Por Javier Montes
Arranca bien la película. Cuenta la historia de cuatro trabajadores de una fábrica. Dos son fijos ambos varones- y los otros, dos mujeres que entran con un contrato temporal para reforzar la plantilla durante la temporada alta. Se dedican al embalaje de cadenas para la nieve, así que el invierno es su momento álgido. Los hombres viven con desidia la rutina del día a día aderezada por un triste y anodino entorno familiar. Ellas, con ilusiones renovadas y espíritu joven, transforman el taller y dan color a ese rincón de la factoría contagiando a sus compañeros. Hasta ahí la cinta que dirigen Maitena Muruzabal y Candela Figueira transcurre bien.
El espectador se engancha a Nevando voy (2008) y el largometraje, sin ser nada del otro mundo, marcha sobre ruedas. Pero hay un momento en que los protagonistas de la trama resultan cansinos. Javier (Gabriel Latorre), el encargado, primero risueño y luego ejerciendo su papel de jefe, ya no despierta ternura, Jairo (Xabi Yárnoz), el joven tímido y callado amante del tuning cae en el amorín facilón de la chica, Ángela (Laura de Pedro), la típica que de lista se pasa y pretende romper las reglas del trabajo pensando en que la vida siempre tiene que ser un juego, y Karmentxu (Asun Aguinaco), la más normal de los cuatro, que es tan normal que su papel roza lo amateur.
A medida que van pasando los minutos es como si la nieve de la carretera se fuera derritiendo y las cadenas se hicieran innecesarias. Al final todo acaba en agua. La película es demasiado sencilla y si a buen seguro está hecha con un presupuesto escaso y es cierto que participan unos actores voluntariosos no es suficiente para recomendarla y eso que a la crítica, en general, le ha gustado. Prueba de ello es que obtuvo el premio a la Mejor Película en Punto de Encuentro en la Seminci de Valladolid, el Premio del Público a la Mejor Película en el Festival de Cine de Medina del Campo y el de Mejor Película en la sección oficial del Miami Underground Film Festival.
A mi juicio, demasiado laurel.