Cumpliendo la ley, el caudillo se fue de la plaza

Romper los límites del tiempo es un clásico de la literatura de ciencia ficción. Uno de sus hitos es La máquina del tiempo, del escritor británico H.G.Wells. En esta novela el protagonista viajaba desde 1895 al año 802.701, nada más y nada menos, para armar una pequeña revolución social entre los elois, los morloks y su parentela. Todo lo contrario a Los héroes del tiempo, la película en la que parece que se han inspirado los creadores de la serie de televisión El Ministerio del Tiempo, en la que los Monty Python vivían las mil y una trapisondas en el pasado para evitar que la historia que conocemos cambiase. Lo mismo le sucedía con menos épica y sin salir del siglo XX al personaje de Michael J. Fox en la película Regreso al futuro, de Robert Zemeckis.

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En esto de modificar el curso de la historia tengo debilidad por la novela de José Saramago Historia del cerco de Lisboa, en la que el protagonista, Raimundo Silva, corrector en una editorial,  colocaba un “no” rotundo y mayestático delante de un verbo para afirmar que los cruzados no ayudaron al rey luso en el cerco de la capital lisboeta. Me gustaría tanto padecer este síndrome de Raimundo Silva y borrar todas guerras habidas y por haber.

 

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Claro que en esto de cambiar la historia hay sus más y sus menos. Una cosa es la ficción en la que siempre acaban apareciendo los protagonistas del Ministerio del Tiempo para evitar que se modifiquen los hechos y sus consecuencias, y otra bien distinta restituir la dignidad de las personas que sufrieron persecución por sus ideas, religión, nacionalidad, sexo o color de piel. En este caso, por desgracia, nunca aparecen los personajes que interpretan Nacho Fresneda y Rodolfo Sancho en la serie de televisión aunque sea para tener una impostura de ficción. Ya se sabe que la historia la escriben los vencedores y que los vencidos están condenados al olvido y la invisibilidad.  Es lo que tiene el relato del poder, aunque los vencidos nunca pierden la memoria por mucha lobotomía que se les intente hacer.

 

Estos días el patio de mi casa es más particular que nunca y anda un poco revuelto. Algunas personas intransigentes andan ofendidísimas por el cambio de la nomenclatura franquista de numerosas calles. Más de un nostálgico de la dictadura franquista está poniendo a caldo a Manuela Carmena, Ada Colau, Joan Ribó y otros alcaldes democráticos y progresistas por hacer cumplir lo que marca la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, más conocida como Ley de Memoria Histórica, en cuyo artículo 15 indica textualmente que “las administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura”.

 

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Tiene narices que hayan pasado 8 años desde la entrada en vigor de esta ley y que en muchos municipios en los que ha estado gobernando el PP hasta el pasado mes de mayo no se haya cumplido y sigan teniendo calles y plazas con nombres de destacados criminales de guerra. ¿Los alemanes hubieran permitido una plaza de Berlín dedicada a Hitler? ¿Y Los italianos una calle de Roma con el nombre de Benito Mussolini? ¿Por qué en España se ha permitido mantener calles y símbolos franquistas? Cambiar la nomenclatura de estas vías públicas es cumplir la ley y permitir el desarrollo de una memoria histórica capaz de reparar el dolor de miles de familias españolas que sufrieron la represión franquista y ni siquiera pudieron enterrar a sus muertos.  Las leyes están para cumplirse. Es lo que están haciendo ahora muchos ayuntamientos. Un acto de respeto, dignidad y libertad para no vuelva a suceder hechos semejantes, vengan del lado que vengan.


@manologild

Laura Bellver

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