Hamburguesas, noodles y best-sellers

A finales de los años ochenta el antropólogo Marvin Harris publicaba Bueno para comer. El promotor del materialismo cultural defendía en este libro los enigmas de las culturas alimentarias del planeta y se detenía en la máxima norteamericana de si es bueno para comer es bueno para vender. En su momento, el libro me interesó mucho y aún hoy recuerdo como me hizo reflexionar sobre el paradigma mercantilista yanqui, según el cual todo se mide por el éxito comercial y la cantidad de dólares que uno ingresa en su cuenta corriente por las ventas.

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Entre algunos ejemplos de genuine american food,  Harris  analizaba la hamburguesa,  desde su origen como solución a un excedente de carne de vacuno hasta su conversión en icono del fast-food y american way of life, lo que equivale a decir de la globalización.  En el mismo libro el antropólogo también largaba lo suyo sobre la pizza. Aunque el invento es napolitano, esta torta con tomate debe su despegue universal a los chicos de Little Italy, en Manhattan, que la convirtieron en una franquicia muy rentable hace ya casi un siglo.

 

Marvin Harris murió en 2001. Desde entonces han pasado muchas cosas, entre ellas la irrupción de China como señora del yuan, del dólar y de lo que se presente, incluido el Valencia. C.F. Se impone, pues, que demos una vuelta a las teorías de este antropólogo, aunque no por ello queremos decir que hayan perdido vigencia.  En un mundo globalizado la cultura alimentaria la impone aquel que controla la economía. Si el gigante asiático impone su ley en las finanzas, es lógico que también la imponga en el fast food, pisándole las hamburguesas a EE.UU. Y no lo digo ni por el rollito primavera, ni el chop suey, ni el cerdo agridulce. El fast-food asiático lo empezaron los nipones con  el sushi y el sashimi,  y ahora se ha sumado China con los noodles. Los supermercados están llenos de botes de fideos a los que sólo hace falta añadir agua caliente. Productos con marcas dignas del Doctor Fu Manchú, que con aquello de la paronimia parece que las hayan creado Zipi y Zape después de aprobar un curso online de chino macarrónico.  Yatekomo, Chow Mein, Kung-Fui o Wokinar se han convertido en un nuevo azote mandarín en manos de las grandes multinacionales del caldo concentrado y las sopas instantáneas.

 

No voy a negar mi admiración por la capacidad emprendedora y la visión de negocio de norteamericanos y asiáticos, el tanto monta monta tanto y los acuerdos que puedan tener entre ellos. En muchas cosas saben hacer de la necesidad virtud, algo que le cuesta a la anquilosada vieja Europa. Nosotros toda la vida con las albóndigas y no hemos pasado de enlatarlas con un mejunje viscoso o, a lo sumo, ponderarlas como filete ruso, primo hermano europeo de la hamburguesa al que un servidor nunca le ha encontrado la gracia de Gogol.

 

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Tampoco voy en entrar en cuestiones sanitarias –todos estos productos alimentarios industriales han pasado sus respectivos controles- ni mucho menos me voy a meter en el vergel del proceloso mundo del gusto. Pero una cosa son las hamburguesas y los noodles y otra bien diferente un libro. Lo digo porque la apreciación mercantilista de la máxima norteamericana está acaparando otros sectores, especialmente de la industria cultural, donde ni todo vale ni hay que confundir ni mucho menos confundirse. El sector editorial hace años que inventó la etiqueta de best seller, su particular fast food libresco, para libros muy comerciales, sencillos, distraídos y de pocas pretensiones literarias.   

 

Los best seller están muy bien, pero no debemos confundirlos con la gran literatura ¿Si sólo a un necio se le ocurre comparar un botecito de noodles del Doctor Fu Manchú con un plato de Ferran Adrià, por qué se comprara un best seller con una obra de creación literaria personal y arriesgada? Tenemos que tener claro que no son lo mismo las novelas de la saga Millennium que las de A la recherche du temps perdu de Marcel Proust. Tampoco son lo mismo las novelas de Dolores Redondo con el valle de Baztán y los pastelitos txantxigorri, que están muy bien escritas, que un poemario de Javier Cano. Son obras diferentes en todos los aspectos y no por ello se deben arrinconar las segundas porque no venden.

 

Los criterios mercantilistas no valen para todo y lo tenemos que tener claro. Pero si el botecito de noodles nos hace interesarnos por la cocina tradicional china o el best seller ramplón nos lleva a las páginas de otro libro de mayor calidad, bienvenido el fast-food, alimente el cuerpo o el espíritu.


@manologild

S.C.

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