125 toneladas de tomatazos en una nueva batalla campal en Buñol
G.S., Buñol. La Tomatina o más de 40.000 personas llegadas de incontables puntos de España y del extranjero, 125 toneladas de tomates procedentes de Extremadura, poco más 1 hora para hacer chof en cabeza ajena y litros y litros de tomate exprimido como resultado. Los complementos necesarios: bañador o sucedáneo, gafas de natación o de buceo y ganas de divertirse sin escrúpulos porque en Buñol volvió a haber tomate. 360gradospress estuvo allí, donde recibió y repartió tomatazos.
El pasado miércoles 26 de agosto, la Tomatina batió de nuevo un récord de expectativas bajo un despliegue inusitado de fuerzas de seguridad que no dejó escapar ni un detalle en los accesos al municipio y en las salidas una vez concluida la celebración. A la hora de comer no quedaba ni una brizna de tomate en la calle, “hay que limpiarlo antes de que se seque porque sino después es imposible”, aseguraba un vecino de Buñol y miembro de la improvisada brigada de limpieza que culminó la fiesta. Unas horas antes, desde primera hora de la mañana, los madrugadores y los que no habían dormido comenzaron a ocupar posiciones en la calle principal del municipio. Los más, a pie de campo; los menos, en los balcones; unos, para formar parte de la batalla campal que comenzaría con un chupinazo a las 11 horas; otros, para ver cenitalmente los tomatazos desde la comodidad que da el no implicarse en la guerra.
Nadie podía meterse en Buñol en coche, un reguero de ellos quedó estacionado en las cunetas de las principales vías de acceso y en la zona industrial adyacente a la A-3. Decenas de agentes de la Guardia Civil prohibían el acceso a la localidad para evitar contratiempos de tránsito. Aunque para atascos, los registrados en el centro. Más de 40.000 personas se abalanzaron sobre los camiones que recorrieron la arteria principal del municipio para hacer acopio de tomates con los que implicarse de lleno en una fiesta imitada en otros lugares tan dispares como China, aunque con menos éxito de convocatoria. “Esto es una pasada, no veo nada pero es una pasada; es la primera vez que vengo pero no será la última”, comentaba un turista gallego ataviado a mitad de película con lo justo: un slip de los de antaño y unas gafas de nadador azules.
Cuando se acabó el tomate, la masa se apoderó del zumo que discurría por las rieras pisoteadas por la avalancha, hasta que a la hora y media del inicio de la batalla las brigadas de limpieza y los vecinos comenzaron a limpiar las fachadas (forradas con plásticos) y las vías. Como resultado: una nueva edición masiva de lo que en su tiempo comenzó como una broma entre cuatro vecinos, resaca, picor de ojos, imágenes youtuberas y más fiesta.
Marga Ferrer