Cuando era chico mi padre me llevó a ver el monumento de Joselito en Gelves. Una vez delante del torero, sentí un nudo en el estómago o puede que en la garganta, no sé, la piel se me puso de gallina, lo recuerdo muy bien y no era por el frío, porque estábamos en junio y el calor comenzaba a sacudir las macetas.
Yo me quedé casi como el bronce de aquellas figuras.Vivíamos en Triana, muy cerca del Tardón, y Gelves me pareció tan lejos comoBarcelona. Esa tarde, con el sol cansado de dar luz, las chicharras parecían unorfeón y un olor a barbo y a brea me decía clarito que el río no andaba muylejos.
El regreso a casa lo hice en silencio. Mi padre mepreguntaba si me pasaba algo y yo le dije: “No, Joselito. Qué grande, papá”.
Mi abuelo se llamaba El Alcalareño y fue matador detoros. A mi abuelo le dio la alternativa Rafael El Gallo y como testigoJoselito. Fue en la plaza de toros de Murcia, y de eso hace tantos años quecreo que las hojas de la hemeroteca se encuentran tan amarillas como un campode plátanos maduros.
Mi abuelo era “Gallista” furibundo. Adoraba al maestro:José representaba lo que mi abuelo, también José, pero bajito y simplón, nopodía ser jamás. Lo respetaba y admiraba. Y en las discusiones con los belmontistas,en el casino de Alcalá de Guadaira, mi abuelo parecía un pitbull taurino,asestando estocadas verbales y levantando una voz, el puño y un acento porencima de las estrellas. Mi abuelo era corazón, un corazón de Joselito ensartadoen la muleta; decía que José, parecía poseer una llave mágica que abría todaslas puertas y murallas.
Cuando Joselito murió, mi abuelo entró en depresión y semarchó a América. Allí toreó muchas tardes y se lució con el Papa Negro, aquelpadre de los Bienvenida, que hizo gloria y Colombia en tierra de amor, cumbia ycafetales.
Ya viejo, mi abuelo José reconoció la gloria de Juan,”aquel trianero feo de tanto arte”. Mi padre, también Alcalareño, solo llegó anovillero. Culpó a la guerra no dar el siguiente paso. Pero la guerra se llevómuchas culpas y, sobre todo, secuestró aficiones. Mi padre era Belmontista.Pero nunca se lo dijo a su padre.
De Juan lo supo todo. Y compartió secretos. De Belmontese grabó en las venas gotas de incienso y magia, portalones de pureza y un ríode temple que pellizcaba su corazón de artista. Mi padre respetaba como nadie aJosé (me llevó a ver su monumento como un cristiano a Santiago y no dejaba decontarme sus gestas: como torero y como hombre), pero siempre me dijo que JuanBelmonte fue el hacedor del toreo de hoy; una manera de bailar al son de losduendes, con los filos del asta rozando la taleguilla, y paseando la lentitudhasta los cielos. Todo eso era Juan: puro cante por bulerías, señor Bethoven deTriana, rey con la muleta y el capote; y con esos atributos conquistó elcorazón de la gente. Y miraba. Como miraban los reyes. Y los dioses.
*Desde el martes 15 de octubre hasta el domingo 15 de diciembre. Laexposición “Joselito y Belmonte. Una revolución complementaria(1914-1920)” estará abierta de martes a sábado en horario de 10 a 14h.y de 17 a 20h., en el Espacio Santa Clara de la calle Becas y en el Castillo deSan Jorge en la Plaza del Altozano. Los domingos el horario se reduce,abriendo sus puertas de 10 a 14h.
Javier Montes