Difusores de la vida propia (y de la ajena)

Cotillear es una de las virtudes (o de los defectos, según quien haga uso de ello) más atávicas que nos acompañan desde que el hombre (y la mujer) es hombre y esta semana 360 Grados Press indaga en su vertiente más terapéutica y social.

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Chismear, chismorrear, alcahuetear, comadrear, murmurar, fisgar, curiosear, badajear, cacarear, rajar, rumorear, marujear. Tiene miles de sinónimos; casi tantos como cotilleos se difunden de manera oral o escrita por microsegundo en todo el mundo. Los psicólogos y sociólogos coinciden: todos somos cotillas y es fruto de nuestra condición como seres humanos. Según las investigaciones del antropólogo británico Robin Dunbar, dedicamos el 65% del tiempo a hablar sobre nuestra vida o sobre la de los demás.

 

Y si hablamos de España, las cifras crecen. El informe del Observatorio de Internet Francesc Canals, nuestro país se ha consolidado como uno de los principales países cotillas, con la autoría de aproximadamente el 70% de los rumores que circulan por la Red. Porque la genética hispánica nos acompaña por arraigo. Porque nos gusta charlar con amigos y familiares y, entre relato del día, de las rutinas laborales, de lo rica que nos ha quedado la pasta o de la película/serie que nos tiene enganchados cada noche, soltar alguna pincelada (o brochazo, dependiendo del sujeto) acerca de alguna persona de nuestro entorno que queremos o que detestamos.

 

Además, las raíces ancestrales del ser humano nos avalan como ‘marujos’ (desde el respecto de la propia palabra). Un estudio científico publicado en la revista Science reveló que los chismes no son algo banal, sino que se trata de una fórmula que llevamos utilizando miles de años para obtener información muy valiosa de nuestro entorno, conseguir pistas para sobrevivir y adaptarnos mejor al mundo que nos rodea, que antes era más peligroso y complejo si cabe. De hecho, gran parte de nuestro éxito reproductivo dependía de nuestra habilidad para conocer las complejidades de la vida tribal.

 

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Esta práctica casi patrimonial “nos hace disfrutar, ya que reduce el estrés, y liberamos endorfinas, neurotransmisores en el cerebro que nos hacen sentir bien y nos provocan una sensación de bienestar y de placer“, explica la psicóloga Miriam Ayala. Añade que es un acto “inevitable, necesario y beneficioso“, debido a que es divertido (nos hace poseedores de conocimiento y puede elevar nuestro status), facilita la socialización (se tratan temas que nos interesan a todos y que permiten iniciar conversaciones incluso con gente que no conocemos mucho) y motiva (nos ayuda a evaluarnos a nosotros mismos y a mejorar nuestro comportamiento si escuchamos marujeos positivos, porque queremos tener el éxito del ‘criticado’, y si son negativos, ya que tememos ser el objetivo).

 

Además, los considera “esenciales” para estrechar lazos, reafirmar relaciones y mostrar alianzas. Siempre y cuando se hagan con tono constructivo. “Cotillear puede ser bueno cuando solo compartimos información, sin que la hayamos contaminado con nuestra mala intención. Si se hace con ánimo destructivo, criticar por criticar, si se transforma en morbo y se resalta aspectos negativos de una persona, se tengan o no, entonces se vuelve malo“, afirma Ayala.

 

La cara B del critiqueo se hace más peligrosa de lo que parece. Podemos dañar gravemente a la persona (o personas) epicentro al poder ser objeto de insultos y difamaciones sin opción a defenderse; deteriora a quien difunde el chisme, ya que suele esconder baja autoestima e insatisfacción vital, y puede desunir y destruir vínculos y convertir en víctimas a inocentes.

 

‘Rajar’ desde el anonimato 2.0

Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) como Internet, los soportes móviles y las redes sociales han permitido un mayor desarrollo de esta ‘afición’, tanto en su vertiente positiva como en la negativa: sitios web como Facebook o Twitter amplían las capacidades y posibilidades que promueven el cotilleo, “dan la posibilidad de mantener el anonimato mientras observas la vida ajena“, según la psicóloga.

 

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Y justo de lo social llevado a lo digital ha surgido recientemente en España una aplicación para móvil que deja al libre albedrío del usuario la elección del buen o del mal uso del comentario para compartir todo lo que sucede a su alrededor. Se trata de Marujeo, el boca a boca 2.0 (@AppMarujeo), una nueva red social basada en la geolocalización y en formato microblogging, que permite publicar entradas con títulos, imágenes y textos en tiempo real. “Actualmente se ha perdido el saber qué pasa cerca de ti, ya que pocos soportes se especializan en ello y se limitan a informar de una forma global para crear un contenido de interés general; por eso Marujeo ha surgido de la misma necesidad“, comentan desde la gerencia de la app. El primer medio de comunicación del “ahora o nunca” que tiene como periodistas a los propios ciudadanos.

 

Aunque de momento se ha lanzado en las provincias de Barcelona y de Gerona (con intención de ampliar el radio de acción), en sus primeras semanas de vida ya se ha hecho con 10.000 visitas en su web, más de 3.000 seguidores en redes y más de 500 descargas de la aplicación desde Apple Store y Google Play, lo que consideran una “buena estadística“. Un medio con mucha proyección que utilizan mujeres, en un 60%, y hombres, en un 40%, de entre 25 y 54 años, que lo que más comparten son ‘desgracias’ (accidentes, incendios e inundaciones) hasta el momento.

 

Un método más para poder analizar qué nos interesa a la gente en el tú a tú y cómo nos gusta difundirlo y (por qué no decirlo) una manera tan lícita como otras de darle a la sin hueso, al más puro estilo español, sin gastar saliva.

Lorena Padilla

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