“El rastro es un lugar cosmopolita, variopinto y raro”

Películas VHS, cacharros antiguos y otras estampas del siglo XX, en el espacio más vintage de Valencia

ARANTXA CARCELLER, Valencia. La moda vintage está ganando terreno en las pasarelas, tendencias y comercios. Cada vez son más los que buscan ese halo del pasado. Por ello, desde 360gradospress hemos querido adentrarnos en uno de los espacios de Valencia, el rastro, que más puede evocarnos esas reminiscencias de una época pasada. “El rastro es un lugar cosmopolita, variopinto, barato, raro. Es el mejor lugar de Valencia para venir un domingo por la mañana”, nos explica Alberto Gómez, vendedor y asiduo al rastro desde 1980.

Las calles empiezan a desperezarse mientras despuntan los primeros rayos del sol. Un parking abandonado de coches aloja como cada domingo una multitud de cachivaches, antigüedades y curiosidades. Despierta el rastro, lentamente, mientras sus comerciantes, sin prisa pero sin pausa, van montando sus puestecitos, con el anhelo de ver qué sacarán esa mañana. El rastro de Valencia se instala cada domingo, y festivo, junto a las inmediaciones del Mestalla. La hora oficial de apertura oscila entre las seis y las siete de la mañana. Es en ese instante cuando desfilan coches y furgonetas, se intercambian saludos y bostezos, y el olor a café se mezcla entre la multitud.

El rastro de Valencia nació como una alternativa a los mercados oficiales, en el cual, se ofrece al visitante un abanico de antigüedades y multitud de objetos. “El Rastro siempre ha sido una moneda de intercambio, empezamos en Nápoles y Sicilia, donde se montaba un pequeño rastro, donde la gente vendía, cambiaba, trapicheaba”, declara Agustín Soler, uno de los fundadores del Rastro.

Aunque, según los más veteranos, el rastro actual nada tiene que envidiar al que en su día se ubicaba en la calle Nápoles y Sicilia. “Los cambios se notan, el rastro antiguo lo que era Nápoles y Sicilia era más variopinto, más bohemio, más colorido, más callejuelas, donde podías encontrar de todo. Aquello era precioso”, comenta Alberto. A día de hoy, se alternan las antigüedades con otras curiosidades y utensilios: vinilos, VHS, libros, bolsos, bicicletas, muñecos, abalorios, enseres domésticos, etcétera. En fin, un baúl de posibilidades donde cualquiera puede detener el paso y quedarse a ojear la mercancía.

Sin embargo, los más curtidos recalcan una y otra vez que el espíritu del rastro se ha perdido mucho, debido a los cambios, sobre todo, sociales. “El rastro ha cambiado mucho, como el sistema político en España, o el sistema tradicional de siempre. Se han perdido los valores humanos. Es decir, el dinero ha perdido económicamente mucho, la mezcla de razas, de colores, hay exigencias en el género, las antigüedades se han perdido, la cultura”, comenta Agustín Soler. Al mismo tiempo, nos explica su compañero Alberto: “Ahora, esto no es un rastro, es un mercadillo donde se vende puntilla, ropa nueva. El rastro se ha hundido”.

Sin embargo, hay puestos que no dejan de sorprender al visitante, podríamos destacar los de antigüedades, donde sus vendedores ofrecen desde mobiliario hasta pequeños detalles como cámaras, máquinas de escribir, crucifijos, joyas o broches de una época pasada y gravados o pinturas de un trazo ya extinto. Otros destacan por sus mercancías variadas como tazas, libros raídos, VHS, algún olvidado vinilo, muñecas, cuadros, utensilios de dentista, retratos, ordenadores, bicicletas, y un largo etcétera.

Para aquellos amantes del rastro madrugar es un requisito indispensable, de 5:30 a 7:00 de la mañana, ya que, las oportunidades desaparecen al vuelo. “Lo mejor es venir sobre las 7 de la mañana o mucho antes, pues, encuentras más cosas. Yo, por ejemplo, colecciono películas de terror en VHS de los años 60, 70 y 80, y si vengo más tarde de esa hora es raro que encuentre alguna cosa”, afirma Martín Sánchez, un comprador empedernido del rastro.

Sin embargo, hay otra cara del rastro más cruda, ya que, muchas de las personas que acuden a vender tienen que sobrevivir la semana con las ganancias de los domingos. “Las ventas han bajado en un año. En mi caso, que yo vendo vinilos la crisis ha afectado bastante, la gente tiene ahora menos dinero para gastar en una cosa que es como un capricho”, declara Nacho Todolí, vendedor en el rastro desde hace cinco años.

En tiempos de crisis, la situación se agrava y a muchos vendedores tan sólo les queda resignarse y ofrecer sus mercancías a precios irrisorios como 50 céntimos o 1 euro, cuando en un establecimiento pagaríamos mucho más del doble. A ello, se suma el poco apoyo prestado por parte del Ayuntamiento quien como declara Alberto “van con buenas palabras pero luego no cumplen los hechos”, ya que, una de las exigencias de estos vendedores es poder ampliar el espectro del rastro con más puestos y más días, al igual que Barcelona o Zaragoza. Este es el lado más negro de estos curiosos mercaditos llenos de interesantes experiencias y carismáticos personajes.

Arantxa Carceller

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