Movido anda el panorama político a menos de una semana del debate de investidura, sin salir las cuentas con los votos, con un acuerdo entre PSOE y CS y una ruptura de las negociaciones con Podemos, Compromís e IU. La cuerda se ha tensado demasiado por todas partes y al final me parece que Felipe González se va a salir con aquello de la gran coalición o similar, si la cosa no se pierde por el camino. ¿Dónde está el Pedro Sánchez que hace un mes afirmaba que “los españoles no entenderían que Pablo (Iglesias) y yo no nos pusiéramos de acuerdo”? ¿Y el de hace dos meses que decía “Albert Rivera, tendrás veinte años menos pero eres la misma derecha del PP”? ¿Por qué Podemos ha tenido tan poca paciencia y ha preferido dar un portazo? ¿Por qué Pedro Sánchez prefiere pactar con un partido a la derecha del PSOE con menos diputados que con uno a la izquierda del PSOE con más diputados?
Por mucho acuerdo al que se haya llegado la incertidumbre sigue, porque ni se tiene la certeza de que un gobierno liderado por Pedro Sánchez llegue a buen puerto ni se disipa la posibilidad de unas nuevas elecciones. Además, ahora tienen que aprobar el acuerdo las bases socialistas. Es lo que hay y le podremos dar más vueltas que una preñada a la catedral de Valencia pidiendo un buen parto a la Mare de Déu Grossa. Aquí uno no sabe si el parto será de nalgas, con fórceps, con ventosa o estamos ante un embarazo psicológico.
De momento, parece que los millones de españoles que anhelaban un gobierno progresista con un gran pacto de la izquierda se quedan con dos palmos de narices. Si este pacto se produce en los próximos días es porque ha obrado un milagro San Expedito con la ayuda de San Nicóstrato y otros mártires canteros de Panonia, porque hay que picar mucha piedra para aclararse y dialogar. Uno vota una opción y no a la contraria por mucha estrategia que haya y por mucha salvación patria que trate de justificarse. Pero ya sabéis, como en la película de Berlanga, Los jueves, milagro.
Los acuerdos, las cábalas y las declaraciones de los líderes con cara de agotamiento están haciendo enloquecer a más de un semiólogo, ahora que nos ha dejado Umberto Eco. Lo de Sánchez y Rivera con traje azul marino, camisa blanca, corbata roja (Sánchez) a la izquierda del espectador y azul (Rivera) a la derecha del espectador, firmando en la sala Constitucional del Congreso de los Diputados, presidida por los retratos de los siete padres de la Carta Magna, y posterior comparecencia ante los medios de comunicación con El abrazo de Genovés, todo un icono de la Transición, como telón de fondo estará enloqueciendo a todo un filósofo e historiador del arte como Georges Didi-Huberman. Porque cuando las imágenes toman posición, ya se sabe. La firma tuvo una escenografía políticamente correcta digna de dos chicos con pinta de yernos pulcros y deseables para cualquier madre burguesa con hijas en edad de merecer. Ya me hubiera gustado a mí algo más transgresor, a lo Carlus Padrissa o Moshe Leiser, pero no está el patio para delirios operísticos. Y eso que esto podría apuntar a tener un final con Mario Cavadarrosi cantando E lucevan le stelle y a Flavia Tosca arrojándose al vacío desde el Castel SantAngelo.
La puesta en escena de Podemos no se queda coja. Cada ética tiene su estética. La imagen de un circunspecto Iñigo Errejón rodeado de los suyos y caminando por los corredores del Congreso en plan Los hombres de Paco mientras se dirige a los medios para anunciarles que se han levantado de la mesa de las negociaciones tampoco tiene desperdicio. Y no digamos de la configuración del plano de Pablo Iglesias en un directo con el informativo de Pedro Piqueras en T5, alicaído, desgreñado y al fondo la pantalla de un ordenador con más años que Matusalén. El feísmo misérrimo frente a lo very polite buscando el plano con todos los iconos para que luego Antonio López o cualquier otro pintor realista pase al lienzo el momento. No es una boutade: en el 75 se reivindicó el Guernica de Picasso, ahora estamos con El abrazo de Genovés, pero hay que pensar en la pintura que simbolice dentro de unos años este momento. De adelantados es el reino de los cielos.
Con esto de los acuerdos no solo los analistas de imagen y comunicación no verbal andan ajetreados, también los lingüistas deben de estar de los nervios con tanto cambio semántico. Lo que hasta hace unos días era izquierda ahora es centro izquierda y lo que hace un par de meses era extrema derecha para los que hace unos días era izquierda ahora es centro de derecha. Firmar el acuerdo es de derechas y levantarse de la mesa de negociación es apoyar a la derecha ¿En qué quedamos? Visto lo visto Giancarlo Pasquino, Nicola Matteuci y Norberto Bobbio, los autores del famoso Diccionario de Política deben de haberse hecho adictos al ácido lisérgico. Si el campo semántico de los vocablos izquierda y derecha no está claro, el del término histórico lo está menos. Todos se acogen al término histórico hasta convertirlo en un eufemismo. Y no digamos de los términos moral y derecho. Menos mal que nuestros aguerridos políticos electos lo hacen por el bien de todos, ya que según parece salimos ganando los ciudadanos.
Servidor confiesa que anda un poco perplejo con todos estos asuntos y está en la disyuntiva de dedicarse a lectura hermenéutica o gritar a los cuatro vientos, como en Juan 1:14, que el único Verbo que se ha hecho Carne y habita entre nosotros es el del Príncipe de Salina cuando en El gatopardo dice aquello de cambiemos para que nada cambie.
Me he leído las sesenta y cinco páginas y las doscientas propuestas del Acuerdo para un gobierno reformista y de progreso firmado por Sánchez y Rivera. La verdad es que hay muchos puntos que suscribo como socialdemócrata, por ello me cuesta comprender el portazo a la negociación de los partidos a la izquierda del PSOE casi tanto como que Sánchez firme con CS. Eso sí, en las sesenta y cinco páginas domina la ambigüedad generalista, por lo que me veo pactando hasta el día del Juicio Final, si la cosa prospera.
En cultura, que es una de las cosas que más me preocupan, el acuerdo es prácticamente inexistente. A cultura, educación y ciencia se dedican cinco páginas, de la 26 a la 30. Cuatro son para educación y ciencia y solo una para cultura. Se echa mucha mano de la socorrida transversalidad -otro término para analizar su campo semántico- y pocas medidas concretas, a excepción de la urgente bajada del IVA cultural. La ley de mecenazgo y la lucha por la defensa de los derechos de autor quedan apuntadas a un futuro. Ni una palabra concreta sobre artes visuales y escénicas, ni una sola corchea sobre música, ni una miserable preposición sobre literatura. No obstante, me congratula que antes de centrarse en el plan para el Cervantes se anote en el acuerdo “promover iniciativas legales para el reconocimiento de la riqueza cultural que representa la pluralidad lingüística de España”. Vamos a ver esto como se traduce para todos aquellos que vivimos en comunidades autónomas con dos lenguas.
Por cierto, hace unos meses, en las primeras sesiones de Corts Valencianes, la entonces portavoz de CS, Carolina Punset, consideró aldeano e inútil la enseñanza en valenciano. Ximo Puig, el actual presidente de la Generalitat Valenciana, le respondió que no era una cuestión folclórica, sino que era lengua de los valencianos y le pedía respeto. Ahora, unos meses más tarde, parece que Sánchez y Rivera están a partir un piñón en Madrid, los partidos que se consideran la izquierda del PSOE pegando portazos, y en el gobierno tripartito valenciano presionado por todas partes.
Creo que me voy a poner a cantar como Adriano Celentano aquello de Azzurro,il pomeriggio è troppo azzurro e lungo per me. Por cierto, esta canción habla de tomar caminos equivocados.
Lorena Padilla