No cae la nieve y la lluvia emigró a lugares que no conozco, miro al hombre que llevo dentro y no saludo, pero el paisaje es el mismo: una montaña desnuda de sol y un río que no se habla con el mar. Pasamos al ritmo de la corriente sin más equipaje que nuestra mal vestida tristeza, sorteando gritos de cristal y mensajes apócrifos.
Las calles se llenan de banderas y consignas guerreras. La libertad es un trozo de trapo que baila al capricho del viento. La libertad era eso, un sueño escondido que te robó la mañana mientras lavabas la ropa y el café te mentía.
La esperanza es un vendedor de palabras que trabaja de noche y no conoces su rostro. La esperanza no preguntó por tu nombre ni llamó a tu puerta. Solo escuchaste su sonido, el murmullo gris y arenoso del aire en un tren que pasa de largo y va borrando horizontes.
Tus huesos, hombre que naciste de las piedras y al rumor de la noche, yacen esparcidos en la misma alameda donde tú gritaste desde las fauces del corazón y alguien coreó tu nombre. Te llamas miedo. Miedo. Lo supiste ese día, en aquel bosque de banderas y preguntas. Miedo sin libertad, sin esperanza.
José Manuel García-Otero