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Seguro que en alguna ocasión te has encontrado bandadas de cotorras posadas en las ramas de los árboles de tu ciudad. No es extraño. Desde 1986 más de un millón de loros entraron legalmente en nuestro país para ser vendidos como mascotas.
¿Qué pasó después? O las jaulas se les quedaron pequeñas y se escaparon o simplemente fueron liberados (o abandonados). El resultado: aves conviviendo en nuestro hábitat urbano y relacionándose con los elementos que forman parte de nuestro entorno, desde edificios, árboles y mobiliario urbano hasta balsas de riego o depuradoras de lagunaje en las áreas periféricas.
“Las ciudades son entornos llenos de oportunidades para el que sabe aprovecharlas y los animales que viven en ellas suelen ser valientes y versátiles, no tienen miedo al hombre o saben cómo usar este entorno para toparse lo menos posible con nosotros y nuestras actividades. Pueden utilizar las urbes para alimentarse, para descansar en paso migratorio, para pasar el invierno (por el efecto isla de calor), para dormir a salvo de posibles predadores, etc.”, explica Álvaro Luna, biólogo y divulgador.
Otras especies, en cambio, ya residían en esas áreas urbanas desde antes de que se cimentaran edificios en ellas y han modificado sus pautas de conducta para adaptarse a los cambios. “Si desecamos humedales naturales para aprovechar las aguas en el riego, las especies buscarán este recurso necesario para su supervivencia del modo que sea y si para ello deben colonizar una laguna de depuración, lo harán; en realidad, ‘renaturalizan’ espacios arrebatados a ellas, volviendo”, valora Eduardo Cortils, artista contemporáneo.
“Hay que proteger la naturaleza ante el deterioro palpable que estamos llevando a cabo, ponerla en valor y hacer tareas de educación ambiental en las ciudades, en lugar de relajarnos porque algunas especies puedan salvarse al vivir en ellas”, recuerda Luna.
De una manera o de otra, es probable que la tendencia de encontrarnos especies (sobre todo, en peligro de extinción) con cada vez más individuos en las ciudades que en entornos naturales crezca en pocas décadas. De hecho, el 20% de las aves está presente en alguna área urbana, como sucede en España con la lechuza y el cernícalo primilla. Consecuencias: “algunas especies sacan más descendencia adelante cada año al tener menos enemigos y más comida, pero la contaminación que está presente en la ciudad posiblemente daña su salud”, indica el biólogo.
El ser humano es el responsable, en gran medida, de las modificaciones y adaptaciones de los animales que viven actualmente en las ciudades. Pero en el futuro podría ser más evidente un actor cada día más presente en ese proceso: el cambio climático. El aumento de las temperaturas que alarga el verano en más de un mes, las variaciones en el clima o la cada vez más indiscutible ausencia de estaciones podrían ir atrayendo a diversas especies a las zonas urbanas en busca de alimento y de agua (que en ellas encuentran de manera abundante).
Pero también se da otra realidad para otros animales tradicionalmente urbanos o muy unidos al hombre, que están saliendo de las ciudades debido al uso de fertilizantes y pesticidas en la agricultura, a la desaparición de la trashumancia o a la transformación de los usos del suelo. Cortils ejemplifica con la escasez de gorriones en la ciudad: “la desaparición de espacios en los que anidar; la competencia por el alimento y el hábitat con especies invasoras como la cotorra argentina; la contaminación del aire que les produce enfermedades, y la ingesta de comida-basura, que les debilita al no aportarles nutrientes necesarios son algunas de las causas de su regresión”.
Vías para mejorar el hábitat urbano de los animales
Las ciudades pueden ser un buen hogar para algunas especies si facilitamos su estancia a través de, como indica Luna, la creación de reservas naturales en áreas urbanas y periurbanas, como ya ocurre en Extremadura con las aves. O “instalar cajas nido para distintas especies, naturalizar los tramos de ríos y cursos de agua que pasan por la ciudad, y que las diferentes acciones que se llevan a cabo en las urbes (obras, tareas de jardinería, etc.) se sincronicen con el ciclo de vida de los animales, para no destruir esos rincones que usan para vivir”, resalta el biólogo.
En otros países del mundo también se han tomado medidas para mejorar la vida de las especies que les rodean en sus ciudades, sobre todo, de las que quedan pocos individuos. Es el caso de la tortuga de caparazón blando del Nilo, que está presente en Israel, pero al borde de la extinción. “Ahora mismo su futuro en esta región depende de una población aislada en un tramo de río urbano entre naves industriales, cultivos y urbanizaciones”, destaca Luna.
Por su parte, en Australia hay tantas especies protegidas presentes en reservas naturales como en entornos urbanos y ahí entran desde marsupiales a invertebrados y plantas. Y en Nueva Zelanda están trabajando para recuperar al kiwi, su ave nacional, con el proyecto Capital Kiwi a través del que establecer poblaciones de este animal en la periferia de su capital, Wellington. Ideas que podrían utilizarse para futuras reintroducciones de especies en sus hábitats originarios después de eliminar las causas que están llevando a su declive.
Fotografía para concienciar
Una exposición en Madrid está mostrando la realidad de las especies que conviven con nosotros en las urbes o en las áreas aledañas. Antropoceno, Arte y Biodiversidad en Escenarios Periurbanos, que se puede visitar hasta el 2 de octubre en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, exhibe “la situación que los seres humanos hemos creado en los ecosistemas, convirtiendo todo en mercancía; cómo nuestras actividades modifican y alteran no solo el estado del medio en el que vivimos, sino también el comportamiento y los hábitos de las especies “salvajes” con las que compartimos el medio, y cómo el arte se aproxima a los nuevos retos ambientales a los que nos enfrentamos, pero sin las ingenuidades cometidas en décadas pasadas”, explica Eduardo Cortils, artista contemporáneo y director del proyecto.
Hasta 130 especies aparecen en las fotografías, que han sido tomadas principalmente en zonas del sur peninsular y en áreas cercanas a grandes núcleos urbanos en las que se realizan actividades que dan servicio a las ciudades, así como balsas de riego, depuradoras de lagunaje o urbanizaciones fallidas, que la naturaleza, en algunos casos, ha ido “renaturalizando”.
Una exposición que refleja el sentimiento que el autor tiene acerca de esta situación. “Los seres humanos hemos perdido el cordón umbilical que nos unía a la tierra y al resto de especies; este proyecto pretende que encontremos dónde está el eslabón roto y, en la medida de lo posible, intentemos reparar esta desconexión”, concluye Cortils.