Alicante presenta el Auditorio de la Diputación Provincial como palacio de congresos tras varios proyectos de obras faraónicas que nunca vieron la luz y el fracaso de múltiples infraestructuras similares en regiones vecinas.
Se habló de emular al Guggenheim, de jardines y cascadas artificiales a orillas del mar de una de las ciudades con menos índice de precipitación de España e incluso de un teleférico para conectar directamente con el Castillo de Santa Bárbara. Los años en los que los perros se ataban con longanizas y en los que el dinero crecía en los árboles regados por las Cajas de Ahorros no sólo supusieron un desmán considerable en los presupuestos públicos de muchas ciudades, sino también en el crecimiento desmedido de los cargos públicos. Todo presidente de comunidad autónoma, provincia o municipio, por pequeño que fuera, quería la obra faraónica con la que pasar cual Tutankamon a los anales de la historia, dando igual lo que hubiera que invertir y si su proyecto cuanto más vanguardista y estridente mejor quedara relegado a almacén para guardar los aperos de jardinería. Ocurrió en tantas y tantas ciudades, con Valencia y Mallorca a la cabeza, destacando esta última porque por ejemplo en su velódromo a punto estuvieron de olvidarse de que por allí tenían que correr las bicicletas.
Alicante no escapó a esa fiebre de presentaciones fastuosas, con un Díaz Alperi apadrinando un estadio José Rico Pérez forrado de espejos reflectantes y rayos LED apuntando a la Luna al que se pretendía incluso llevar una línea de Tram. Hoy el equipo que lo habita no sólo milita tristemente en Segunda División B, sino que el coliseo está a punto de ir a parar a las manos de la Generalitat como compensación del pago no satisfecho por parte de la propiedad del club del préstamo realizado por el Instituto Valenciano de Finanzas (IVF). Menos mal.
En medio de esos delirios, sueño frecuente fue la construcción de un palacio de congresos con las características señaladas al principio de este artículo. No se podía consentir, decían, que un potencia turística por sus bondades climáticas y geográficas, como demuestra su aeropuerto entre los más importantes de España, no tuviera un lugar de reunión para los negocios de referencia. Seguramente razón no les faltaba, aunque mirando hacia atrás y cuál fue el fin de proyectos similares en localidades vecinos se podría asegurar que a los contribuyentes les salvó la campana del frenazo económico.
Han pasado algunos años y la idea de contar con un punto de atracción para convenciones y grandes citas internacionales siempre ha estado ahí. Esta semana se ha concretado, pero de forma muy distinta a cómo se pensó en momento. Diputación de Alicante, cuya presidencia ostenta el popular César Sánchez, y Ayuntamiento, con Gabriel Echávarri a la cabeza, han sellado el convenio para que haya Palacio de Congresos en Alicante. Será en una ubicación céntrica, con todas las comodidades e incluso belleza arquitectónica. Con una peculiaridad: ya existía.
El Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA) seguirá con su actividad artística y cultural a la vez que es reconfigurado como punta de lanza para el turismo MICE de la ciudad. Según anunciaba el propio César Sánchez en la presentación, nueve congresos están cerrados ya para el año 2017 y tienen una estimación de, al menos, 20 congresos anuales que van a permitir dinamizar la economía de la ciudad, la economía de toda la provincia y tener un posicionamiento a nivel internacional de primer orden.
Sin derroches ni obras interminables, la solución estaba en casa. Sólo hacía falta ponerse de acuerdo.
Iván J. Muñoz