugador que tiene la pelota o la pierde. Los gritos son repentinos, instintivos, limpios de expresiones malsonantes y cesan tan pronto el balón deja de ofrecer peligro aparente o el colegiado detiene el juego. Por descontado nadie intuye los fueras de juego que se van sucediendo durante los 120 minutos de contienda hasta que el realizador no ofrece el plano del juez de línea.
Es que si nos invitan a ver la final de la Superbowl haríamos lo mismo conjetura este cronista con otro de los periodistas españoles alli presentes. Alwyn Alburo, senior editor del canal de noticias GMA 7 nos cuenta entre escandalera y escandalera según quien robe la pelota que el interés informativo de su empresa es mostrar que además del baloncesto hay otros deportes que interesan a los filipinos. Añade que él y el cámara que le acompaña están sorprendidos porque no esperaban filmar a tantas personas.
No es el único. No hay sillas para todos en el Café de las Letras y el aire acondicionado hace tiempo que dejó de sentir, por la presión humana. A las cinco menos cinco de la madrugada -¡que lejos queda ya la paella con gambas y el pincho de carne que hemos cenado en el mismo lugar!- Iniesta marca de tiro cruzado y la alegría se comprime en el elegante café, convertido ahora en una olla a presión. Lo que sigue en los cuatro minutos posteriores es un calco de lo vivido en bares y peñas de cualquier lugar de España salvo la petición final ¡fiesta, fiesta! que suponemos estaba referida a las clases de español del lunes por la mañana y que no llegó a cuajar al menos oficialmente. De lo que no cabe ninguna duda es que esta noche han tenido mil y una ocasiones de practicar nuevamente su español así que el tiempo no lo han perdido.
Arantxa Carceller