Esta semana 360 Grados Press galopa al viento a horcajadas junto al pequeño Airam, que padece síndrome de West, para conocer los beneficios que supone la hipoterapia en jóvenes con diferentes tipos de discapacidad psicomotora y trastornos.
Airam está nervioso. La naturaleza de su enfermedad le mantiene agitado muy a menudo, pero este día especialmente. Sabe que se avecina un momento que le gusta, le anima, le hace feliz. Su madre, Elisa, le acompaña y comparte esa inquietud con él con la misma intensidad tan solo porque es consciente del beneficio que supone para su hijo.
Por fin llega el esperado instante. Desde su silla de ruedas, su única vía de movimiento diario, Airam se topa con un ser enorme. Un animal noble, servicial y empático. Un caballo desde la mirada en contrapicado de este joven es más que un equino: es su válvula de escape, sus piernas, la torre más alta desde donde sus ojos pueden alcanzar a contemplar paisajes maravillosos, notar la brisa en su cara y fundirse con la naturaleza durante un rato. Corto, pero muy fructífero.
Así vive este joven de 15 años con síndrome de West y parálisis cerebral severa sus clases de hipoterapia en el centro habilitado para ello en la Fundación Santa María Polo. Esta enfermedad se suele caracterizar por espasmos epilépticos, retraso del desarrollo psicomotor y electroencefalograma con un trazado característico de hipsarritmia. Pero parece que todos estos síntomas se pierden en el olvido cuando Airam monta a lomos de su caballo junto a su fisioterapeuta. “Es otro niño, no está tenso, mantiene las manos sobre el animal, sonríe, se entiende con él a la perfección”, asegura Elisa García, madre del pequeño.
Un “chico nuevo” que, tras los 30 minutos de andaduras hípicas, se siente pletórico, tiene mayor movilidad, ya que se le activa la circulación, y deja de estar estreñido al desbloqueársele el intestino y el estómago. “Como complemento a sus actividades de fisioterapia y de hidroterapia, ha conseguido tener mucho más suelta la espalda y la cadera y que no requiera de ningún tipo de operación como sí sucede con otros niños de su edad que ya han pasado por varias”, añade la madre.
Rehabilitar, integrar y desarrollar en el ámbito psíquico, físico y social, así como aumentar la calidad de vida. En torno a estos cuatro preceptos gira la hipoterapia de la que disfruta Airam y muchos otros jóvenes y adultos con (y sin) diferentes discapacidades psicomotoras y trastornos. Ya en 1875, el neurólogo francés Chassaignac descubrió, tras intensas investigaciones, cómo un caballo podía mejorar el equilibrio, el movimiento articular y el control muscular de sus pacientes.
Pero esta terapia funciona hoy en su triple acción (terapéutica, educativa y recreativa) y crea el ambiente idóneo para el desarrollo y evolución de jóvenes con discapacidad. “Los animales ejercen una motivación espectacular en los pacientes, ya que se establece una conexión sensorial perfecta entre ellos”, afirma Carol Cantelar, experta en terapias ecuestres en la asociación PE&CO (@peandco).
A nivel físico, el caballo aporta beneficios al niño según tres principios esenciales para el tratamiento:
- El calor. Los 39 grados que puede alcanzar el cuerpo de un equino en movimiento, usados como instrumento calorífico, funcionan para distender, dar elasticidad y relajar, además de potenciar su sensopercepción táctil y favorecer su sistema circulatorio.
- Los impulsos rítmicos. Las pulsaciones de un caballo oscilan entre las 90 y las 110 por minuto, según vaya al paso, al trote o al galope. Esto da lugar a impulsos rítmicos que se transmiten desde el cinturón pélvico, la columna vertebral y los miembros inferiores hasta la cabeza del niño y proporciona reacciones de equilibrio y enderezamiento del tronco.
- El movimiento tridimensional. El desplazamiento (de arriba a abajo, de delante hacia atrás y de derecha a izquierda) del caballo, muy similar al humano, se graba en el cerebro del paciente durante las sesiones y, con el tiempo, se automatiza, lo que facilita la transferencia a la marcha a pie del niño, en el caso de padecer discapacidad motriz.
A nivel psicológico, jóvenes con enfermedades como cáncer y patologías y trastornos como el autismo pueden ver favorecida su conducta y su necesidad de lucha y de crecimiento vital. Según la miembro de PE&CO, la hipoterapia mejora la autoestima, la autoconfianza, el autocontrol emocional, la autonomía, la capacidad de atención y de concentración; agiliza la memoria y potencia el sentimiento de normalidad.
“La sensación de unión con el caballo aporta al niño una seguridad, una confianza, un amor y una autoprotección magníficos con los que comenzar a trabajar para que llegue a aceptarse a sí mismo, si todavía no lo hace. Es algo genial y muy apto y recomendable también para cualquier adulto, con o sin discapacidad”, asegura Cantelar.
Desde el Centro de Hipoterapia de la Fundación Santa María Polo (Cádiz) tienen muy claro que esta práctica “no es milagrosa, pero sí muy beneficiosa”, según palabras de su directora técnica, Mamen Castillo. Además, la actividad no se limita a la monta del caballo, sino a la ducha y mantenimiento del animal (para que el usuario lo adquiera como hábito en su propio día a día) con ayuda de los monitores y a la realización de ejercicios de motricidad como el ensarte de bolas o la elaboración de puzles, aun yendo a horcajadas. “Es importante que los padres no sean sobreprotectores con sus hijos, ya que esto les limita a la hora de asimilar las tareas realizadas y de mejorar en la terapia. Siendo de la forma contraria, los beneficios son indescriptibles”, advierte Castillo.
“Siento al caballo como una extensión de mi cuerpo”
Por su parte, Pablo Leal, pensionista de 37 años y enfermo de esclerosis múltiple, ha conocido el cambio experiencial que ha obtenido su vida desde que acude a las clases de hipoterapia que ofrece la Fundación Antonio Boluda (Madrid) en la Escuela de Equitación San Jorge. “Lo primero que pensé al ver al caballo fue ¡qué alto está!, ¿cómo me voy a subir aquí?, me voy a caer. Todo muy negativo, pero enseguida me ayudaron dos asistentes y comencé a relajarme”, recuerda Leal. Destaca el calor que desprende el animal y notar sus pulsaciones. “Vibro con él y lo siento como una extensión de mi cuerpo, como si fuera mis piernas. Es algo maravilloso”.