Vivimos inmersos en lo mínimo, en algunos casos como pauta imperiosa de la supervivencia. La crisis económica no sólo nos obliga a reducir gastos, sino que nos ha marcado una tendencia hacia lo microscópico, abaratando costes y otras enjundias. No me quejo de vicio, pero desde que estamos en crisis el “no hay dinero” ha dejado de ser algo recurrente en las excusas oficiales y se ha convertido en imperiosa realidad.
Hace menos de diez años la tendencia a lo breve empezó con el low cost. Lo que parecía un eslogan publicitario encerraba en el fondo un concepto keynesiano. Se popularizó con las compañías aéreas que ofrecían billetes baratísimos y se convirtió en un modo de vida que abarcaba lo más insólito y hasta entonces inaccesible con tal de consumir. Comprarse un coche, un nuevo ordenador o cambiarse la nariz a precios de risa. Siempre me ha inquietado la posibilidad de convertirme en mi propio Mr. Hyde gracias a la democratización de la cirugía plástica de bajo coste.
El low cost pronto sentó sus reales en las empresas culturales, aunque la cultura, digan lo que digan, es de bajo coste secular. Eso sí, la crisis ha hecho más pragmáticos a muchos artistas obligándoles al pequeño formato y a lo barato, aunque es difícil combinar lo bueno con lo bonito y lo barato. Microespectáculos teatrales, cine de ínfimo presupuesto, reducción de las programaciones en los auditorios, óperas en versión concierto, cuadros de pequeño formato o los libros de bolsillo en papel de gramaje sin gramos han sido algunas de las soluciones para salir del paso.
En literatura, con la fiebre low cost, ha resurgido el microrrelato, y con tanta brevedad el aforismo ha vuelto a vivir días de vino y rosas. Twitter y los servicios de microblogging han hecho renacer estas pequeñas frases más como vehículo de filosofía de supermercado que como apogtema al más puro estilo de Erasmo de Rótterdam. La red ya cuenta con una nutrida nómina de twitterati con autores tan populares como Paulo Coelho, Arturo Pérez Reverte o Federico Moccia, capaces de lanzar al ciberespacio sus más trascendentales pensamientos con un máximo de 140 caracteres..
No tengo más narices que aceptar la dura realidad económica y los tiempos de Merkozy que vivimos, pero difiero con esa estupidez que afirma que lo breve si es breve, es dos veces bueno. ¿Por qué la actual inclinación a lo breve no responde a ninguna nueva estética, ni siquiera a una nueva retórica? ¿No se está enmascarando la falta de talento de muchos de los denominados artistas con esta apología de la brevedad? ¿No es una evidencia más del bajo nivel cultural de la sociedad poco dada la lectura y a la reflexión? En breve, la respuesta en un tweet.
Javier Montes