En 1922, Ortega y Gasset analizó en su libro España invertebrada las vicisitudes de la crisis política y social que se vivía durante aquellos años en cuanto a la desarticulación del país por los separatismos. No voy a entrar en el análisis de las tesis orteguianas ni es mi intención hacer perorata alguna, sino que tomaré algunas frases de este pensador como llamada a la reflexión sobre la desinformación que vivimos fuera de Catalunya sobre el proceso soberanista.
Unas frases que vienen como anillo al dedo, casi cien años después, ante el acoso y derribo que está sufriendo Catalunya en unos medios de comunicación de ámbito nacional totalmente centralistas. Unas frases que no escribió ningún catalán airado ni ningún demonio separatista, sino un filósofo nacido en Madrid, cuyo pensamiento marcó la filosofía española contemporánea. “Castilla se vuelve suspicaz cito literalmente a Ortega y Gasset-, angosta, sórdida, no se ocupa en potenciar la vida de las otras regiones, celosa de ellas, las abandona a sí mismas, y empieza a no enterarse de lo que pasa en ellas”.
España nació del matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón en régimen de separación de bienes, digamos de poderes, dándose aquello de “tanto monta, monta tanto”, aunque era Castilla la que cortaba el bacalao. En el siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión y el triunfo de los Borbones, Castilla se impuso sobre Aragón de manera definitiva. Desde entonces Castilla ha mandado y recaudado y los territorios de la Corona de Aragón han obedecido y pagado. Una obviedad, se mire por donde se mire. No lo digo yo, está en la Historia.
En más de doscientos años, la existencia de presidentes del gobierno que procedieran de los territorios de la Antigua Corona de Aragón ha sido prácticamente nula a excepción de Prim, Figueras, Pi i Margall o Maura. Curioso: todos ellos del siglo XIX y vinculados a la Gloriosa, Primera República Española y la Restauración. Ahora que la crisis aprieta y Catalunya y la Comunitat Valenciana piden a Madrid lo que es suyo, ésta dice que santa Rita, Rita, Rita
De quitar a las comunidades de la Antigua Corona de Castilla para dároslo o vosotros, nada de nada. Con lo cual, la mecha esté encendida y el material es altamente inflamable. Ya decía Ortega aquello de que cuando la esencia o metáfora de Castilla personificada en Madrid se ponía suspicaz no quería enterarse de lo que pasaba en Catalunya y otras autonomías.
En los últimos doscientos años la identificación de España con Castilla ha sido total. Encima la Generación del 98 puso el problema español sobre el tapete y llevó la identificación con Castilla a las últimas consecuencias. Desde el “tanto monta” la castellanización ha sido un proceso imparable más que evidente. No nos remitamos sólo a las prohibiciones del franquismo en el uso del catalán, gallego y euskera, sino a su invisibilidad en el relato del poder. Sólo un ejemplo, remitámonos al siglo XVI y a El Cortesano, de Lluís del MIlá, para ver cuál era la lengua en la corte valenciana del Duque de Calabria. Aún hoy, y a pesar de las autonomías, basta con consultar cualquier libro de historia de los que se utilizan en cualquier escuela para comprobar que la identificación de España con Castilla sigue siendo una evidencia. Los nobles aragoneses y catalanes salen poco; los valencianos menos. Los gallegos más allá de Gelmírez no se cuelan por las páginas de los libros de texto; los vascos, nada.
Lo mismo sucede con la historia oficial de la literatura. Se habla de Cervantes, Lope de Vega, Larra, Galdós o Delibes mientras se obvian o se dejan en la anécdota con aquello de que no escribieron en español a Ausias March, Joanot Martorell, Ramón Llull, Mercé Rodoreda, Llorenç Villalonga, Josep Pla, Vicent Andrés Estellés, Rosalía de Castro, Manuel Leiras Pulperio, Castelao, Blanco Amor, Joanes Leizagarra, Nicolás Ormaechea o Domingo Aguirre, entre otros muchos. Del Quijote siempre se extraen las aventuras que tienen lugar en tierras manchegas, pero pocas veces se habla de la parte final del libro que transcurre en Barcelona, donde Alonso Quijano es vencido por el Caballero de la Blanca Luna.
Miremos por donde miremos, la castellanización de nuestra cultura ha sido más que obvia y ha respondido al discurso oficial del poder. Todo sistema de educación es una forma política de mantener, modificar la adecuación de los discursos con los saberes y los poderes que implican. No hay espacio para las disidencias y éstas se excluyen. Esto no lo digo yo, lo dice Michel Foucault y servidor lo suscribe. No cuestiono la importancia de las grandes figuras castellanas, pero me hubiera gustado que por respeto hubieran tenido la misma consideración en los currículos educativos aquellos autores y artistas que utilizaron el catalán, gallego y euskera como lengua de expresión literaria. Hubiéramos tenido la grandeza que da la diversidad.
Han pasado los años y seguimos con el mismo discurso y el mismo relato del poder. Basta escuchar las declaraciones de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez o cualquier otro que mire la situación desde Madrid para recordar las palabras de Ortega y Gasset. Va tener razón este filósofo cuando dijo aquello de “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”. Veremos lo que pasa con los resultados de las próximas elecciones catalanas. Pase lo que pase, lo que está claro es que ya nada será igual y tendremos que replantearnos muchas cosas.
Javier Montes