Por Javier Montes, periodista
Al cine español le hacen falta guionistas aventureros, directores aventureros y productores aventureros. Que conste que soy defensor a ultranza de los cineastas nacionales y, por lo general, me gustan sus películas pero tengo la sensación de que el noventa por ciento están cortadas por el mismo patrón. Hay un género que gusta mucho. Ese del adolescente que vive en un barrio pobre de una gran ciudad, rodeado de miseria, con una familia desestructurada y que muestra la España de clase baja que pelea por respirar entre basura. Por aquí van los tiros de Petit Indi, un film dirigido por Marc Recha.
Para tratar de alejarse un poco de largometrajes como Barrio, Recha apuesta por darle más protagonismo a la imagen que a la voz. Miradas, gestos son la base de esta historia simplona que cuenta las peripecias de Arnau, un joven que reside junto a su hermana Sole en una barriada de la periferia de Barcelona en plena transformación. Las apisonadoras trabajan en la construcción de una autopista situada a escasos veinte metros de su destartalada vivienda por no llamarla chabola. El río baja con más mierda que agua y su madre se encuentra en la cárcel de Vad-Ras a la espera de juicio. El clásico drama.
El panorama de Arnau no es nada bueno. Su única esperanza es un jilguero que canta como los ángeles hasta el punto de competir en campeonatos. Trabajador infatigable, su ocio se agota en el canódromo de la Meridiana, donde su tío Sergi (Sergi López) le instruye en el mundo de las apuestas y donde se ve rodeado de gentuza.
La única salida a esa fosa séptica en la que se encuentra pasa por sacar a su madre de la cárcel. Al menos eso piensa nuestro querido Arnau que se afana entonces en conseguirlo. Pero su ímpetu choca contra la sociedad, esa que no entiende de compasión. Algún lector que haya visto la película tal vez diga que Marc Recha le provocó un nudo en la garganta. Es posible. A mi la verdad es que no. Además, en este caso, no puedo ni destripar el final porque no lo hay. La cinta acaba de sopetón y tal parece que el director mejor hubiera optado por hacer un corto que un largometraje en el que se hubiera ahorrado a un patético Eduardo Noriega hablando en un catalán más propio de un oriundo de Santander que del Masnou. En resumen, si Marc Recha intentó una aventura, le salió mal.
Óscar Delgado/Javier Montes