En Plácido, la espléndida y corrosiva película de Luis García Berlanga, unas cuantas señoras de la buena sociedad de una ciudad imaginaria y reconocible ideaban la campaña navideña “Siente a un pobre a su mesa”, patrocinada por Cocinex, una delirante marca de ollas a presión. Las señoras pugnaban entre ellas por dar de cenar a un pobre, importando más las formas morales que la pechuga de pollo que le ponían en el plato, mientras al conductor del motocarro que llevaba la estrella de Belén en la cabalgata, un inconmensurable Cassen, vivía todo tipo de injusticias para poder pagar la letra de su medio de producción.
Ejemplos de hipocresía similares tenemos para dar ir vender, desde la doña Guillermina de Fortunata y Jacinta al desfile de hipócritas que rodean a los pobres de Misericordia, ambas novelas de Galdós, eso por no hablar de la brutal película danesa En un mundo mejor, de Sussane Bier, donde el protagonista abogaba a la solidaridad y a la cooperación internacional y no sabía resolver el sarao y el problemas de afectos que tenía con su hijo y su esposa. Salida hacia adelante, bien vistosa y la casa sin barrer. Y eso por no hablar del ex-conseller valenciano Rafael Blasco, imputado en el Caso Cooperación por, presuntamente, haber desviado fondos públicos para otros menesteres no demasiado claros. Más allá del tema judicial y económico, el Caso Cooperación ha hecho mucho mal a la honorabilidad de muchos organizaciones solidarias y proyectos cooperativos. Para muestra el botón de lo que sigue.
De un tiempo a esta parte, creo que ya van algunos años, sufrimos en las ciudades un auténtico asalto de jóvenes con chaleco, acreditados por ciertas organizaciones no gubernamentales con el fin de cazar socios y una comisión. Qué conste, y lo digo bien alto, que no tengo nada en contra de que estos jóvenes se ganen unos euros, y mucho menos de los loables fines de las organizaciones que representan, que seguro que lo son y mucho, pero sí tengo objeciones con los modos que utilizan. Cada vez que me aborda un joven con chaleco a venderme una Ong no puedo dejar de pensar en Fagin, el explota niños carteristas de Oliver Twist o en Peachum, el rey de los mendigos, de La ópera de tres centavos de Bertold Brecht. Está claro que estos cientos de chavales y chavalas tratan de activarnos las conciencias, pero a mí me producen el efecto inverso por lo cansinos que son.
Los métodos de abordarte son de lo más variado, de zafío manual marquetiniano por Internet. En las últimas semanas, y no han sido las más intensas, estas huestes caza socios solidarios se me han acercado desde con el consabido “tiene un minuto, por favor”, “¿Conoce a .? “, “¿Sabe que hoy va ser un buen día?” o “¿Qué quería ser de pequeño?.” Si eres educado y te paras, pasan al segundo plan del manual y siguen con una oferta de cinco por una. Así, como suena. Ni la mejor oferta del supermercado. De un tajo te encasquetan cinco Ong. Así es, y sin protección de datos ni mil leches que valgan. Todo para que el chico o la chica que te ha cazado cobre una pequeña comisión.
Lo siento. Las imágenes de Peachum y de Fagin no me las quito de la cabeza. El método me parece de lo más soez y dice muy poco de las organizaciones que tratan de hacer socios y caja de esta forma tan agresiva. Bien es cierto que tenemos que ser solidarios, que todos tenemos que cooperar con los más desfavorecidos, que debemos ser responsables. De acuerdo. Pero con otros métodos, por favor. Repito: los fines serán loables pero las formas no lo son en absoluto.
No vale justificarse con Maquiavelo y con el fin justifica los medios. Tampoco vale situarse más allá del bien y del mal moral con aquello del antisistema. Puras falacias. Esto es mercantilismo en toda regla bajo la imagen de la cooperación y la solidaridad, ahora laicas, pero en el más puro estilo de sablazo de la Iglesia más nefanda, todo en aras de las buenas obras, el complejo de culpa y la hipocresía. Es cierto que todo es razonable, que los fines lo son, pero servidor hoy se acoge a Pascal con aquello de que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Y no lo entiendo. De verdad, no lo entiendo. No entiendo estos métodos que nos confunden y mancillan la honorabilidad de las organizaciones no gubernamentales. Lo soez me repugna.
Laura Bellver