A ojos del mundo entero, el Carnaval de Río de Janeiro es la locura de esa samba irrefrenable, la sensualidad de esos trajes de fantasía imposibles y la imagen del Rey Momo coronado cada año por mérito de una obesidad tan simpática como mórbida. Es decir, a ojos del mundo entero, el Carnaval de Río es todo aquello que sucede dentro de esa emblemática construcción que es el Sambódromo.
Y no es de extrañar. El Sambódromo, esa impresionante avenida franqueada por gradas, que fue construida en 1984 por el gran arquitecto brasileño con mayúsculas que fue Oscar Niemeyer, es el corazón que bombea y marca el ritmo de esos miles de cariocas que, durante los días previos al inicio de la cuaresma, recorren prácticamente todas y cada una de las grandes arterias y pequeñas venas que marcan la vida de la ‘Ciudad Maravilhosa’.
Sin embargo, a ojos de los brasileños, ese corazón no es tal, sino más bien un marcapasos, impulsado de forma artificial por los organismos públicos. El elevado precio de las entradas para acceder al recinto, así como la rigidez de las Escuelas de Samba que en él desfilan, convierten al Sambódromo en un órgano extraño, un corazón desacompasado que, en realidad, no late al ritmo de los millones de habitantes de la ciudad de Río.
La popularidad del Carnaval da Rua
Es otra la fiesta que enamora a los cariocas, que les hace abandonar sus rutinas e ignorar los calores del verano austral. Una fiesta que comienza semanas antes del inicio oficial del famoso Carnaval, que este año comenzará el próximo día 13 de febrero.
Con el ritmo en los pies y una cerveza en la mano, los habitantes de Río se entregan con pasión al conocido como ‘Carnaval da Rua’. Y es que es ése el auténtico espíritu que, desde hace ya varias semanas, invade y desborda de manera espontánea las almas de millones de cariocas que anhelan durante meses la llegada de esta gran celebración.
El protagonismo de los ‘blocos’
Protagonizado por los ‘blocos’, una suerte de comparsas creadas por ciudadanos anónimos a lo largo de toda la ciudad, el Carnaval de Calle no está encorsetado por unas plazas limitadas, ni por unos estrictos horarios.
Los ‘blocos’, con esos ensayos que siempre acaban convertidos en auténticas fiestas, llevan ya meses cocinando a fuego lento ese ambiente festivo que alcanzará su punto más álgido a mediados de este mes de febrero, cuando dé comienzo el Carnaval oficial.
Tras varias décadas de olvido, los ‘blocos’ han experimentado en los últimos años un imparable renacer, paradójicamente fruto tanto del crecimiento económico, que permite a todo el mundo sumarse a la fiesta, como de las enormes desigualdades existentes en el gigante sudamericano, que impide a la gran mayoría aspirar a formar parte de la fiesta oficial del Sambódromo.
De acuerdo con el músico local Alexandre Brasil de Matos, más allá de las cuestiones económicas, existe otra razón que explica esa preferencia del carioca por el carnaval de calle y es que “el ‘bloco’ es más participativo; en el Sambódromo tú estás asistiendo a algo, mientras que en la calle interactúas con las personas y eso marca la diferencia”.
Estos días las calles son suyas. Las cortan, las invaden, las llenan de vida al ritmo de las ‘marchas’, un ritmo que pone música a unas letras desenfadadas y agudas que sirven para señalar los defectos y ensalzar las virtudes del pueblo brasileño. Siempre con cariño, siempre con mucho arte.
Cada una de estas comparsas tiene su propio estilo, su propia personalidad. Las hay tradicionales, como la del Suvaco do Cristo, que desfila por la ladera del cerro del Corcovado, desde donde el Cristo Redentor parece abrazar a toda la ciudad con sus brazos bien abiertos, lo cual explica el porqué de tan curioso nombre; o la de Las Carmelitas, que deben su nombre a una monja que solía saltar con disimulo la tapia de su convento para sumarse a la algarabía carnavalesca que invadía las calles aledañas.
También existen ‘blocos’ con un espíritu más contemporáneo y cosmopolita, como el de la Banda del Sargento Pimienta cuyo repertorio es una revisión actualizada -y pasada por el filtro de la música popular brasileña- de las principales canciones de The Beatles; o el de la Desliga da Jusiça, marcada por los hilarantes disfraces de superhéroes que visten sus fieles adeptos.
Ipanema, el epicéntro de la fiesta
Sin lugar a dudas, la más famosa de todas es la popularísima Banda de Ipanema, que en su homenaje a los grandes músicos Vinicius de Moraes y Tom Jobim arrastra a decenas de miles de personas por el malecón de esta legendaria playa cada vez que sale a desfilar.
Además de su historia, directamente arraigada a dos de los artistas más queridos por los cariocas, y de desfilar por uno de los barrios más icónicos de la ciudad, su enorme éxito se debe en gran medida a que se trata de una comparsa tremendamente desenfadada, lo que atrae a numerosas personas vestidas de drag queen, turistas de todas partes del mundo, familias al completo y demás personajes ataviados con los más variopintos disfraces.
El veterano Paulo Roberto, que va vestido con un imposible traje de policía, que incluye el nombre de Fucker en el pecho, nos comenta que ya lleva quince años acudiendo a esta gran fiesta que recorre la playa de Ipanema y que para él lo más importante es “vivir el Carnaval con honestidad y con medios propios, sin precisar de la ayuda de nadie”.
Con una oferta tan variada, divertida y abierta, con esas estruendosas marchas que imprimen un irrefrenable ritmo en los pies y con todo el calor de un pueblo abierto y siempre sediento de fiesta, no es de extrañar que el Carnaval da Rua sea el que realmente lata en el corazón de todos los cariocas.
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